En la famosa querella de los antiguos y los modernos, que comenzó en la Francia de las últimas décadas del siglo XVII y se extendió tanto hacia el pasado como hacia el futuro,1 los partidarios de los modernos defendieron su postura argumentando que incluso en la más remota antigüedad, fuesen tiempos griegos o romanos, los poetas habían “quebrantado las normas de la «doctrina clásica» más a menudo que los modernos” (Jauss, 2013, p. 87). El impulso por imitar a los antiguos, o bien por rechazar las normas y modelos inaugurados en el pasado, han sido desde siempre formas de relacionarse con el mundo connaturales al ser humano. Como tales, entran en conflicto al mismo tiempo que coexisten y se retroalimentan.
Reflexiona Hans Robert Jauss que la “contraposición entre «antiguos» y «modernos» se desarrolló en la Antigüedad clásica” y se convirtió en “ejemplo de disputa literaria” (2013, p. 82). Como todo cambio de época, los adeptos a las formas clásicas, aquellos que desean mantener las cosas tal cual son e imitar las formas de un pasado idílico, sea en términos estéticos o de organización ciudadana, se enfrentan a los que desean cambiar las formas y desviarse de los ejemplos de la tradición para inventar nuevos géneros que el tiempo podrá luego convertir en modelos. La imitación de los antiguos ha ocupado un lugar prominente en la historia de las ideas y de la poética desde al menos el mundo griego, y cabría afirmar que ha estado hermanada desde siempre con la idea de que todo tiempo pasado fue un tiempo mejor.
Sin embargo, aunque la imitación sea tan antigua como el arte o la cultura, es durante el Renacimiento que se asienta y se vuelve normativa. Para los humanistas la Antigüedad es símbolo de una “perfección ya conseguida y acabada” (Gomá Lanzón, 2014, p. 55), por lo que se proponen formular todo un conjunto de normas y parámetros estilísticos que les permita emular o al menos copiar los modelos del pasado, que “gozan además del prestigio de lo antiguo y venerable” (Gomá Lanzón, 2014, p. 55).
Mientras que en la Edad Media se había dado una primera desviación de los modelos clásicos y entre poetas como Dante Alighieri —y también más tarde entre Petrarca y Boccaccio— se había comenzado a abogar por el uso de las lenguas vulgares y de nuevos tópicos literarios que estuviesen influenciados por los mitos bíblicos, es decir, por cosas que representasen al hombre cristiano moderno, en el Renacimiento se intentó borrar gran parte de ese pasado cercano que había perdido el interés por las formas perfectas de los griegos, aun cuando las lenguas vernáculas y el cristianismo prevalecieron y ganaron todavía más fuerza en este periodo. Como plantea Javier Gomá Lanzón: “Frente a la edad oscura medieval, que se considera bárbara e indocta, el hombre renacentista busca un parentesco con los autores grecolatinos mediante la imitación de las obras que progresivamente va conociendo” (2014, p. 54).2
La sensibilidad del medioevo, modelada por la fe cristiana y por la cultura de los pueblos germánicos, daba paso a esta nueva visión del mundo que se volvió sinónimo de un renacer de lo clásico en el espacio de lo estético, de lo moral y también de lo espiritual. No hubo sin embargo tabula rasa, ya que si bien los humanistas del Renacimiento buscaban dar un salto sobre los siglos oscuros para reencontrarse con sus modelos clásicos, éstos le debían mucho a los escoliastas medievales. Como dice Jauss, en el siglo XII ya había habido un renacimiento, distinto al florentino, que “no se experimentó como imitación ni tampoco como renovación de la antiquitas, sino como superación y plenitud de la misma” (2013, p. 33).
Es en esta amalgama de conocimientos nuevos y heredados donde surgen figuras clave para el Renacimiento que intentarán aportar lo suyo, mirando al mismo tiempo hacia el pasado clásico y hacia el presente histórico. Si se toma el ejemplo de España, en el siglo XVI aparece el Arte poética española de Juan Díaz Rengifo, cuya publicación, junto a la de obras como la Gramática de la lengua castellana de Antonio de Nebrija, ayudó a consolidar la identidad española reinante. Díaz Rengifo escribe su poética imitando las de los antiguos, pero la escribe en idioma español, en una lengua vulgar. Esta jugada significó la imitación de los modelos antiguos privilegiando el uso del idioma del Imperio.
