A pesar de que la conocí en un bar de mala muerte, parecía perfecta. ¿Cómo iba a imaginar lo que sucedería después? Bailamos y nos besamos toda la noche.
En la mañana nos fuimos caminando al metro para abordarlo y luego tomamos un camión. Todo era normal hasta que llegamos a su casa. Entramos en su habitación y… ¡Oh, por Dios!
El cuarto daba la impresión de tener las dimensiones de un armario, gracias a unas amplias repisas atiborradas de todo tipo de peluches. Pisos y pisos de peluches cubriendo cada centímetro de cada muro, rodeando la cama. Recostarse ahí dentro provocaba la sensación de estar siendo observado. No había espacio para nada a excepción de la cama y, de hecho, se podría decir que los únicos muebles eran la cama y las repisas.
Lo hicimos. Tuvimos sexo y comenzamos a frecuentarnos en los días subsecuentes.
No quise darle importancia a la situación del cuarto y los peluches, pero sentía que algo no estaba del todo bien.
En ocasiones ella salía del cuarto y, aunque yo me quedaba ahí supuestamente a solas, casi podía sentir a los peluches mirándome, inhalando el mismo aire que yo exhalaba.
Pronto nos hicimos novios y cada vez pasábamos más tiempo dentro del cuarto, sobre todo yo. Ella siempre encontraba excusas para dejarme con los peluches. Decía que los demás inquilinos no podían enterarse de que me metía y, menos aún, de que me invitaba a pasar la noche.
Jamás olvidaré la primera vez que me mostró la bacinica. Era una especie de cubeta con forma de inodoro en la que yo tenía que hacer mis necesidades. Suena extraño, lo sé. Es raro cómo te puedes acostumbrar a ciertas cosas cuando el proceso es paulatino.
Con el paso de los meses, ella incluso comenzó a alimentarme. Dejé mi trabajo y ya casi no encontraba razones para abandonar la habitación.
Al principio pusimos una pequeña mesa a los pies de la cama para que yo pudiera jugar videojuegos mientras ella se iba, pero me aterraba la idea de que los peluches me observaran por la espalda, así que prefería recostarme en la cama y ver de frente a todos esos perritos, changuitos, ositos y elefantes.
Ella iba y venía y yo siempre estaba ahí como si le perteneciese.
Comencé a verla cada vez más grande y todo crecía a mi alrededor. La cama era enorme y la distancia al techo kilométrica. Y tenía que dar quince o veinte pasos para ir de un lado al otro de la cama.
Un día ella me tomó, me colocó en un hueco que había en una de las repisas y se fue sin decir nada. Escudriñé el panorama y me encontré rodeado por los peluches que ahora eran de mi tamaño… o yo del suyo. Y ellos me miraban. Giraban sus cuerpos y sus cabezas hacia mí. La situación debió haber sido tan clara para mí como lo era para ellos, pero resultaba demasiado surreal para aceptarla así sin más.
Se hizo de noche y ella entró en la habitación con un hombre al que llevó a la cama. Yo y los demás peluches los observamos en silencio desde las repisas.
Toltekatastali [Walter Viadana] (CDMX, 1993). Nació en la Ciudad de México y aún sigue creciendo. Estudió para diseñador gráfico en la UAM Azcapotzalco y lleva una década diciendo que lo es. Después de escribir algunos artículos de divulgación, participar en debates y publicar un libro sobre astrografía de manera independiente, decidió volver a nacer con el nombre de Toltekatastali para retomar su pasión por la expresión artística en cualquiera de sus formas.