Un sol enjaulado, un sol que hace estallar, por su expansión, las columnas compuestas que lo circunscriben y pretenden delimitarlo y que desaparecen literalmente ante tal riqueza Alejo Carpentier Yo soy una persona que adora la estética. Me encanta Rubens. Me encanta el Barroco. Qué bonito esos grabados. Manuela Trasobares
Podemos decir que lo Barroco es Kuir y lo Kuir es Barroco. Ambas palabras nacieron con la misma estrella y finalidad: para humillar. Pero se transformaron en la antípoda, en una contraconquista, encaramiento a la afrenta. Esto me lo hizo visible mi amigo Meny en los primeros años universitarios que compartimos. Fue quien me introdujo al mundo de ambas palabras, todavía cuando él ya era barroco, pero fingía que no kuir y yo ni kuir pero tampoco barroca, o quizá sí, ya éramos todo eso y nos lo ocultábamos. De ahí mi fijación, por el cariño que le tengo y por cómo nos reunimos a través de las lecturas lezamianas.
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Lo Barroko es lo extravagante, el Kuir también. Lo Kuir es lo raro, lo feo, lo visiblemente incómodo, el Barroko también. Podría preguntarme: ¿se puede ser Kuir sin ser Barroco? Creo que la respuesta sería negativa. Pero habría que realizar una serie de disertaciones para que pudiera ser más claro por qué.
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Para pensar en lo Kuir y en lo Barroko tendríamos que detenernos un poco en consideraciones sobre la importancia del lenguaje. Pero no pensando el lenguaje como palabras sino como todo lo que comunica algo: un saludo, una hoja seca de una planta en nuestra casa, el olor a tortillas de harina recién hechas, combinado con la fragancia del laurel de un asado próximo a servirse. Todo ello nos dice que alguien quiere interactuar, que la planta necesita mayor cuidado, o que hemos llegado al hogar. La comunicación puede ser intencional o no. En el Barroco y lo Kuir la intención es emblema. Hay un uso de los sentidos para plantearse frente a lo establecido. Ambas identidades son hipersensoriales y revolucionarias. De este modo la separación occidental cuerpo y alma pierde relevancia aquí, el cuerpo es el centro, la identidad, el significante primero. Y es a través de él y el artificio que comunicamos nuestro desacuerdo. Desacuerdo en instauraciones y discursos de odio, en imposiciones dicotómicas que nacen como formas culturales, pero se imponen como leyes. Y las leyes castigan a quien es diferente. De esta manera, la sexualidad y la identidad no hegemónicas tienen que ser, por excelencia, barrocas. Recordando también que el concepto “no hegemónico” es dinámico y se transforma.
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El artificio en Severo Sarduy se manifiesta de tres formas: sustitución, permutación y proliferación. Se definen como intercambio de un significante por otro, unión de un significante con otro, intercambio de un significante por una cadena de significantes, respectivamente. En conclusión, nada es lo que parece: simulación (pero tratemos de dejar el lado negativo del término) y virtualidad. Lo Kuir sustituye, permuta y prolifera –lo que decida hacer el personaje Kuir– el binarismo de género impuesto a los cuerpos, que son tan diversos. Permuta los valores, hace una apropiación del ser y el placer en la que la violencia no les arrase, no destruya. Contextualizando más, se puede decir que, durante la década de los setenta, el camagüeyano comienza a escribir una serie de ensayos que cumplen la función de sistematizar el Barroco como un modelo de interpretación simbólico y estético. El contexto en el que nacen estos ensayos se nutre del posestructuralismo de Roland Barthes, el psicoanálisis de Jacques Lacan y el antidescriptivismo de Saul Kripke, por mencionar un par de ejemplos. Algunos sirven de fuente en el trabajo de Sarduy (Barthes y Lacan, por ejemplo), con otros tiene coincidencias de interpretación muy notables (Kripke) que generan preguntas que buscan encontrar la causa de dichas coincidencias. Aunque no todas son precisamente “coincidencias” y he ahí el aporte sabor a cubano, latinoamericano. Creo que Severo Sarduy formuló a la “loca kuir barroka”, a diferencia del “señor barroco” lezamiano.
