Con el actual avance de los distintos productos culturales que utilizan y derivan de la Inteligencia Artificial para crear mundos virtuales, incluso hasta llegar a ser más reales que la misma cotidianidad ―por lo paradójico que resulte―, viene bien preguntarse ¿qué hace ser a un individuo una entidad única e irrepetible en un contexto como el que se vive en la actualidad?, ¿o es que el yo nunca ha correspondido a una única entidad para su composición? Podría intuirse en este par de cuestionamientos la aparición de una suerte de aureola romántica por creer en la pervivencia de un yo incorrupto por el contexto y en constante lucha por permanecer libre de imposición alguna, y quizá ser férreo con la idea de no dejarse amedrentar por el constante bombardeo que ―y por citar tan sólo un ejemplo de los muchos con los cuales interactuamos día con día― son las redes sociales y los elementos que traen consigo para colocar a las personas como mera mercancía tanto delante de la mirada propia como de los otros con los que se juega en esa concepción de lo virtual. Una nueva configuración de percibir la realidad, quizá dejando de lado esa distinción que se hacía del individuo, el cual fue planteado desde la Antigüedad como aquellos seres que deben su dinamismo en la vida a una paleta de emociones que conforman un plano anímico por el contacto realizado con lo que les rodeaba y a partir de ahí desarrollar la capacidad racional que se poseía para identificar por qué sentir y actuar de una manera u otra ante un estímulo externo. Y es que pareciera que la ficción ―en un sentido amplio y transversal del término― nos gobierna de tal forma que, como una representación más, nos asemeja al constructo de una idea que surge a diario en nuestra misma imaginación-realista, una personalidad variable y acorde con un momento en específico, pero que sólo se distingue en su superficialidad, siendo claro el abandono ―por más dramático y catastrófico que pueda leerse― de esa esencia que apercibiría a un yo de sí mismo con un valor primigenio e irrepetible, ¿pero es verdad que ocurre de esa manera?
No es casual que Don Quijote de la Mancha, ese viejo que actuaba como caballero y con una cordura tal que podía dominar la supuesta locura que padecía, acción que causaba sorpresa e incomprensión a quien estuviera delante de sus ojos, fuera el primer avatar de la historia moderna creado desde una materialidad palpable, una recreación que parte de la imaginación y que ostenta la aptitud de interrelacionarse con las figuras de carne y hueso de esa dimensión inventada por Miguel de Cervantes, sobre todo en la segunda parte de las aventuras del caballero en donde todo es teatro, una simulación de ser y aparentar, bajo distintas connotaciones significativas, un estar en un plano sustraído de veracidad total. Ese ser de ficción se convertirá, desde ese momento, en la gran broma del escritor alcalaíno y con la cual aún somos varios los engañados ―al menos así lo pienso―, pues somos testigos de cómo en el momento final de su vida sigue representando un papel, llevando su actuación a su última consecuencia, pues el concepto de ‘decoro’, que bien sabía el viejo manchego debía ser parte esencial de su naturaleza, no podía trastocarse, y que pervivió aun estando en cama y en el acto que significaba despedirse de aquellos que compartieron con él su mundo, no sólo el supuestamente real, sino el virtual que representó en todo momento hasta el último suspiro de su existencia. Este ejemplo nos habla de la concepción de esa Temprana Modernidad en la que los individuos comenzaban a preguntarse quiénes eran, cuál era su razón de ser en un cosmos que les parecía caótico y que iba a un ritmo tan acelerado que vieron en la idea del engaño y desengaño la respuesta para tratar de comprender, o al menos acercarse a un entendimiento más profundo, de lo que trataba la vida en un momento de crisis y de cambio en donde el conjunto de todo lo existente y la realidad, tal como aparentemente funcionaba, dejaba de hacerlo para dar paso a algo que superaba su capacidad de raciocinio durante el siglo XVII.
Este hecho meramente ficcional, pero que parte de una preocupación real de una época histórica determinada como fue el Barroco, está muy próximo a lo planteado en las primeras décadas del siglo XX por quienes mostraron una constitución distinta del mundo y, por ende, la apreciación de éste. La teoría cuántica y la medición de partículas abría la posibilidad de entender el tiempo de otra forma, y se convertiría en el elemento clave para mensurar la posibilidad de unidades creíbles y aceptables en su existencia a pesar de lo mínimo de su condición. Hay que recordar lo postulado en la Teoría de la incertidumbre de Heisenberg, quien avisó sobre un comportamiento singular de las masas pequeñas que al desplazarse en distancias diminutas dificulta la disposición de su cálculo, pues ese movimiento realizado no corresponde a un número determinado que responda a su cuantía, sino a una fragmentación y discontinuidad temporal, además de un gasto de energía presente y el sentido volátil en la misma composición de la partícula derivado de su dinámica. Este argumento marcó una ruptura entre una visión tradicional y otra que aparecía con fuerza, un tránsito de pensamiento que veía en la indeterminación una presumible vía de solución para asimilar la estructura del mismo universo, pues, incluso, desde estos postulados que radicalizaban una disciplina se intuía la existencia de los agujeros negros. Lo curioso de este caso es la resolución experimental que se llevó a cabo para la demostración de tales afirmaciones, lo que se acerca mucho al concepto de fingimiento de entidades que no existen, pero que se configuran a través de un supuesto, es así como la aparición de hacer un experimento posible con la imposibilidad de producirlo por razones prácticas y materiales tecnológicas de aquel momento adquiría relevancia. De ahí que el guiño del plano ficcional no parezca un absurdo; al contrario, parecería que la creación de escenarios imaginarios contiene la facultad de volverlos reales bajo ciertas convenciones preestablecidas, ayudando a la comprobación de uno de los avances científicos que marcaron la historia de la humanidad y su percepción de la realidad, y con la que interactuamos en la actualidad.