En su Arte poética, Díaz Rengifo repite el pensamiento de los antiguos y junto a cada idea que toma de algún autor clásico anota en cuál de sus escritos se la puede encontrar. El preceptista español imita a sus predecesores en el campo de la poética y lo deja en evidencia. Está a favor de hacer propia la razón del mundo clásico, ya que el Renacimiento entiende la razón grecolatina como universal y atemporal. Incluso justifica su poética diciendo que también los latinos, aprovechándose de la invención de los griegos, escribieron “versos heroicos y líricos con la medida y cantidad que tienen los heroicos y líricos en el griego” (Díaz Rengifo, 1492/1977, p. 2). Gran parte de sus referencias literarias son clásicas, y aquellas que no lo son y están más cerca de su tiempo tienen asimismo una forma que sigue fielmente los preceptos y las normas dictados por la poética de Horacio, entre otras. Como dice un poco después, a Díaz Rengifo le preocupa el hecho de que “en tantos siglos y edades como han pasado […], apenas hallamos quien escriba y enseñe los principios y reglas de ella [la poesía] con todo rigor” (1492/1977, p. 2). Escribe entonces su Arte poética con el fin de que la poesía sea mejor, ya que piensa, como Horacio, que es tanto la inclinación natural como la técnica la que hace al buen poeta.
Es curioso que en este tiempo y en este mismo lugar se haya abierto un “paréntesis”, como lo llama David Viñas Piquer, que en “medio del panorama dominado por las preceptivas clasicistas” (2002, p. 173) protegió la originalidad, escapando del formulismo. A este inciso se lo conocería como Barroco, y un personaje esencial de este periodo sería Lope de Vega, quien con sus cientos de comedias y su Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo —texto escrito entrado el siglo XVII, algunos años después del Arte poética española— se convertiría en un claro ejemplo de esta nueva estética ligada a la actualidad y a la creatividad.
Lope de Vega representa a los nuevos artistas que desean desprenderse de las normas clásicas, las cuales, no obstante, conocen muy bien, lo que les permite “demoler desde dentro el sistema de ideas del clasicismo” (Bobes et al. citado en Viñas Piquer, 2002, p. 179).
Desde el principio de su carrera, Lope de Vega buscó deleitar a su público buscando otras formas de hacer comedia, evitando imitar los preceptos clásicos que ya no complacían al vulgo. Quiere saber qué es lo que quiere el hombre del momento, a qué formas se resiste y a cuáles se somete. El comediógrafo es consciente de que por más que conozca las reglas compositivas de los antiguos, el vulgo ya no aplaude las fórmulas de Terencio y Plauto, quiere otra cosa, obras nuevas:
y cuando he de escribir una comedia, encierro los preceptos con seis llaves, […] y escribo por el arte que inventaron los que el vulgar aplauso pretendieron. (Vega, 1609/2003)
La imitación de los antiguos había perdido su fuerza normativa, lo que queda patente al decir que cuando comenzó a escribir comedias, éstas no estaban
como sus primeros inventores pensaron que en el mundo escribieran, mas como las trataron muchos bárbaros. (Vega, 1609/2003)
Sus palabras confirmarían la sospecha de Díaz Rengifo. Pocos poetas conocían las normas y el arte estaba en manos de “bárbaros” indoctos. En este punto Lope de Vega sostiene un pensamiento propio del Renacimiento, enfatizando su lugar en una época aferrada a dos paradigmas socioculturales distintos. Pero, a pesar de reconocer el desvío, busca en él la manera de justificar por qué escribe comedias siguiendo el mismo tratamiento que siguieron los “bárbaros”. Son las circunstancias las que lo llevan a escribir siguiendo el Arte nuevo.
Si lo que se buscan son reglas, Lope de Vega deja bien claro que ahí afuera está la obra de Aristóteles, incluso comentada por eruditos,3 pero la comedia que nazca siguiendo las normas aristotélicas no será la comedia que guste a la gente. Por eso, más que imitar, Lope de Vega intenta crear, inventar, alcanzar el favor del público probando suerte una y otra vez en los corrales. Sabe que en el arte de hacer comedias están en juego otras cosas que se escapan a las normas. “En este tiempo”, como advierte, la imitación de los antiguos debe ceder ante el gusto.
