CAMUS EN LA SOLEDAD DEL MAR. POESÍA, AMOR Y REBELDÍA | POR SAÚL PERSA

Fragmentos a partir de El verano,  de Albert Camus

Nada,
ni los viejos jardines que los ojos reflejan,
retendrá a este corazón que se templa en el mar.

Stéphane Mallarmé

Necesitamos perdernos para saber que sólo se navega entre mares e islas.

En este escrito zarpé de la isla literaria al mar camusiano. ¿En busca de qué? Sería lo que se le preguntaría a todo aquel que viaja a un lugar desconocido. Quizás haya sido para buscar algún refugio provocado por el miedo que me ha causado el oleaje de tantas palabras. Tan solo unas cuantas pueden hundir cualquier deseo y hacer del cuerpo una cárcel. ¿Se puede escapar del mar al que estamos condenados? ¿A dónde nos lleva cada isla que se deshace en el oleaje de sensaciones? ¿Para qué las palabras cuando tenemos los sonidos?

No pretendo hablar únicamente de Camus, ya que me sería imposible. Deseo, más bien, escribir a partir de la pasión que me ha envuelto su escritura, desde lo que me ha obligado amar la deriva de algo. Desde el mar que siempre desemboca en una multitud de voces, sonidos y preguntas que se escriben a través del cuerpo.

I
Poesía

¿Qué se necesita para escribir poesía? ¿Las metáforas o los versos? ¿La métrica o el estilo libre? ¿Es posible, primeramente, escribir poesía en un mundo prosaico? ¿Cómo traducir la lengua muerta de nuestros corazones? La poesía se vuelve una lengua muerta, no porque se declare su desaparición; es llamada así porque se escribe desde un recuerdo, algo que no existe más, un sueño que sólo dejó destellos de lo que fue, un amor que presionó tanto al corazón que lo hundió, un viaje que se hace presente únicamente con sonidos. Así fue el viaje de Camus cuando regresó a lugares que habían sido marcados por su infancia. “Crecí en el mar y la pobreza fue para mí fastuosa; después perdí el mar, todos los lujos me parecieron grises, la miseria intolerable” (p. 82). Su rostro nació en el alba del mar y desembocó en lo poético al final de su vida, pero su poesía nunca se alejó del deseo de abrazar esa mirada de su niñez. 

***

Escribir es un acto violento que sucede en lo más recóndito, en ese pensamiento que se lanza en nuestras horas más solitarias, desde los que llegan en las alegrías más efímeras o en las tristezas mortificantes; no dejamos de actuar con violencia ante un acontecer que brota de palabras con significados muertos, palabras que se mueven, chocan, renacen y revientan con las cosas. En ese movimiento, Camus se sumergió en las sensaciones del mar, ahí encontró fragmentos poéticos que atentaban contra su tranquilidad. Pasó de la tranquilidad de las aguas pacíficas a la profundidad de no encontrar calma. “Desde que salimos del puerto, un viento corto y fuerte barre vigorosamente el mar que se revuelve en pequeñas olas sin espuma” (p. 84). Sentir la pesadez del viento, el oleaje salvaje, el mareo, la confusión, la derrota, sentir que ahora no hay centro ni forma en el mar; resultaba ser como un desierto que recobrara sentidos extraviados de sus recuerdos.

Camus dibujó sin lienzo,
y escribió mapas de palabras 
que se ocultan en la prosa del mundo.

II
Soledad

¿Nacemos de la soledad? ¿O somos una soledad que busca colmarse con otras voces y abrazos? En dónde nos encontramos cuando no nos queda un lugar en el cual podamos navegar y eludir los caminos repetidos. ¿Cómo enfrentarnos al paso del viento en el rostro, que marca un lugar naciente? Hay lugares que nos engañan al hacernos creer que estamos acompañados, porque existe un momento en donde se desgarran las ideas, en donde la posibilidad de darle vida a algo se extingue. ¿Cuántos no han muerto por ese engaño? ¿Pizarnik, Caicedo, Gherasim Luca? El artista sabe, ante todo, que se va a enfrentar a ese engaño. Muchos dirán: “esta vida es insoportable cuando uno se siente abandonado” y otros: “no me quites esta soledad, que es lo único que me hace compañía”. Camus estaba en esas tensiones, sabía que la noche era un lugar sombrío, pero no por la oscuridad, sino por el combate con la calma que se vuelve sueño. 

Hay horas en que los deseos se apagan, en las que las emociones se confunden y el cuerpo se desconoce en un cielo estrellado y en la luna. “Hay ciertas noches cuya quietud se prolonga; sí, ayuda a morir saber que, después de nosotros, volverán sobre la tierra y el mar” (p. 93). La pregunta siempre es qué volverá sobre el mar y la tierra, ¿un recuerdo, una mirada, un deseo dibujado, un rostro borrado, un corazón buscando reposo?

