dedicado a María, mi madre
Será por ensalmo que todavía en los suelos yermos, en los barbechos, el grano no muere. De tu lumbre procede la potestad de arrojar luz sobre los sepulcros. Y lo brindado desde tu sitio es el sembradío de la blancura…, es el platinado arabesco de las arenas posadas sobre nuestros cabellos. Partiremos tierra adentro, para de alabanzas decorar el telar, para en los cantares de gente sin fe introducir nuestras devociones. Todo es suficiente porque todo es llegada, bajo la dirección de tu amparo. Ser hijo, una vez más; ser, de una vez el hijo de tu amparo. Pródigo, próvido. Débil y pequeño, pero díscolo. Ha sido justo salir del huerto, pues la gran hortaliza, allí, no obtuvo las atenciones que requirió. Y es que aún éramos tan inquietos como para descubrirnos oficiantes. Fuimos tan celosos de los logros ajenos que no pudimos reconocernos cuidadores de la casa en la que, todos por igual, entregamos nuestros sueños. No supimos ser hijos. No supimos ser hermanos. Sin embargo, ningún retiro abandona la intuición aprendida durante el instante mayor, aquel día de grandeza. Nada por afuera de tu extensión se ubica, y nada por completo en ti se adentra. Nos bastarán los contornos para amarte. Eres atmósfera total. Eres el sonido infinito del Mundo. Eres Sol. Eres la piedra quebrada, erguida sobre las cenizas. Eres la potencia capaz del Don.

Eloy Marquez (La Plata, Bs.As. Argentina, 1999).