Los últimos años de Paul McCartney, el legendario músico, han sido prolíficos, llenos de giras y de recuerdos sobre los Beatles, empezando con dos documentales: el que conduce el productor Rick Rubin, McCartney 3, 2, 1 (2021), y el dirigido por Peter Jackson, The Beatles: Get Back (2021), seguidos de la última canción inédita de los Beatles, “Now and Then”, liberada en 2023. Los famosos (y muchas veces tristes) años crepusculares parecen sentarle de maravilla al bajista, pues ha estado de gira por diversos países, incluyendo el festival Corona Capital en la Ciudad de México en 2024, a lo que siguió, además, el estreno de otro documental, Beatles ‘64 (2024), dirigido por Robert Tedeschi.
Sin lugar a dudas, el legado de los Beatles continúa con fuerza en el mundo, a pesar de que el cuarteto de Liverpool oficializó, a través de la voz del propio Paul ante la prensa, su separación en 1970. Si bien cada integrante tomó caminos distintos, las diferencias creativas se hicieron aún más latentes entre sus exintegrantes, sobre todo en la dupla Lennon/McCartney. John, con algunos tintes sociales y su experimentación con Yoko Ono (incluida en la afamada Plastic Ono Band), veía con recelo la recepción que tenía Paul con su proyecto solista, así como con su banda Wings, pues afirmaba que seguía componiendo solamente “canciones de amor ligeras”. En respuesta a él y a otros críticos, Paul escribió una de sus mejores canciones: “Silly Love Songs”, acompañado de quien fuera el amor de su vida: la fotógrafa y tecladista Linda McCartney. Lo cierto es que el beatle no dejó nunca de escribirle al amor, uno de los grandes temas del arte.
Sobre esto, parece que el tema amoroso ha pasado a segundo plano o simplemente hay un desdén que parte muchas veces de las teorías críticas, justas o no, y que tienden más a aportar a cuestiones sociológicas que literarias. También muchas veces el tema está obviado y no se busca trabajar más. Esto no quiere decir que se haya dejado de lado completamente. Está presente en la música de manera constante y reiterativa. En los charts actuales hay algunas canciones que siguen cantando al amor o a la falta de. Se puede ir desde distintos géneros, desde los corridos tumbados hasta el trap, o también se pueden resaltar figuras como Taylor Swift, muchas veces comparada, a nivel comercial, con el efecto de la beatlemanía.
Por su parte, se sabe que en la literatura los temas van y vienen, y el foco muchas veces está dictado por nuestros tiempos. No obstante, el artista es quien decide qué temas abordar, qué hacer con ellos, con qué mirada plantearlos y la postura que tendrá. En un espacio donde se supone que las ataduras están rotas, los escritores muchas veces han optado por ser más que irreverentes, estridentes u ordinarios. No por nada abundan las páginas en las redes sociales que, curiosamente, siempre son nombradas con algo relacionado a la poesía, y que contienen, más que una propuesta poética, una frase motivacional o un lugar común, como el famoso chiste de decirle a alguien “eres arte”.
Asimismo, parece que hay otros autores que se someten a una faceta pseudomarginal, no para explorar, sino para montarse en un mismo beat ad nauseam. Muy lejos, además, del realismo sucio o incluso de la correspondencia de dos potencias como Henry Miller o Anaïs Nin. La repetición de un mismo tema es uno de los ejercicios más complejos. En la actualidad, y lejos de hacer suyos dichos temas, estos autores parecen carecer del cuestionamiento artístico del cómo y del por qué.