Estamos ante dos perspectivas duales que se diferencian una de otra, pero que coinciden con el mismo objeto de experimentación: crear sustantividades operativas que dan fe de una resolución ante la problemática de la existencia de elementos que por su misma falta de sujeción producen eventuales estadios de interpretación de la verdad y, en consecuencia, una unidad temporal distinta a la percibida por algo o alguien externo a ésta. Por un lado, una entidad ficcional, un personaje literario que logra trascender su subsistencia palpable para crear una alternativa dentro del mismo plano de realidad de convivencia que mantiene con los otros actantes que son parte de la ficción, aunque para estos últimos no haya un entendimiento de ese mundo otro que se dinamiza con la percepción sensorial de la entidad virtual materializada en Don Quijote, pues su movimiento, al tratar de ser descifrado por otras miradas, no corresponde con su dinámica de acción de estos últimos, lo cual caracteriza el traslado de esta figura virtual distinta a la actividad temporal que le rodea y, como resultado, altera constantemente el espacio de interacción de las perspectivas de los personajes y del mismo lector causando sorpresa y perplejidad que tienden al humor. Y, por otro lado, en el plano de la ciencia, la energía que contiene una partícula se significa por su tránsito natural, imposibilitando ejecutar una medición que ayude a un balance entre tiempo y espacio armónico, una oscilación que no fija un margen determinante de la profundidad temporal, lo que dificulta obtener una imagen precisa y en tiempo inmediato, pues el presente carece de un principio desde este postulado, con lo que no se puede revelar un futuro si el inicio está definido por lo cambiante que resulta el acto de concebir un espacio estimado para una magnitud física que se caracteriza por su consecuente transcurrir o duración discontinua y fragmentaria, recurso al cual se insta para describir un orbe cuántico formado por una profundidad que va más allá de la mera sensación de saber que algo se encuentra ahí.
La acción de codificar y descodificar información, de esta manera, tanto de un personaje de ficción como de un supuesto posible sustentado a través de algoritmos y operaciones matemáticas ―que se comprobaría funciona así un siglo después―, parecían haber revelado la sustancia que conforma el ensayo de unir contrarios en una sola identidad y entidad cuyo rasgo principal es lo mudable. Un variopinto conjunto de componentes que revelan las dimensiones con las que la realidad se muestra en su estado más puro, pues no sólo se conforma de una tridimensionalidad para su visualización en el espacio, sino de una variabilidad de magnitudes medibles que ofrecen diversas posibilidades del ser y estar de un individuo en una multiplicidad de planos. Y es aquí donde el puente que se intenta trazar con la actualidad adquiere un peso fundamental para comprender un nuevo cambio de paradigma en donde la ontología de un yo obtiene un nuevo valor semántico artificial derivado de un proceso intelectivo, consciente o no, en el que la expectativa y una narrativa necesaria aparecen para una delimitación de la identidad, convirtiéndose en proporcional al accidente que significa salir de la propia existencia. Una premisa que subyace tanto en la física cuántica como en la tecnología perceptiva de la imaginación cuya naturaleza siempre se ubica más allá de la misma materialidad con la cual tratamos de construir una verdad.
Es por ello que la Inteligencia Artificial nace de un deseo por querer interpretar la totalidad del mundo, enseñar bajo distintas facetas posibles un todo que parece no tener fin, aunque no está limitada a este postulado. Pero esta premisa parece que la entendió y puso en práctica Cervantes con su prosa, intuyendo la existencia de un universo paralelo, multimodal, en donde el movimiento de su entidad ficcional trata de explicar a un yo que la acción de simular un proceso cognitivo propio y múltiple de existencia puede manifestarse en distintas unidades de tiempo y espacio, de comprensión de una verdad. Una naturaleza que parece emular la mirada a través de un caleidoscopio incesante, incluso con una movilidad discontinua en donde la locura y la cordura serán el mero pretexto para indagar sobre las posibilidades de la superposición de distintas realidades y, si se quiere inquirir así, muy a la manera cuántica en donde el dinamismo de una partícula, en su constante viaje energético, demuestra cómo la espacialidad determinada por el fragmentarismo temporal se explica por el cambio mismo de su estado posicional, abriendo la perspectiva a tal grado que la interpretación lógica carece de fundamento tanto exploratorio como por la concatenación de un encadenamiento causal.
Hoy, en el siglo XXI, al mirar los sucesos que pasan a nuestro alrededor, se alcanza un mayor sentido de contemplación del mundo desde un punto de vista incierto, en donde lo imposible permite la pauta de que suceda lo posible, en el juego de ser uno distinto a través de la ficción que habitamos en los soportes de comunicación actuales, ya sea configurando un carácter virtual en las redes sociales o en las fracciones narrativas que representan cómo deseamos ser percibidos por alguien más en el ecosistema digital, ejemplos que tuvieron una base y fundamento en la literatura de entretenimiento y en la base conceptual científica que nos ayuda a comprender si la verdad es tal como la pensamos o simplemente responde a esa ficción que tanto anhelamos alcanzar para su realización.
Juan Pablo Mauricio García Álvarez (Ciudad de México, 1982). Doctor en Literatura Hispánica por El Colegio de México. Actualmente es profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa y de SAE Institute México. Las líneas de investigación que desarrolla son la literatura medieval y del Siglo de Oro español, narrativa hispanoamericana y literatura híbrida experimental del siglo XXI. Se interesa por el estudio de los sistemas de pensamiento de la Temprana Modernidad y la actualidad.