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El cuerpo del sujeto como parte de la identidad es un tema fundamental que Sarduy busca interpretar y comprender; pero, para llegar a este juicio, resulta necesario también ser consciente de la proliferación que caracteriza y constituye al cuerpo desde el frente simbólico, es decir, desde el lenguaje, como mencionaba líneas antes. Hay en la filosofía de Severo Sarduy una relación intrínseca entre la materialidad, la física (a través del cuerpo humano) y la abstracción del signo lingüístico, misma que sostiene la ontología de los sujetos desde su imagen, su deseo y la imagen de su deseo. Así, no parece carente de sentido pensar la cercanía de este pensamiento con el psicoanálisis que daría inicio con Freud, quien era consciente de la importancia del significante en el atrofiamiento de partes del cuerpo por problemas psíquicos, es decir, originados por el trauma, por ejemplo, y encontraría un eco en psicoanalistas como Jung y Lacan. Ahora bien, utilizar y sistematizar el Barroco como medio para interpretar el cuerpo, la palabra, el cuerpo de la palabra y la palabra del cuerpo es una de las mayores aportaciones que hizo Severo Sarduy al pensamiento latinoamericano. Este sistema se sostiene en la importancia que tuvo la modernidad que surgió en el Renacimiento con los cambios cosmogónicos del geocentrismo al heliocentrismo, primero, y después con la comprensión de los movimientos elípticos sustituyendo a los circulares, según Johan Kepler. Así, Severo Sarduy considera de suma importancia esta evolución científica para una evolución simbólica que se manifiesta aún en los setenta. Es así como, en sus ensayos, especialmente el de “El Barroco y el Neobarroco”, crea la propuesta de sistematizar y restringir un modelo interpretativo desde el Barroco en su contexto que permita hacer una lectura del arte latinoamericano de la segunda mitad del siglo XX. Es en este sentido en el que encuentro una clara relación con la hermenéutica analógica propuesta por Mauricio Beuchot, por ejemplo, quien intenta mediatizar tanto el univocismo de la época positiva, es decir, la restricción de la verdad a una sola, así como el equivocismo que se enraíza en la posmodernidad y orilla al sujeto hacia el escepticismo por el exceso de verdades y su relatividad. En ambos sistemas de interpretación la analogía es fundamental, Sarduy la hereda por Lezama Lima, por supuesto, y su sujeto metafórico. En las palabras de Severo se ve una clara intención de utilizar el Barroco como medio pertinente para entender el arte y la identidad latinoamericana, explicar sus inquietudes, orígenes, transformaciones. Y una de esas inquietudes, indudablemente, es la relación entre la sexualidad y el género como aquellos que ayudan a delinear una parte importante de la identidad de los sujetos. Creo que este modelo nos puede servir como punto de partida si leemos con apertura nuestro contexto y lo que hemos cambiado; por lo tanto, el modelo servirá en tanto se reformule.
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De este modo, el artificio que mencioné antes dividido en tres manifestaciones forma parte de los valores de este sistema: el cuerpo sustituido, proliferado y permutado. Lo mismo ocurre con los nombres, cuerpos simbólicos que nos acompañan desde que entramos en la esfera del lenguaje. Desde los inicios de la filosofía como campo epistemológico, hemos mirado y reconocido al lenguaje como una esencia del ser humano. No importa el paradigma filosófico, tiene su terreno indestructible. Pero no solo la filosofía ha preguntado y expuesto su existencia, otros conocimientos reconocen su valor: la ciencia, la religión, la magia. Asimismo, la fuerza de este radica en su signo mutable. Si bien la mutabilidad es parsimoniosa, existe. El lenguaje sirve para el sostenimiento físico del ser, pero no solo para ello, sino también para la confirmación de su existencia. Durante y posterior a las Grandes Guerras del XX, la filosofía del lenguaje buscó llenar el vacío que habían implantado en quienes vivieron dicha experiencia. Por ejemplo, Heidegger trazó el término de dasein, dándole el significado de quien puede cuestionar su existencia a través de la palabra y conformar su identidad por medio de ella y confirmarla también. La lengua ha sido un pilar para las diferentes culturas por su capacidad de abstracción. Las transformaciones formales en ella son más perceptibles que otros lenguajes, debido a su capacidad de prevalecer a través de los años de manera física. La palabra en nuestra esfera es oración, invocación. Desde la perspectiva lacaniana nos inserta en lo simbólico, como mencioné antes, y es colectiva: unidad entre quienes la habitan y prisión a esa unidad. De este modo, lo Kuir a través de su construcción nos dirige a esa identidad colectiva de la que somos parte por medio de la palabra que la configura, de una comunidad barroca y kuir. Por lo tanto, retomando el hilo desde el que comenzamos esta reflexión: el lenguaje y la palabra, si son Kuir y Barrocas, deben ser artificiosas. Sustituir, permutar y proliferar la oración y la invocación: también el cuerpo.

Graciela Solórzano, (Ciudad Juárez, 1994). Estudia el doctorado en Filosofía en la UACJ. Es docente del Colegio de Bachilleres. Obtuvo una mención honorífica en el Premio Estatal de Ensayo “Federico Ferro Gay” (2024). Sus poemas se encuentran publicados en diversas revistas como Cuadernos Fronterizos, El Morador del Umbral, Revista el Humo, entre otras. Formó parte de la antología Estos últimos años de la editorial Buffalo Brown.