POR ÁNGEL ALEXANDRO PORRAS ORTEGA
A riesgo de separar de su sentido global un fragmento de Trilce (1922), emprendo a continuación el análisis del poema III. Me apoyo en el argumento de Eduardo Gasca (2021) sobre esta obra de gran envergadura: “continuidad (de la obra en su conjunto) e individualidad de cada pieza integrante no constituyen términos irreconciliables” (p. 22). Acaso esta verdad de Perogrullo, aplicable a cualquier acto de análisis hermenéutico, sirva para mostrar los grandes vacíos y las muchas líneas que quedan por explorar en esta obra. Por lo pronto, quiero limitarme a este breve acto de análisis.
El poema III continúa la evocación del tiempo y del mañana como algo inasible, temas utilizados en Trilce II (Vallejo, 2015, pp. 53-54). Por otra parte, precede las quejas amargas ante el calor, el recuerdo y la ausencia, presentadas en el poema IV (pp. 55-56). Ahí se inserta la lamentación y la primera pregunta del poema III: “Las personas mayores / ¿a qué hora volverán?” (p. 54, vv. 1-2). De inmediato se percibe una voz infantil, la cual guía un discurso de descripción y apelación; es decir, se presenta una atmósfera particular (“y ya está muy oscuro”, v. 4), a la vez que se invocan tres alocutarios: Aguedita, Nativa y Miguel.
Así pues, se observa cierta reminiscencia de narración en el poema. Pareciera un relato en donde la voz narrativa en primera persona está dirigiéndose hacia unos narratarios silenciosos. De ahí las palabras de advertencia (“cuidado con ir por ahí”, v. 7) y la abundancia de imperativos en el poema. Sin embargo, la secuencia narrativa está incompleta y, por consiguiente, se han de rechazar las nociones de narrador y personajes. En este discurso se observa una apelación lírica, que construye una atmósfera de evocación.
¿Cuál es el espacio de este discurso? Una noche oscura, un corral y múltiples sonidos que acompasan la espera de cuatro hijos ante la ausencia de la madre (“Madre dijo que no demoraría”, v. 5). Tres de los hermanos son guiados por uno, el que adquiere la voz y la autoridad para aconsejar y reconvenir (“Mejor estemos aquí no más”, v. 13; “Ya no tengamos pena”, v. 15). Se trata de la voz de Vallejo, quien disimula su miedo y describe las circunstancias de la espera inquietante: “Da las seis el ciego Santiago / y ya está muy oscuro / Madre dijo que no demoraría” (vv. 3-5).
Desde su perspectiva se observa una situación de ansiedad, que termina por sugerir circunstancias particulares sin decirlas directamente:
cuidado con ir por ahí, por donde acaban de pasar gangueando sus memorias dobladoras penas, hacia el silencioso corral […] (vv. 7-10)
En todo el poema llama la atención la abundancia de endecasílabos, mientras que en este fragmento específico se escucha una secuencia de troqueos que semejan la alternancia entre la perspectiva preocupada de la voz lírica y su figura de cuidador. Más allá de esos aspectos, hay que reparar en la elección de las palabras para entender un poco más sobre el “escenario” del poema. Para este texto, evitaré los análisis que otros críticos han realizado sobre el pasaje citado más recientemente; en cambio, pretendo sustentar el sentido que encuentro en una palabra específica: dobladoras. Entiendo que Trilce simboliza una subversión del lenguaje, un arrostramiento del lugar común y una creación constante de significados. Pero encuentro en este verso un sentido concreto y que no permite el sesgo de una connotación particular. De acuerdo con María Moliner (1983), “doblador” tiene la acepción de un hombre que dobla las campanas, mientras que en la entrada de “doblar” Moliner recoge un significado que se combina a veces con la preposición “por” y a veces con la expresión “a muerto”: “tocar las campanas a muerto”.
Así pues, se entiende la circunstancia que ha obligado a la madre a distanciarse de sus hijos, al menos por un tiempo. Ese significado se sostiene por la textura de los versos siguientes. Para quien dude sobre la pertinencia del vocablo concreto, está la claridad de una aliteración subsiguiente:
[…] y por donde las gallinas que se están acostando todavía, se han espantado tanto. Mejor estemos aquí no más. Madre dijo que no demoraría. (vv. 10-14)
La recurrencia de oclusivas dentales en el pasaje es notoria. La intensidad que producen en las frases acaso se vincule con la imposición de una advertencia. No obstante, me inclino a pensar que, inserta en los versos 11 y 12, está una alusión a las campanas. Las dobladoras penas, mencionadas un verso más arriba, se ilustran en los versos siguientes con una especie de onomatopeya dentro de otros vocablos. El de Vallejo es un lenguaje sensorial, es decir, recurre a otros sentidos para complementar los significados. La subversión de su lenguaje a veces busca la incertidumbre y en otras una certeza vaga oculta en los fonemas. El segundo es el caso de estos versos.
