ÚLTIMA VOLUNTAD | POR BECCA CASTILLO

Con claro uso de mis facultades mentales, y sin ninguna influencia externa hacia mis pensamientos y decisiones, declaro en este pedazo de papel como mi última voluntad. 

A mis cuatro asesinos, les ruego que, en la medida de lo posible, cumplan los siguientes deseos: antes de mi entierro, escriban la palabra “fraude” en la toe tag que adorne el dedo pulgar de mi pie; si es posible, pídanle a la morgue que les permita maquillar las heridas de mis brazos, pues ellas nunca quisieron desaparecer.

Claven un cuchillo en la costilla derecha de mi frío cadáver, clávenlo muy fuerte, clávenlo con un martillo, clávenlo hasta que atraviese mi cuerpo muerto y toque la superficie en la que esté acostada, clávenlo hasta que el dolor termine de drenarse y abandone mi espíritu. 

Que él asesino de pelo rizado corte uno por uno los dedos de mis manos, pues como podrá recordar, a mí no me ha dado tiempo de hacerlo. También le pido que cosa mis labios con un hilo cáñamo; no quiero arriesgarme y equivocarme, no quiero abrir la boca en el más allá con mis molestas inconformidades, pues se perfectamente que estas fueron la causa de mi dolorosa muerte. 

Entre todos los implicados, háganme una lobotomía, y de mi cerebro extraigan la corteza pre frontal, la amígdala y el hipocampo; espero que los encuentren rápido, pues muy agradables nunca fueron. Cuando terminen, guarden todas las extracciones en pequeñas cajas viejas de madera, quémenlas y abandónenlas en el mar.

Pido que la gran mujer testigo de los hechos, de tez morena y cabello rojo, haga mi lapida y ponga la siguiente frase: “murió olvidando que sus enemigos se presentaban ante ella como sus amigos”. Cuando me convierta en un lamentable espíritu, me observaré a mí misma hasta memorizar mis errores, quizá de esta forma, en caso de tener otra vida, recuerde que el aislamiento siempre ha sido la mejor de mis compañías.  

Antes de mi sepelio, inventen una historia sobre cómo fue mi muerte y cuéntenla en algún noticiero, pues yo ya no la recuerdo. Cuando el servicio se acabe, le pido a la dulce niña de los hermosos rizos, que saque a la luz todas y cada una de las cartas que he escrito; las que por presa de la cobardía aún no han oído. Quizá… en muerte pueda ser más valiente de lo que fui en vida. 

Para el hombre más detestable de la ciudad, con quien tuve la desafortunada desgracia de coincidir; espero que algún día mis palabras sean como un adhesivo eterno en tu boca, en la tuya y en la de todos los que alguna vez mientan y digan que jamás notaron la tristeza que sentía. 

Por último, con mucho cariño, les pido que después de 24 horas desentierren mi cuerpo, córtenlo en pequeños cuadros y dénselos de aperitivo a cualquier manada de lobos hambrientos, pues es el único tipo de destino que siempre he merecido.

Rebeca Castillo Vélez (Ciudad de México, 2003).