HACE UN MES

POR NOHEMI DAMIAN DE PAZ

Su aspecto era más de un fantasma cuando la joven apareció en medio de la cocina de su madre. Como era costumbre, ayudó a servir el desayuno de esa helada mañana, pero su mano izquierda soltó momentáneamente una de las tazas que contenía el café justo a unos cuantos centímetros de la mesa.

―¡Ángela! ¿Qué te pasa, mija? Ya derramaste todo el café en el piso… ¿Me estás escuchando? Ve y trae el trapeador, limpia todo este desastre ―ordenó la señora que seguía sosteniendo el sartén caliente con los huevos estrellados recién cocinados.

Ángela asentó levemente la cabeza y después regresó para limpiar aquel líquido que se había escurrido por debajo de la mesa. Sin embargo, seguía sin responder. Sus ojos miraban a la nada y sus manos temblaban.

―Buenos días, mija. Buenos días, amor. ¿Otra vez huevos estrellados? 

―Sólo hay esto, si no quieres, déjalos. 

―No, no, no estoy diciendo eso, es que creí que cocinarías lo que compré ayer.

―¿Esa cosa gelatinosa? No sé a cuál carnicería fuiste, Arturo, pero es obvio que te vieron la cara. Si vieras cómo batallé para meterla en el congelador, no solo tiene una consistencia extraña, sino que es muy grande para entrar en el refrigerador. Ya la tiré a la basura, era asquerosa.

―¡Guadalupe! ¡Sabes muy bien que en esta casa la comida no se desperdicia! Además, no quería decírtelo porque sé muy bien que no te agradaría la idea, pero qué más da, yo no la compré, ayer me topé con tu hermana de regreso a casa y me la dio. Dijo que deseaba compartirte la comida que repartió en el cumpleaños de su hijo.

―¡Con más razón debía estar en la basura! ¿En serio? ¿Aceptaste sobras? Esa nada más quería venir a restregarnos en la cara lo carísimo que fue el cumpleaños. 

―Ya deberías dejar el pasado atrás… ¿No te cansas de odiar a la gente? Tu hermana vino de buena voluntad hasta aquí solo para verte. No lo quieres ver, pero ella quiere hacer las paces contigo.

―¿Paces? Basta, a comer, ya me cansé de escuchar tonterías ―respondió mientras se sentaba a un lado de su marido y enrollaba con sus manos una de las tortillas que se encontraban envueltas por una manta bordada de frutas.

Ángela seguía sin responder. Sus ojos inertes estaban en una sola dirección: en ese par de yemas que parecían observarla. Tragó fuertemente saliva y unas lágrimas comenzaron a rodar en sus blancas mejillas.

―¿Qué ocurre, mi amor? Ah, ya sé, no te pongas así, sé que extrañarás la comida de mamá, pero ya sabes que puedes venir a visitarnos siempre que quieras… ¿O quieres comer otra cosa? Ahorita lo hago, solo déjame terminar…

―No es eso ―salieron las tres palabras como un susurro de sus labios quebradizos.

―¿Entonces? ¿No me digas que estás así por la boda? Sé que puede ser un poco abrumador, pero todo está listo, querida, no te estreses.

―Sí, cariño, no te estreses. De seguro está así por esa tonta dieta que le impusiste hacer sí o sí. Lupe, mira cómo está, está muy delgada y pálida ―reprendió aquel hombre a su esposa escupiendo pedazos de tortilla en su plato.

―Guarda silencio, no sabes todo lo que una de mujer debe sacrificar para verse bien. Y era totalmente necesario si quería entrar en el bellísimo vestido que le compramos. Debe estar nerviosa porque la boda es pasado mañana. 

―No, mamá, no es eso… Tuve un sueño ―ambos padres se voltearon a ver al mismo tiempo extrañados por la respuesta de su hija.

―¿Estás así por un sueño? ―dijo con cierto desdén la mujer que volvía llenarse la boca del desayuno que ya se había enfriado.

―Me soñé dentro de un pequeño cuarto blanco sin ventanas, pero con una puerta rojiza que abría Fernando… 

―Ay, mija, ya pronto lo verás en la recepción, probablemente lo soñaste porque no lo has mirado en un mes, es normal, cielo, lo extrañas ―la interrumpió su padre un poco orgulloso de su suposición.

―… él tenía en una de sus manos un ramo de girasoles. Al verlo, no pude evitar correr hacia a él y abrazarlo. La puerta se cerró estrepitosamente y busqué sus labios para besarlo, pero su sonrisa empezó a derretirse como si fuese una vela. Me asusté, lo empujé y él soltó aquellas flores que se esparcieron por todo el piso de esa habitación…

―Deja de decir sandeces, mija, come ―interrumpió su mamá que no observaba cómo su hija había entrelazado sus manos como si comenzara un rezo.

―… aquellas diminutas semillas cafés se convirtieron en mosquitos muy pequeños que volaban alrededor mío y de Fernando; después de un tiempo detuvieron su vuelo para posarse en las paredes del cuarto y poco a poco la claridad se fue extinguiendo casi por completo; comencé a hiperventilar mientras la cara de Fernando se seguía derritiendo. Los ojos de todos esos mosquitos reflejaban el rostro descompuesto de él y mi pecho agitado y uno de ellos se acercó a mi cuello solo para picarme. Intenté matarlo con la palma de mi mano, sin embargo, al instante comencé a sentir un fuerte apetito. Demasiado. Salivaba. Fernando seguía parado en el mismo lugar, derritiéndose, ahora la cabeza parecía una masa gelatinosa y sus hombros empezaban a desaparecer. Mi mirada se dirigió a sus dedos y de un mordisco le arranqué el dedo anular. Mis dientes trituraron sin esfuerzo la piel y el hueso y mi lengua saboreaba sin ningún tipo de asco su sangre. 

Al terminar de contar su sueño, Ángela escuchó las sillas contiguas ser arrastradas y cómo los platos, las cucharas y las tazas se empezaban a apilar en un rincón de la mesa. Ella no podía moverse de su silla, el miedo la estaba invadiendo al punto de sentirse paralizada. 

―Eso no fue un sueño, mi vida, fue una pesadilla, pero no te preocupes, no es para que te angusties de esa manera ―su padre intentó torpemente calmarla con aquellas palabras y la abrazó desde atrás, pero ella no podía sentirlo. Sonó el teléfono de la casa. La madre contestó y al final cortó la llamada mientras se tapaba la boca con la palma de su mano. Don Arturo se percató de su reacción y se acercó rápidamente a su lado. La mujer susurraba con lágrimas contenidas y el hombre canoso fruncía su frente cada vez más. ¿Debe presentarse mañana a la jefatura? Sí, dicen que es la principal sospechosa, la cámara de seguridad muestra cómo ella sale de ese cuarto de hotel que fue quemado hace un mes.

Nohemi Damian de Paz (Ciudad Juárez, 1995). Licenciada en Literatura Hispanomexicana y estudiante de Ingeniería en Manufactura por la UACJ. Ha publicado en las revistas Metáforas al aire, PalabreríasZompantle, Cuadernos Fronterizos, Comedia sin título, Revista Sangría, Cósmica Fanzine y Revista Lunáticas. Actualmente fue incluida en la antología Voces indómitas (Crisálida Ediciones, 2022).