EL CIRCO DE LAS SOMBRAS | POR NIURBIS SOLER GÓMEZ

Nadie sabía exactamente de dónde venía ni cuándo, solo que aparecía cuando la noche era perfecta. No había boletos ni anuncios, porque el circo solo encontraba a aquellos que lo necesitaban.

León, un joven escapista, había oído hablar desde niño del Circo de las sombras. Historias de trapecistas sin rostro, domadores que controlaban bestias invisibles y payasos cuyo reflejo se movía por sí solo. Durante años, había buscado pistas sobre su existencia, hasta que una noche, en un pueblo olvidado por el tiempo, vio la carpa negra alzarse entre la niebla.

Decidió acercarse. No había taquillas ni filas de espectadores, solo una entrada abierta que lo invitaba a cruzar. Ya en el interior, lo envolvió la penumbra. La carpa se veía iluminada con luces de un color imposible de describir, y las gradas estaban llenas de figuras cuyos rostros cambiaban cada vez que intentaba enfocarlos. El aire estaba impregnado de un aroma dulce y espeso, como el de la nostalgia.

El maestro de ceremonias apareció de la nada. Alto, envuelto en un traje de sombras líquidas, con una voz que resonaba directamente en la mente de los presentes. “Bienvenido, León”, dijo, y el joven supo que lo habían estado esperando.

El espectáculo comenzó. Acróbatas que se disolvían en humo al saltar por los aros en llamas, animales que se formaban y desvanecían con un parpadeo, y músicos que tocaban notas que hacían vibrar la realidad misma. En un rincón, un grupo de niños aplaudía sin emitir sonido, sus manos apenas haciendo contacto. Detrás de ellos, un espejo reflejaba una audiencia diferente, como si en otra dimensión, otras personas estuvieran presenciando el mismo espectáculo.

León miraba todo con asombro y se decía que había valido la pena esperar tanto tiempo para presenciar un espectáculo tan inusual, que si lo contara no le creerían. 

Hasta que llegó la hora del acto final: un escapista.

La figura en el escenario era idéntica a él. Cada movimiento, cada gesto, cada cicatriz. León sintió un escalofrío recorrer todo su cuerpo. ¿Era una ilusión? ¿Un truco de la mente? El público guardó silencio mientras su doble era atado con cadenas imposibles de romper y sumergido en un tanque de agua negra. La tensión en el aire era densa, como si el tiempo se hubiera detenido.

León sintió algo extraño: su propia respiración se volvía pesada, como si estuviera dentro del tanque. El agua oscura lo envolvía, el pánico comenzaba a apoderarse de él. Luchó por moverse, pero estaba atrapado. Su visión se nubló, el aire le faltaba. Con un último esfuerzo, logró exhalar la única palabra que podía recordar: «libertad».

De pronto, un sonido seco lo sacudió. La carpa había desaparecido y se encontró de rodillas en la plaza vacía del pueblo respirando pesadamente. La niebla se ya se había disipado. En su mano, encontró una tarjeta negra con letras plateadas que decía: Nos volveremos a ver cuando la noche sea perfecta.

Se puso de pie y al alzar la vista, notó que su reflejo en una ventana, le sonreía.

Niurbis Soler Gómez (Cuba, 1972). Poeta y narradora. Es Licenciada en Español y Literatura y Periodista, así como locutora, directora y asesora de programas de radio. Ha publicado cuatro libros. Su obra aparece en plegables, revistas, periódicos y en diversas antologías. Ha colaborado con las revistas digitales Dogevena, Pactum. Narrativa, Mujeres Aladas, Pérgola de Humo, En Tinta, Nudo Gordiano y Dizaster. Actualmente vive en México.