EL DORSO DE LO VISIBLE | POR ANDROS E. R. AGUILERA

¿Quién se atreve a publicar poesía hoy en día? Es una pregunta retórica que se suele escuchar cada vez que sucede un evento relacionado con el arte del verso: lecturas en voz alta, presentaciones, ferias de libro independientes, performances, etc. Más insólito aún es escuchar sobre editoriales abocadas por completo a la poesía (o en menor medida con una colección fija y periódica). Se les mira con admiración y algo de inquietud en su empresa tan estoica como frágil. Por eso uno trata de seguirles la pista y apoyarlas con la compra de libros. El día de hoy quiero hablar de un caso en concreto, que es como un nenúfar en el pantanoso lago de la producción editorial en México: Espina Dorsal. 

Extravagante como sus autores, este pequeño sello tiene joyas ocultas. Fuera del círculo vicioso de los premios estatales y su tiraje limitado, física y espacialmente, Espina Dorsal ha logrado colarse por varios rincones del país, gracias a librerías (también independientes) y pequeños bazares. Aunque he de confesar que yo sólo me he hecho con un puñado de sus libros gracias a sus autoras, que han tenido la generosidad de enviarme sus poemarios por paquetería hasta la comodidad de mi hogar. Una experiencia que, por lo demás, recomiendo ampliamente a cualquier lector: procuren el trato directo con los escritores. Uno nunca sabe si recibirá una dedicatoria especial, directo al corazón. 

Pero basta de palabrería vacía. Hablemos de lo que importa realmente: la poesía, pura y llanamente, la poesía. Para ejemplificar la gracia de este sello editorial, quiero hacer mención puntual de dos poemarios que de inmediato se convirtieron en mis lecturas favoritas en lo que va del año: La hélice en rojo de mi corazón gravita (2022) de Melissa Niño y Nacieron flores en mi boca cuando olvidé tu nombre (2023) de Maira Colín. Ambos de extraordinaria belleza y temáticamente opuestos: el primero, comprometido con la transdisciplina para nombrar lo inefable (el cosmos), lo abarca todo; y el segundo, desgarrador en lo cotidiano y honesto en su simpleza, narra una angustia soterrada por el ambivalente deseo de huir y el deseo de quedarse (ya veremos que también es una ironía cruel).

Ambos poemarios ejemplifican a la perfección esa búsqueda por bordar más allá de lo evidente; lo que no se nombra, lo invisible, “la fijeza del sueño y del olvido” o “la transparencia gris”, a decir de Severo Sarduy. La mención del poeta cubano no es al azar, sino un intertexto perfecto para definir el poemario de Melissa Niño, pues en su búsqueda perifrástica del signo lingüístico, típica del neobarroco, Sarduy cifró todo el cosmos en un soneto:


Matta dibuja lo invisible: el viento,
la dimensión de lo desconocido,
lo que no captará ningún sentido,
ni tiene forma, ni conocimiento.

El golpe de lo inmóvil. El reverso.
La fijeza del sueño y del olvido.
La transparencia gris. El estallido
de una luz fósil: la del universo.

La curva del espacio. Hélice rota
de una galaxia que se apaga: emblema
del retorno al origen que desata

la energía más densa y más remota.
Incandescencia que se expande y quema
el universo que dibuja Matta. (1993, p. 67)

Ese trazo parabólico en el reverso del universo es lo que trataba de comunicar Melissa Niño en sus versos, como una “conquista del espacio”, y para lograrlo volvió a “apalabrar” la geometría, las “maneras de medir distancias” (p. 13). Así, halló la curva del espacio tal y como lo hizo Matta: “Somos, con el aspecto cambiante de los cielos, palabras desbarrancadas sobre la curva recta del horizonte al que tendemos” (p. 15). Entonces, desde los “abismos sin tiempo” y sus movimientos “retrógrados”, surge la “hélice rota”, al rojo vivo, es decir, el corazón de un robot que lucha con la indefinición de su nueva misión: libertad total para hacer la crónica del telescopio. Pero he aquí la contradicción primordial de toda búsqueda de sentido, que la voz lírica cifra en dos versos: “el deseo de hablar / sin habla” (p. 24).