No obstante, superado este “culto a la creatividad y al ingenio” (Viñas Piquer, 2002, p. 179) comienza un nuevo periodo clasicista sobre el que el Barroco dejará su marca impresa, de la misma manera que antes la Edad Media lo había hecho sobre el Renacimiento. Esto contribuirá más tarde, a pesar de que la nueva doctrina se vuelva todavía más rígida y severa, a que se despierte una polémica de siglos: la querella entre antiguos y modernos.
En este espacio donde el mundo clásico se convierte en todos los horizontes —todavía más que en el Renacimiento italiano— emerge un grupo de pensadores interesados por los descubrimientos y los avances de la humanidad.4 Fieles a la idea de que los autores modernos, debido precisamente a estos avances y hallazgos, se encuentran en una etapa más desarrollada que los antiguos, piensan que el mundo moderno está más cerca de la perfección artística, despertando la crítica de algunos autores que deseaban mirar solamente hacia el pasado clásico.
Una de ellas fue la famosa Arte poética de Nicolas Boileau. Toda su poética es una oda a los antiguos, y gran parte de sus versos son una traducción al francés de Horacio. Su ambición era ésa. Boileau quería componer versos que educasen y deleitasen al lector u oyente, pero para nada se sentía como un simple traductor: “Lejos de devolverles injurias por injurias, encontrarán que yo les agradezco aquí por la preocupación que se toman de publicar que mi poética es una traducción de la Poética de Horacio” (González Pérez, 1984, p. 49). Boileau ve en la Antigüedad clásica el apogeo de la civilización. Para él nada queda fuera de la sabiduría de los antiguos. Es necesario difundir su saber. Éste es el lema del Neoclasicismo que inaugura con su poética.
Es cierto que el recorrido no termina aquí y que la imitación de los antiguos se transforma durante el periodo romántico en nostalgia por lo antiguo. Pese a esto, nada parece impedirnos enunciar junto a Jorge Luis Borges y Lucilio Vanini que “la historia humana se repite” (Vanini citado en Borges, 1936/2016, p. 104). Los textos de hoy pueden convertirse en los clásicos de mañana. El debate entre antiguos y modernos volverá a aparecer una y otra vez.
Notas
1 El debate francés del siglo XVII dio luz sobre una polémica que en realidad había estado presente desde la época clásica. Aunque la palabra moderno se haya acuñado en la Edad Media, el enfrentamiento entre lo viejo y lo nuevo tiene tantos años como la humanidad. [↑]
2 De esta cita vale la pena resaltar la idea de que las obras de los autores clásicos fueron conociéndose poco a poco y que algunos de sus escritos no fueron descubiertos sino hasta el siglo XVIII, cuando el Neoclasicismo recupera estas obras y las utiliza para promover la razón ilustrada. [↑]
3 “Si pedís arte, yo os suplico, ingenios, / que leáis al doctísimo Utinense / Robortello, y veréis sobre Aristóteles / ya parte en lo que escribe De comedia / cuánto por muchos libros hay difuso, / que todo agora está confuso” (Vega, 1609/2003). [↑]
4 David Viñas Piquer plantea que “los críticos del Renacimiento creían que había que respetar unos preceptos porque los autores de la Antigüedad los respetaron, mientras que los neoclásicos como Boileau y luego los críticos del XVIII creen que hay que seguir al pie de la letra las reglas clásicas porque las dicta el sentido común, la razón” (Viñas Piquer, 2002, p. 184). [↑]
Fuentes
Borges, J. L. (1936/2016). “El tiempo circular”. En Historia de la eternidad (pp. 101-109). Penguin Random House.
Díaz Rengifo, J. (1492/1977). Arte poética española. Ministerio de Educación y Ciencia.
Gomá Lanzón, J. (2014). Imitación y experiencia. Taurus.
González Pérez, A. (1984). Poéticas. Aristóteles, Horacio, Boileau. Editora Nacional.
Jauss, H. R. (2013). “La réplica de la «Querelle des Anciens et des Modernes» en Schlegel y Schiller”. En La historia de la literatura como provocación (pp. 79-113). Gredos.
Vega, L. de. (1609/2003). Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recuperado de https://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcms3r3Viñas Piquer, D. (2002). Historia de la crítica. Ariel.

Santiago Matskeeff (Paysandú, Uruguay, 1991). Estudiante de Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (UDELAR). Sus trabajos críticos, publicados en revistas uruguayas y de otros países latinoamericanos, analizan la obra de autores como Machado de Assis y Jorge Luis Borges, así como de las literaturas góticas y fantásticas de ambos hemisferios.