POR CARLOS ESCOBARETE
—¿Te enterastes, comadre? Que el Toño ya petateó, el hijo de la chingada.
—¡Hijue’su! ¿De quién me habla, Claudia? No recuerdo a ningún Toño.
—¿Cómo no, comadre? Don Toño, el que se rejuntó con Candelaria y que hace poco lo encontraron pero pegadito pegadito a Mónica.
—¿La exótica? No me diga esas cosas, comadre, ¿y qué pasó ‘tons?
—Pues que su cuñado lo persiguió con un machete por toditita la calle. Me contó Felipe que lo oían gritar «¡Aaay, mi patita, me la cortastes!»
—No me diga, Claudita… dios mío, ¿y cómo está Candelaria?
—¡No, debistes verla! Estaba corriendo detrás de su hermano para que no le mochara más la pata y después que el pendejo de Toño se cae por un charco, ¿sí vistes que hace poco hubo un lluvionón?
—Sí, comadre. ¡Que se me inundó la casa ese día! Ahí estuve con Benito tratando de sacar el agua a cubetazos.
—Qué horror, mana, ojalá que ya destapen esas malditas coladeras.
—Pero ya dime, ¿qué pasó, pues? ¿Lo mató el hermano?
—No, ¿puedes creerlo? Candelaria logró que volviera a la razón y ya no le hizo nada. Aunque dicen que ya de regreso a casa Cande le dio una santa verguiza. ¡Debistes oír el desmadre! Estaba Toño de «mi amor, mi ojo se me está sangrando».
—¡No me diga, comadre, que Candelaria lo obligó a chupar faros!
—La verdad, mana, nadie sabe qué pasó, pa’ terminarla de cagar, que dicen que Toño logró escapar y de allí nadien lo ha visto.
—A ver, a ver, a ver, ¿no que se había peteado? ¿’tons naide sabe dónde está? ¿Por qué me dijistes eso?
—Es que… pero acércate, comadre, que no quiero que nadien nos vaya a oír… mire, me contó Felipe que encontraron por allá, cerca del puente, ese donde encontraron a la vaca que se llevó el río, pues allí encontraron el dedo ese donde se pone el anillo.
—El dedo anular, Claudia, ¿y cómo saben pues que era ese dedo?
—¡Porque traía el anillo, comadre!, ¿qué no le estoy diciendo?
—Pero entonces, pa’ ser claros, nadien sabe si se murió o no, ¿no?
—Pues en eso tienes razón, comadre, pero sé algo que aún nadien más sabe y te lo cuento a ti porque confío en ti, comadre.
—Dime, pues, soy una tumba, usted lo sabe.
—Pues le cuento que, usted sabe que mi Juanito es un desmadre, se la pasa corriendo, saltando, escondiéndose en cualquier hoyo pa’ ver qué hace la gente y pues un día regresó a casa para cenar, ¡pero debistes verlo! Estaba blanquito blanquito blanquito, todo espantado, parecía güerito. Y que me espanto y le obligo a que me cuente lo que vio.
—¿Y qué vio, Claudia? No me dejes con la intriga, que ya casi tengo que ir al convento, que andan regalando tamales y mis chamacos han de estar hambrientos y no tengo pa’ que traguen.
—¡Ay, comadre de mi vida! Ni se le ocurra ir allá, que lo que vio Juanito, ¡ay de mi pobre hijo!, lo que vio el chamaco, lo que vio, es que esa noche donde Candelaria casi mata a Toño, ell-…
—¡Comadre, sea rápida! Que le estoy diciendo que mis hijos han de estar ya alucinando del hambre.
—¡Pues déjeme decirle! Mi Juanito vio que Cande estaba cortando en pedacitos a Toño como si se lo fuese a comer.
—¡Dios mío! Claudia, eso es horrible, ¿por qué no has dicho nada? Ya debistes haberle dicho a los polis. Y aparte, ¿qué tiene que ver con lo del convento pues?
—Comadre, dios nos bendiga, pero, ¿quién cree uste’ que hizo los tamales?
Carlos Escobarete (Ciudad de México, 2004). Estudiante de la ENP No. 9, UNAM. Ha publicado poemas en revistas como Estrépito, Sierpe, Ibídem, Perro Negro de la Calle, etc. Aspirante a escritor, ojalá.