LOS HÉROES

POR SEBASTIÁN LÓPEZ SERRANO

La presente, una muy pequeña historia, se desarrolla en la segunda mitad del siglo XIX mexicano. Tiempo en que una crisis sumió en el caos a la naciente e incurablemente inestable república: La invasión francesa y el inevitable establecimiento de una monarquía moderada, de manos de un emperador enrevesado, que terminaría condenado a la soledad política por ser demasiado liberal para los conservadores y demasiado conservador para los liberales, y finalmente, concluiría los días de su vida frente al paredón de fusilamiento. Pero, eso es adelantarse demasiado en los acontecimientos e invadir con el artificio literario, lo que pertenece a las artes de la historia. 

En 1865, el peligro está en su apogeo, el legítimo gobierno juarista recorría el país a pasos grandes, (agigantados si se considera que el presidente medía uno punto treinta y siete) acompañado siempre de las huestes liberales que se mantuvieron fieles al gobierno constitucional mexicano. Como siempre, o como casi siempre, los intelectuales acompañan a los diversos bandos que se enfrentan, con Juárez marchan los Guillermos Prieto, los Ignacios Ramírez, los Manueles Altamirano. A las figuras que acompañaron al emperador mexicano, la historia no los recuerda, bailan como sombras en la más inerte esquina de nuestro mundo: media docena de textos académicos. 

En Mazatlán y en toda la costa del pacifico los franceses aprietan, intentando dar alcance a las tropas del simbólico presidente mexicano. Algunos soldados rasos bromean, describiendo el hecho de forma simple, nominando el suceso como “una corretiada”. Un día, finalmente, se observa una embarcación francesa acercarse hasta las costas de Mazatlán y corren rumores de que más tropas imperiales se acercan por las cordilleras de Sinaloa. El ejército mexicano reconoce que no puede seguir huyendo y que, al fin, tiene que dar batalla. 

Corren por todos lados soldados, listos a organizar la defensa con el poquísimo parque que les queda, muchachos y muchachas sinaloenses que huyen a sus hogares a buscar refugio, perros callejeros que confunden el preludio de la guerra y sus agitaciones, con intenciones de jugar con ellos. Entre estas huestes camina Nachito Ramírez, quien escucha que se estima que los franceses lleguen a Mazatlán en una hora, y que lleguen, muy seguramente cruzando el cerro de la Nevería. En medio de la turbación y la bulla, Ramírez se dispone a desayunar, antes de la batalla. Se sirve café, apresura dos tacos de frijol y un tercero de queso, y de postre, se siente iluminado por las musas y escribe unos versos, te promete amor, y mi deseo… felices natalicios todavía… dales un digno empleo… mientras tu voz no tiemble cual la mía…  

Ramírez dobla en cuatro la amarillenta hoja en que ha escrito y la guarda en su bolsillo trasero, mira el reloj, descubriendo que el arribo francés está cada vez más cerca. Decide que lo más preciso será emprender a caballo el camino hacía el cerro del Vigía y procede a montar un desnutrido rocín café, emprendiendo el camino, a toda la velocidad que se permite un caballo que cumple su segundo día sin desayunar y que lleva, además, como jinete, a un maduro intelectual recién desayunado. 

Veinte minutos tarda la escalada a los miradores de aquel cerro pedregoso, sembrado de huizaches y magueyes, en el que el único sonido que rompe la quietud, son los cascabeles de las serpientes escondidas entre los peñascos y que a esta hora disfrutan y agradecen los treinta grados centígrados con que les favorece algún dios solar serpentomorfo. 

En medio de tal quietud de aire caliente y cascabeles, el primer tiro de cañón rompe el silencio, y Ramírez no pierde el tiempo, de su abrigo extrae unos prismáticos y admira el paisaje de guerra y muerte. Escenas realmente variadas y sin relación, al menos a la vista del espectador, quien solo puede ver cuadro por cuadro por aquellos pequeños lentes. Un disparo derriba a un jinete francés con todo y montura. Una bala de cañón alcanza a un sargento mexicano y su cuerpo queda desmembrado sobre la playa. Escenas de mutilaciones producto de un cañonazo se cuentan por decenas. Enfrentamientos cuerpo a cuerpo entre franceses y mexicanos, dentro de la espesa niebla de la pólvora, llegan a enfrentarse, incluso mexicanos contra mexicanos y francos contra francos. Bayonetas carniceras arrancan orejas, narices, y vidas. Un tiro alcanza una carroza mexicana que transportaba pólvora, cinco generales vuelan por los aires, si están vivos o muertos, el tiempo dirá. Un estruendo rompe el cielo, algún cañonero mexicano acertó en el principal acorazado francés y la embarcación se hunde. Mazatlán, Sinaloa huele a sangre. Los franceses derrotados, huyen en abierta retirada. 

Ignacio Ramírez devuelve los binoculares a su abrigo, monta en su raquítico caballo y retorna al campamento mexicano. En la pequeña habitación que se ha acondicionado para él, detalla en una carta los pormenores de la batalla a su amigo, Fidel. 

Las palabras que cierran la carta son “¿Que te digo, Fidel? Hemos peleado con bravura y hemos vencido, somos héroes tú y yo, sin duda, hermano, la historia de nuestra patria recordará nuestro heroísmo. El Nigromante”.

PERFIL IRRADIACIÓN

Sebastián López Serrano (Ciudad de México, 2000). Desde entonces entiende el mundo a medias. Estudia Historia. Escribe y lee literatura, sólo por las noches, mientras las mañanas son de pura escuela, puro materialismo histórico, dialéctica, fenómenos sociales y cosas que no entiende. Le gusta más leer que escribir.