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Camus decía: “Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él […] ¿dónde encontrar la soledad que necesita la fuerza, la larga respiración en la que el espíritu se recoge y se mide el valor?” (p. 7). Hay riesgos al tomar distancia del mundo, al querer alejarnos nos enfrentamos a un “no retorno”, a un camino que nos lleva sobre los bordes de cierta idea. No hay que confundir un borde con una frontera. Las fronteras son creadas para separar y seleccionar cuerpos aptos para vivir, hay fronteras en las academias, en los discursos, entre países, todas ficciones de lo mismo. En cambio, se puede vivir caminando sobre los bordes de algo, de la música, la filosofía, la danza, el teatro, la muerte; ¿qué es más peligroso, sostener las ficciones de las fronteras, o caminar entre los bordes de una vida?

III
Rebeldía

El lenguaje es un gran engaño, no logra expresar el afecto que sentimos. ¿Qué nos puede acercar más a lo que no está dicho? ¿Realmente lo que nunca se dice muere? ¿Por qué buscar la preservación de algo por medio de las palabras? Hay una sensación en la cual algo está escapando todo el tiempo, como si se quisiera evitar caer en un lugar fijo. Se prolonga un proceso que parece no terminar. 

La vida que retrata Camus es la de una rebeldía contra la repetición. La búsqueda del viaje es un momento para desprenderse de cualquier condena. El viaje ocurre cuando se nota algo peculiar en el encuentro con lo mismo. Zarpar al mar es saber que una ola siempre es distinta, cada una tiene su cadencia, su color cristalino, su reflejo del sol. No hablamos del mismo color, ni del mismo lugar; la rebeldía es una reinvención de la vida. 

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Camus se encarna en Prometeo, de quien dice que no hemos querido escuchar su grito. “Prometeo es ese héroe que amó tanto a los hombres, que les dio al mismo tiempo el fuego y la libertad, las técnicas y las artes. Hoy, la humanidad no necesita más que las técnicas y sólo se preocupa por ellas” (p. 42).  El espíritu humano de hoy se encomienda en la máquina que no deja de producir, su religión es buscar su infierno, hay una libertad de fronteras; caminamos sólo sobre los límites que nos marcan. El cuerpo, en su grito y amenaza, pierde fuerza, se desgasta en su lucha. 

“Tenemos que volver a inventar el fuego, restablecer los oficios para apaciguar el hambre del cuerpo” (p. 44), decía Camus. Se ha perdido la creación de un sentido propio, ahora se obliga a elegir entre un camino que captura la vida o el suicidio permanente, como menciona Camus al inicio del Mito de Sísifo.  Para Camus, “los mitos no tienen vida por sí mismos. Esperan que los encarnemos nosotros […] Tenemos que preservarlos y hacer que su sueño no muera del todo, para que la resurrección sea posible” (p. 45). Es por eso que “la rebeldía es reinvención”, porque su búsqueda es confrontar “el corazón dolorido de los hombres con las primaveras del mundo” (p. 46). 

IV
Mar

Por momentos, el mar se le presenta a Camus de muchas maneras; como el diario de su experiencia, la tragedia de sus amores, un lugar de incertidumbres, o las confesiones de su soledad tan extranjera: “Yo que no poseo nada, que he dado mi fortuna, que acampo cerca de todas mis casas, me siento, sin embargo, saciado cuando quiero, aparejo continuamente, la desesperación me ignora. No hay patria para el desesperado, y yo sé que el mar me precede y me sigue” (p. 83-84). Muchos sienten una patria interna, se hacen amigos de las fronteras y dividen el mundo en un mapa universal. Para un extranjero desesperado, que no encuentra su casa en el mundo, la tiene que buscar en el mar. Ahí se eleva un silencio que nos muestra un límite que no termina en los sentidos. Se mira el mar, se le toca y escucha, pero incluso en ese momento, no se sabe qué es. Ahí nacen las angustias del mundo que empiezan en lágrimas, ahí se limpian la sangre los héroes infames de la historia, de esas aguas bebe el espíritu sabio que intenta ser absoluto. El mar, tan cristalino y quieto durante el día, se vuelve un oleaje terrorífico en la noche. Arrastra el tiempo en la arena y adormece las voces más valientes. ¿Podremos vivir con esa contradicción que nos obliga a permanecer en la confusión entre los límites de la isla y el mar?

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Hay una locura de la que siempre huimos, hartos de naufragar en lo desconocido, nos queda la esperanza de que en el sol y en la luna se refleje el camino, pero escapar de toda esperanza hoy en día es el mayor crimen, es una verdad que debe esconderse, para no mirar de frente el mundo maligno, tan agotador hasta para el corazón más persistente. Camus dice que hay que dejarse naufragar, buscar el mar sin las ansias de alcanzarlo, hacer rebelde al recuerdo y al olvido, cargar con el silencio y la tristeza del corazón, buscar islas en el mar y mar en las islas, amar el dolor de las distancias, sufrir la miseria del mundo en el arte, hacer sonidos de silencio, sentir la permanencia del cambio, estar en un exilio con nuestros cuerpos. Abrazarnos al mar.

Saúl Persa (Ciudad de México, 2000). Escritor. Ha publicado artículos en diferentes revistas y medios digitales. Es coautor del libro Pensar el futuro, con el ensayo “El porvenir del ser humano”. Colaboró en la Antología poética sobre la muerte, con el poema “La muerte del Ser, el recuerdo y el olvido”, y en Poesía 90 con “La soledad del corazón”. Egresado de la Licenciatura de Psicología por la UAM Xochimilco.