ALGUNAS NOTAS SOBRE EL IDEAL ANDRÓGINO | POR DANIEL ZÁRATE

  • Cuando Platón puso en boca de Aristófanes el mito de los tres eros, el cometido principal era ridiculizar al autor de Las nubes. Sin embargo, dos mil años después, la historia sobre los hijos del sol, la luna y la tierra ha prevalecido, transformándose en un lugar común, en un símbolo, en un ideal: la media naranja. Resulta un tanto lamentable que uno de los elementos más encantadores dentro del mito haya permanecido tras bambalinas, en las sombras o viviendo en la periferia de la cultura occidental. Esta figura es la del andrógino. 
  • El ideal andrógino puede ser localizado en culturas tan disimiles. Por ejemplo, la deidad Ardhanarishvara representa, en el hinduismo, la integración de lo masculino (Shiva) y lo femenino (Parvati) en una sola forma divina; o la concepción taoísta del yin y el yang. Además, algunas corrientes judías consideran que Adán participó tanto de la feminidad como de la masculinidad pues representa a la humanidad en general, «varón y hembra los creó» reza el versículo. Pese a las divergencias, lo que confluye en el ideal andrógino son conceptos como totalidad, armonía, integración, unidad, pero al mismo tiempo, tensión. 
  • El ideal andrógino no remite a la superación de los contrarios, como si lo masculino y lo femenino fueran dos fases que se deben disolver. Más bien, refiere a un flujo constante, en el cual el movimiento no cesa. El ideal andrógino se interesa por el intercambio de energías entre dos polos. Durante la época alquímica, el andrógino se convirtió en un símbolo del movimiento constante y unificador de lo masculino y lo femenino, un paso eterno hacia la iluminación espiritual. Como ideal, lo andrógino se tiene que servir de medios expresivos acordes a lo representado. El lenguaje de la física resulta más acorde para describir el anhelo de concordancia presente en el ideal andrógino. Una metáfora tosca como la guerra no se presta atractiva para capturar la esencia de la androginia, aunque en sí misma aluda a un sinónimo de reconciliación, es decir, la paz.
  • Los seres humanos vivimos irremediablemente dentro de un arma de doble filo. Un filo se refiere al ideal de la feminidad, el cual engloba conceptos como la delicadeza, el desbordamiento de los afectos, las tareas de cuidado, y ha estado restringido, históricamente, a las mujeres; otro filo contempla el ideal de masculinidad, un conjunto de características como la virilidad, la asertividad, el coraje y la tosquedad. En medio de estas tensiones se abre una fisura que muestra la posibilidad, ínfima y patética, de habitar ambos polos. El ideal andrógino es conflicto y consenso; brusquedad y elegancia; tragedia y catarsis; instinto bélico y anhelo reconciliador. Lo andrógino es la promesa de redimir las cargas morales y políticas de lo femenino y lo masculino, para transformarlas en su otro, categorías estéticas. 
  • El ideal andrógino es una forma de aparecer en el mundo, para las demás personas y para nosotras mismas. La filosofía, y por ende otros tantos sistemas de pensamiento, desprecia las apariencias. Desde que Platón denunció al mundo fáctico como un juego de sombras, los filósofos se han preocupado por reflexionar por el «más allá» de lo que aparece. Sin embargo, el ideal andrógino sostiene, de manera radical, la primacía de la apariencia. Al realizar esta inversión en la jerarquía, lo andrógino repudia «eso» que «supuestamente» sostiene las divisiones de género y las cargas sociales que implican, ya sea el sexo, los cromosomas o el mito de la feminidad y la masculinidad. El ideal andrógino como categoría estética sabe que Ser y Aparecer coinciden, pues todo lo que está vivo tiende a exhibirse; por lo tanto, no caben preguntas metafísicas sobre el fundamento de lo andrógino. La vida del andrógino se justifica en su forma de mostrarse. En su apariencia trastoca todo lo dado, impide definirse del sentido clásico del término, y sólo exclama «esto es lo que hay».
  • En la actualidad, un tipo de pensamiento transita por los bordes del ideal andrógino, «lo queer». Las teorías queer proponen una forma de vida disruptiva, la cual se despliega en las fronteras del status quo, es decir más allá de lo femenino y lo masculino. Las teorías queer no invierten las jerarquías, las destruyen; habitan el no-lugar; proponen lo indecible, y no se preocupan por las categorías. La ética, la estética, la política, la historia y toda forma de psicología estandarizada quedan desterradas del imaginario queer. Comparadas con la teología judía, las teorías queer hacen realidad la prohibición de la imagen, el propio aniconismo se hace presente con el adjetivo «queer». Éste no puede ser rellenado con conceptos como «bueno» o «malo»; «bello» o «feo»; «masculino» o «femenino», la afasia total. Por el contrario, el ideal andrógino está arraigado en una convicción básica: somos del mundo y no sólo estamos en él; somos apariencias por el hecho de llegar y partir, aparecer y desaparecer; y aunque venimos de ninguna parte, arribamos a un mundo que sobrevivirá gracias a su pluralidad, su estética.
  • El ideal andrógino encarna una forma de habitar dentro del mundo y sus polaridades, las armas de doble filo inherentes a la vida dada bajo las condiciones de la Tierra. No se interesa, como parecen proponer las teorías queer, en vivir en las fronteras. Algunos ejemplos del ideal andrógino son: Notas sobre lo camp de Susan Sontag; la palabra hebrea אדם; Ser Andrógino de Remedios Varo; Twiggy, David Bowie y Tilda Swinton; La hermana secreta de Angélica María de Luis Zapata; los 33 grabados alquímicos de Kwen Khan Khu; los k-pop idols; Tía Nela de Enrique Serna; la mayor parte de los BL asiáticos y sus derivados como el yaoi; Séraphîta de Balzac; los fem y las tom boys.
  • Después de la ruptura radical que los movimientos totalitarios representaron para nuestros sistemas de pensamiento, Hannah Arendt expresó la necesidad de «pensar sin barandillas», es decir, sin un conjunto de valores, ideas, de firmes líneas de guía. Pensar sobre el ideal andrógino implica estar obligado a forjar, reencontrar y habitar imágenes sin puntos estables. Pensar el ideal andrógino desemboca en una preocupación por el mundo.

Daniel Zárate (Ciudad de México). Es licenciado en Filosofía por la Universidad Autónoma Metropolitana, Universidad Iztapalapa. Graduado con el trabajo de investigación «Sobre el concepto de “vita activa” en Hannah Arendt». Ganó el primer lugar en la categoría de Ensayo Creativo con el texto “Más allá de la metáfora”, de la primera edición del Concurso de Escritura Creativa Nadie hablará del sida cuando estemos muertxs, otorgado por Inspira Cambio A. C. El texto fue incluido dentro de la compilación Relatos Víricos: Antología Seropositiva vol. 1.