Después de la niebla, la oscuridad.
Todos los días huyo de ella, todos los días me resisto. Ya antes quise abandonarme a sus ruegos y caricias, más allá de la razón y la prudencia: quise fundirme en el torrente eléctrico, en el desordenado griterío de mis neuronas, activar todas las conexiones y reírme en azul, reír a carcajadas inconexas y sacarle la lengua socarrona y grotesca a la vida.
Se avecina una tormenta.
Oigo y atiendo mil voces que gritan, lloran, ríen al mismo tiempo: rabia, dolor, sinrazón, miedo, alegría se agolpan en mi garganta, que se desagarra en carcajadas locas, ahogadas por el aire que no alcanza, por la saliva y el llanto.
Se avecina una tormenta.
Hoy es el día. Seré oscuridad, sombra que se alimenta de idea y delirio, de mundos imaginarios. Sombra que todo lo engulle y todo lo transforma. Sombra revuelta, sombra de agua salada. Me dejo ir y el deseo me lleva. Deseo extraño, persuasivo, desbocado. Deseo de no vivir más para la prudencia y la mesura; deseo de no fingir y forzar un equilibrio imposible.
Se avecina una tormenta:
implacable
maligna.
Tormenta preludiante de presencias rojas y orgullosas que exigen reconocimiento: es la oscuridad que habita en mí y que nunca me abandona, mi parte de noche, sombra que reclama su reino y que al fin me atrevo mirar a los ojos… y nombrar.
No huyo más.
Me presento completa frente a ella y la recibo.
Madre amorosa,
se me echa encima:
cálida
suave.
Es abrigo de lobo, herencia animal que me arropa y me acaricia mientras destripo con lujuria lo que me resta de decencia, de mujer civilizada.
Y así, llena de sangre, lágrimas y sudor, los ángeles retroceden ante mi aroma y me observan desde las alturas, asqueados por esta monstruosidad tan real, tan mía. No toleran que me aleje del camino, que abrace la oscuridad vil, la animalidad que tanto me esforcé por ocultar, por recatar. Me piden que vuelva a la luz, me piden que vuelva a la niebla.
No los escucho.
Yo recorro otro camino,
un camino de perfección,
sin ángeles, sin nieblas, sin luces.
Yo recorro otro camino.
Un camino de fango y de sangre
Un camino de perfección sombría
porque esta oscuridad que en mí reside,
es innegable y plenamente mía.
Ana Fernanda Aguilar Alatorre (CDMX, 1987). Profesora e investigadora egresada de la Licenciatura en Estudios Latinoamericanos y de la Maestría en Literatura Latinoamericana de la UNAM, así como del Doctorado en Literatura Hispánica de El Colegio de México. Ha publicado algunos artículos y cuentos en medios mexicanos. Sus líneas de investigación se centran en la literatura cubana y la ciencia ficción actual.