En la siguiente estrofa se continúa con el discurso de recomendación. Los interpelados de la estrofa anterior siguen en el marco de referencia, y esta vez se hace uso del imperativo de primera persona del plural, que se había esbozado en el penúltimo verso de la estrofa anterior (“Mejor estemos aquí no más”, v. 13). Por consiguiente, la voz lírica emprende la tarea de aliviar la ausencia por medio de distracciones: “[…] Vamos viendo / los barcos ¡el mío es más bonito de todos! / con los cuales jugamos todo el santo día” (p. 55, vv. 15-17). La exclamación intercalada es, cuando menos, inusual, aunque no afecta en ningún momento la fluidez de la lectura. Llama la atención, en cambio, la omisión del artículo en el superlativo de la exclamación, aspecto con el cual se vuelve a inferir un registro infantil del lenguaje. Por otra parte, el discurso de la voz lírica recurre a la negociación y recuerda la circunstancia particular en que han quedado los barcos: “han quedado en el pozo de agua, listos, / fletados de dulces para mañana” (vv. 19-20). Motivados por un deseo común, los hermanos olvidan momentáneamente la pena de la ausencia materna.
En la penúltima estrofa el sentido concreto del poema se desvanece: la voz lírica parece haber convencido a sus hermanos, ya que afirma: “Aguardemos así, obedientes y sin más / remedio, la vuelta, el desagravio / de los mayores siempre delanteros” (vv. 21-23). El adverbio modal del primer verso indica que el comportamiento de los alocutarios se modificó, y espera que se mantengan “obedientes y sin más remedio”, es decir, se resignen. Sin embargo, la construcción remite a ese escenario lúgubre que se pintaba en las primeras estrofas. La inquietud se traslada al lector, pues ahora no se sabe si los mayores volverán. ¿En qué sentido son siempre delanteros? El verso 23 detona esa pregunta y obliga a una respuesta inquietante. Pronto la seguridad del hogar se convierte en un espacio de abandono:
dejándonos en casa a los pequeños, como si también nosotros no pudiésemos partir. (vv. 24-26)
La ausencia conduce a la soledad. En el caso de las primeras estrofas, se aliviaba por los alocutarios de la voz lírica, por más indefensos y necesitados que se vieran. Mas ese efecto se deconstruye con el avance del poema. Pronto la primera pregunta del poema se ve superada por la búsqueda de los interlocutores de los primeros versos: “Aguedita, Nativa, Miguel?” (v. 27). Aquellos que aliviaban la pena de la voz lírica terminan por partir también. Entonces, es necesario recordar que detrás de todo ese artificio estaba César Vallejo en la prisión de Trujillo. Sus ausencias eran intensificadas por la frecuencia de los recuerdos, y su ejercicio poético es una lamentación:
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad. No me vayan a haber dejado solo, y el único recluso sea yo. (vv. 28-30)
En el centenario de Trilce cabe pensar en los alcances de esa lamentación. El poema III, como uno de los menos herméticos de todo el libro, lleva un efecto particular que puede ser confundido con el de un short-story. Pero no existe una narración concreta en el poema, sino un “tanteo” frenético que emociona en su lamentación. De cualquier modo, los subjuntivos en la última estrofa detonan una esperanza, ya que indican posibilidad, no certeza. Por otra parte, es cierto que cada poema, aun en presente e imperativo, es una invocación posterior a la vivencia. En ese sentido, incluso cien años después, esta lamentación cumple su objetivo: todo poema es un acto ritual en el sentido de que se experimenta su vivencia con cada nueva invocación. En voz alta, uno apela a los pequeños hermanos y se vuelve Vallejo por un momento. Desde la cárcel de Trujillo, el poeta encontró ese único efecto que podía quebrar las cronologías y aliviar, cien años después, las dobladoras penas de su soledad.
Fuentes
Gasca, E. (2021). Para una lectura de Trilce. Ediciones Madriguera.
Moliner, M. (1983). Diccionario de uso del español. Gredos.
Vallejo, C. (2015). Obra poética completa. Biblioteca Ayacucho.
Ángel Alexandro Porras Ortega (Ciudad de México, 1995). Es licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Ganador del primer lugar en los Juegos Florales Ramón López Velarde, 2022, en la categoría de cuento. Algunos de sus textos de creación literaria han aparecido en las publicaciones digitales Marabunta, Tlacuache y El gallo galante. Actualmente cursa la maestría en Literatura Mexicana Contemporánea de la UAM-Azcapotzalco.