Hace algún tiempo, en la Feria Internacional del libro de la Universidad de Guanajuato, en el marco que reúne a varias promesas literarias bajo el nombre de “Escritores Jóvenes visitan Cuévano”, una autora en proceso de consagración, al hablar de su poemario, hizo hincapié en que no les toma importancia a las formas, incluidas las sonoras, y que la poesía como tal la sentía muy sublime y tenía que bajarla. De no haber estado trabajando me habría gustado preguntarle a qué se refería con lo sublime y, en todo caso, por qué un lector no podría acceder a eso. En ese sentido, su libro se sostenía más de juegos que de imágenes, más del tema que de una musicalidad. Lo lúdico de su propuesta se terminaba ahí mismo, tristemente, porque el tópico y el ingenio estaban presentes.
De manera similar, cuando el encuentro de jóvenes escritores (aún no fichados por editoriales de ninguna índole) se presentó en el mismo recinto, muchos parecían tener más una preocupación por dejar una imagen de sí mismos, que por crear imágenes. En la tierra donde todo es válido, parece que el estudio de las formas y los sonidos va perdiendo fuerza, los nuevos escritores no buscan ir más allá, sino más acá, pero, al parecer, para seguir haciendo común lo común.
En contraparte, en el mismo evento se presentó el poeta Francisco Segovia para hablar de sus obras más recientes: Primer amor. Antología poética (El Colegio de México, 2022), Escenario (Bonilla Artiga Editores, 2022) y La cima (Ediciones Monte Carmelo, 2022). El primero es una recopilación que editó junto con Adrián Muñoz y Juan Carlos Calvillo, y que recupera la tradición de la poesía amorosa en la historia de la literatura; los otros dos libros son poemarios que retoman la visión de Segovia sobre la poesía. En Escenario el poeta se decanta más por la tradición per se, en un juego del poeta-lector que no teme a la glosa, a la apropiación de las grandes figuras históricas y a la conversación con los muertos, pues, al igual que José Emilio Pacheco, está consciente de que no se desconfía de ellos.
En La cima también sucede lo mismo, al fin y al cabo son libros hermanos, engendrados con una misma inercia poética. Sin embargo, se podría decir que es una síntesis de los dos libros previos. Por un lado, la apropiación de la tradición clásica occidental, y por el otro, la poética amorosa del encuentro. Bajo este signo, La cima recuerda en momentos al galanteo de las cantigas d’amigo y a las jarchas mozárabes, sin dejar de lado el legado del Siglo de Oro. El libro, continuación de Bosque (2002), según afirma el propio poeta, contiene precisamente la ensoñación de la naturaleza, el espacio íntimo que se esconde a plena vista, pero inaccesible para los extraños.
En el poema, la voz lírica enfrenta una ascensión, como acto de fe, subir hasta la cima sin ningún tipo de tregua. Lo que apura las piernas al lugar es el ansia de la complicidad, del encuentro con el ser amado: “subía yo / como sube el nivel del agua poco a poco subía suspenso / sin sentirlo a flor de superficie a ras de tierra / como llevado en la punta roma del mercurio” (“1”, vv. 1-4). El anhelo y la luminosidad que se desprenden del poeta alimentan la subida. El fuego, elemento transformador, atiza aquello que escapa al ojo y lo vuelve tangible. Para llegar al encuentro hay que vadear el sol para no quemarse, ascender, tomar vuelo “como un globo de Cantoya suavemente hasta la cima / no para mirar de arriba abajo lo de abajo / sino por ver cómo a veces se tiende el horizonte” (“4”, vv. 1-4).
Como el aire a la brasa, el deseo arde entre más se sube. El aliento, pequeña voz que se pierde tras el sofoco de los primeros pasos, se sujeta al hilo rojo de la puesta del sol inversa para saber lo que depara, “si era cierto a fin de cuentas / que estando arriba cabrías mundo en mis pupilas / y que el aire —en llegando yo a la cima— / me llenaría aún el pecho / o si me dejaría boqueando / como un pez sobre la arena / si al bajar —en fin— / tendría yo una lengua todavía / para lamerme las heridas…” (“6”, vv. 17-25).
