POR SAMANTHA CAROLINA TORRES HERNÁNDEZ
Se me hace que Jinni tenía seis años cuando la conocí. La veo desde que me acuerdo, tardó en poder hablarme. Lo que pasa es que Jinni es distinta, su frente sumida le oprime el cerebro, por eso es medio lenta. Yo la quiero mucho, porque es súper graciosa. Está siempre en todas partes; va conmigo a la escuela, al baño, a mi cuarto. Y, antes de ir a clase, le hace chongos de bola a mi pelo, para verme más guapa; de grande debería ser estilista. Posee un don increíble.
Jinni es la mejor amiga de la existencia, siempre escucha mis problemas respetuosamente: muda, atenta, con sus ojos que jamás se cierran, yo soy su prioridad cuando hablo. A veces, sonríe para animarme cuando lloro, y con sus ochenta y dos dientes retorcidos, asquerosamente verdosos porque, la cochina no se los lava; hace que me doble de pura risa cuando veo su mueca en la penumbra, si no me castigan el foquito azul de caracol.
Desde hace unos días, Jinni dejó de asomarse al espejo tan seguido. La noté extraña. Al principio, creí que fue algo que dije. Pero, pasando los días, vi que era un problema de salud. La pobrecita comenzó a jorobarse, un hombro se le hizo picudo, la cabeza estaba siempre hacía abajo, aunque su mirada seguía siendo la misma, nomás que con los ojos hundidos y muy chiquitos. Quería ayudarla. Sentía su dolor a cada exhalación, el aire se le atoraba en los pulmones, parecía que iba a explotar.
Jinni murmuraba, pero, sólo de noche, decía un montón de cosas raras. Se contestaba sola y a veces se reía. Empezó a llevarme comida, como si tuviera hambre. Primero, fue un pajarito con su ala rota, caída y manchada de negro. Luego, me llevó algo parecido a una oreja tiesa mordisqueada, eso me dio mucho asco; después me llevó una tira larga color lila, estaba agüadita, fría y olía asquerosa, pensé en una lombriz sin cabeza ni cola. Le dije que parara, que estaba asustada. Ella sólo ladeó la cabeza, me enseñó los dientes todos deformes y de sus ojos, como ríos, le escurrieron lágrimas de chapopote que apestaban. La hice llorar.
Estaba temblando, del susto me tapé la boca con las manos. No podía creerlo, Jinni estaba tan furiosa que me pegó la boca con un resistol que derretía la piel. Lamenté mucho haberla herido. Poco a poco, sus dientes verdes estaban cada vez más cerca. Este no era un intento de hablar, no quería decirme algo. Jinni y sus ochenta y dos dientes verdosos serían mi fin.
Samantha Carolina Torres Hernández (Guadalajara, 1996). Es una cándida pseudo-escritora que se dedica a la narrativa esporádica. Ha publicado en algunas revistas y es ganadora de dos concursos en el CUSur. Actualmente es añeja estudiante de la licenciatura en Letras Hispánicas del Centro Universitario del Sur.