Por algo, ese robot se siente tal y como se sintió la voz lírica de Manuel Maples Arce, hace ya un siglo, en otro poema geométrico, “Prisma”: “Yo soy un punto muerto en medio de la hora, / equidistante al grito náufrago de una estrella”. En el poemario de Melissa Niño, el robot se halla en: “Un punto muerto // un vasto punto / de oscuridad / sin borde / tiempo / ni persona // nos empuja hacia fuera” (p. 23). Ese empuje es el que nos abisma en el vacío centro de un gusano helicoidal, “propagador de nadas”, donde oscila el canto del cometa. 

Todo esto también nos atañe, porque el uso del plural y su lectura en voz alta nos introduce de lleno al corazón del poema: estamos, junto con el robot que está aprendiendo a nombrar, “atrapados en un infinito hoyo negro, al otro lado del lenguaje” (p. 29). De nuevo aparece la noción fronteriza de lo dorsal donde habita el yo lírico, pues después de cruzar este umbral se presentan las credenciales y se recuperan las postales. Ya lo dijo Maira Colín mejor que yo: “Dorsos de luz que / pueblan la soledad / que hemos dejado” (p. 41). 

Así que dejemos descansar “la geometría acústica del silencio” de Melissa Niño y pasemos a desmenuzar el nombre que se hace arena en la boca que lo invoca, otrora amado, pero ahora tan sólo es puro despojo y dolor, por lo que ya se ve venir el desplome, la singularidad que crea ese agujero negro del naufragio, donde los hijos “son el único punto / luminoso” (p. 37) o la estrella que grita. Por eso, no es de extrañar que el poemario inicie con una declaración que pretende retomar lo perdido, intención que es explícita desde el título, “Esto es mío”: “Voy a tomar / tiernamente / todo aquello que no / me fue dado” (p. 9). Porque la palabra, en el acto de nombrar, también posee. Este poemario es la apropiación del duelo que trae consigo una relación tormentosa, para asimilar el valor de huir y el trauma del irónico encierro sanitario. 

Sí, el poemario de Maira Colín se puede leer como una historia de pandemia. Hay un hilo narrativo sobre esto, claro, pero centrado en las emociones de la voz lírica, que apenas se muda con sus niños y empieza a tratar de darle sentido a sus ruinas, cuando sucede la temible pandemia que inaugura un doble encierro, por las restricciones sanitarias y anímicas. Al fondo de ese nuevo hogar, hay una voz donde todos duermen, sin sospechar que también “hay aves en las sombras / de [sus] manos” (p. 47). La figura de las aves es el reflejo de su angustia, pues cuando una se estrella en la ventana, la voz lírica se acerca, toma entre sus manos al guiñapo de alas rotas y sentencia: “No hay angustia mayor / que la de un ave que agoniza” (p. 48).

No obstante, la vida sigue su curso y la voz lírica tiene que acostumbrarse como todos nosotros lo hicimos a encontrar su propio paraíso en la limpieza aséptica, su propia luz (aunque artificial) para templar la voluntad y su particular forma de medir el tiempo (un fresno junto a la ventana y su puntual reacción ante todas las estaciones). Al final, el acto mismo de salir nos cuesta, pero lo afrontamos con la ferocidad de un puño de tierra en la boca y el deseo de “transformar / nuestras heridas” (p. 61). Finalmente, llega la comprensión de la paradoja vital: “no hay manera / de dejar una casa” (p. 62); no obstante, dejará de ser una llaga abierta en algún momento. Así surgen, en el dorso de la herida, flores con todo y espinas. 

Ésa es la búsqueda vital de la editorial Espina Dorsal: el reverso, la dimensión de lo desconocido, el retorno al origen y sus bordes inciertos. Por lo que la pregunta no debería ser quién se atreve a publicar poesía hoy en día, sino ¿quién es tan cobarde como para no publicar poesía en nuestros días?

Fuentes

Colín, M. (2023). Nacieron flores en mi boca cuando olvidé tu nombre. Espina Dorsal.

Niño, M. (2022). La hélice en rojo de mi corazón gravita. Espina Dorsal. 

Sarduy, S. (1993). Un testigo perenne y delatado; precedido de un Testigo fugaz y disfrazado. Hiperión.

Andros E. R. Aguilera (México, 1998). Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la FFyL-UNAM. Ha publicado reseñas, cuentos, poemas y artículos académicos en diversas revistas como Penumbria, Senderos Filológicos, (an)ecdótica, Revista Zur, Figuras, Irradiación, Casa del Tiempo, Weird Review, etc. Actualmente trabaja como docente a nivel bachillerato y como editor de una revista web.