La sonoridad del poema no se pierde en ningún momento. Entre más se acerca a su destino, el poeta sabe que requiere mantener el ritmo para no doblegarse ante la altura. Para llegar a la cima es preciso descender “a la sombra de un adentro y su tibia intimidad / de flama que fluye sin fragor en una gruta / de tizón que duerme aún sepulto en cenizas…” (“18”, vv. 6-8)”, “mundo de espesas pulpas / de moho y musgo y ácidos amargos / esa sombra siempre en trance” (“20”, vv. 13-18). Hundirse, sí, más que en una pequeña muerte, en un mundo desconocido para encontrar y encontrarse, reconocer y reconocerse en “ese último pudor de quien está a punto de entregar / —con su desnudez y su pudor— su fundamento / y dejar inerme en otras manos su vida y su muerte juntas” (“24”, vv. 3-5). La cima es el lugar donde se entrega uno mismo, como en ese primer amor, ese primer acto de anhelo, de aquello que inquieta y te cambia la respiración, “pues no es la muerte lo que se entrega al sacrificio / sino la vida…” (“26”, vv. 8-9).
Francisco Segovia dijo que La cima es un sitio entre la Ciudad de México y Cuernavaca donde se reunía con Pepita, a quien está dedicado el libro (al igual que su última obra). En ese sentido, podría decirse que la figura de la musa, tan desdeñada hoy día, vuelve a dotar al poeta de la voz divina o, mejor dicho, de la fuerza de la memoria que recrea aquellas sensaciones y que aún siguen conduciendo al autor y su sentir poético. Un poco como el acompañamiento mutuo de Linda con Paul, quien, incluso sin ella, sigue componiéndole al amor en una suerte de rendez-vous temático que se redescubre entre el tiempo y la memoria. Sin duda, sus canciones desde los Beatles nos han dicho que se habla de lo mismo, pero que no necesariamente se hace igual o que la aproximación tampoco es la misma. Piénsese en “The Long and Winding Road”, “Maybe I’m Amazed” o “My Valentine” por nombrar tres canciones. El poeta lo hace de la misma manera y explora elementos que son propios de Bosque, pero, sin duda, marcan otro tipo de aproximaciones.
El libro se sostiene gracias a la fuerza de sus imágenes y a lo claro de una sonoridad que pocas veces se puede llegar a escuchar cuando se leen poemas de escritores actuales en voz alta. En ese sentido, las palabras de Francisco Segovia resuenan con firmeza y nos dicen que las formas siguen existiendo y es natural preocuparse por ellas. Los eternos temas de la literatura siempre han estado ahí, acompañando a las personas a lo largo de distintas generaciones. Lograr compaginar la labor escritural no es un simple impulso (ya los surrealistas y los dadaístas nos mostraron algunos límites de estos ejercicios), sino un trabajo constante que requiere preguntarse por qué es importante lo que voy a decir y, aún más importante, cómo lo voy a escribir.
En todo caso, el problema no es la temática, sino el esfuerzo del poeta por lograr trascender su experiencia personal y universalizarla. El compromiso debe partir de cada uno y no sumarse a la exigencia de los tiempos. No es una renuncia para hablar de ciertos temas, sino un manifiesto de principios del cómo y del por qué hablar de lo que se habla. Si un poeta quisiera hablar sobre el amor nuevamente, sea cortés, romántico, o de cualquier tipo, y tiene la dedicación, la curiosidad y el talento para hacerlo, como diría Paul McCartney, “what’s wrong with that?”.

Jonathan Mirus (León, 1993). Licenciado en Letras Españolas por la Universidad de Guanajuato. Es cocreador y editor de la revista El Gallo Galante. Ha colaborado en revistas como Polen (UG), Cardenal, Irradiación, Enpoli y Punto de Partida (UNAM), entre otras. Participó en el VIII y X Festival de Poesía de Fusagasugá, Colombia. Coordinó, junto a Javier Paláu Hernández, el libro Al compás de los pájaros. Cartas para conversar con los muertos (Universidad de Guanajuato, 2023).