POR CARMEN MACEDO ODILÓN
—Cada vez hay menos fuego aquí.
—Si estamos en el infierno, cómo rayos no va a haber fuego.
Lilith levanta la sábana roja de algodón egipcio y le señala “lo extinto” en su dormitorio. Lucifer se sonroja por el reproche, pero en su piel, ya de por sí carmín, cualquier rubor es imperceptible.
—Bueno, mujer, nos conocemos eternamente. Hay un momento en que la rutina pega.
Lilith abandona la cama y se viste con la excusa de ir a dar un paseo al segundo círculo. Satanás suspira, mira en la cómoda la caja de condones que sigue casi llena.
En la prisión de los lujuriosos, Lilith observa chocar entre sí los cuerpos de los condenados, debido a los fuertes vientos, iguales a sus pasiones irrefrenables. Carnes contra carnes, golpes y quejidos de dolor agudo en cada rincón de la piel. Delicioso como hacer el amor con Luzbel, o más bien, cuando aún podía hacer el amor con El maligno.
El señor del inframundo hurga bajo su colchón: entre los látigos, pinchos, agujas y máscaras, da con el Necronomicón; se coloca sus lentes y consulta el índice. En el apartado de Sexualidad, encuentra una serie de fórmulas para desflorar, convocar a orgías y contrarrestar la eyaculación precoz. Halla un ritual que luce sencillo, se corta la uña del dedo medio y recita el conjuro tres veces.
Sus músculos se tensan, la sangre le sube desde los pies hasta los brazos y su cabello se levanta como si hubiera sido alcanzado por un rayo. Saliva y respira entrecortadamente, brama tan fuerte que Lilith lo oye y va a buscarlo a su habitación.
El Príncipe de las Tinieblas yace en la cama; el dormitorio impregnado de azufre; la chimenea encendida, pero cuando Lilith se desviste, el efecto ardoroso termina. Belcebú, decidido a no dejar pasar el momento, ameniza el ambiente con Paganini, mientras le pide a su compañera que espere la sorpresa que va a darle.
Lilith se coloca la máscara de látex y, coqueta, le concede la pausa.
—Voy a contar del 666 al 69, en lo que caliento motores, papacito, pero créeme, será rápido.
Satán se lleva al baño el Necronomicón y busca algo más potente, que pueda reconciliar su relación.
Gritos y azotes llenan los nueve círculos, donde infinidad de condenados oyen el eco de la violencia y les anticipan la perennidad de su estancia. Lilith da un grito tan largo que todos los demonios creen que El ángel caído la ha atravesado con su lanza.
En el averno, la pareja duerme satisfecha, mientras que un goteo sangriento hace ver más encantador que nunca la alcoba infernal. Esta vez el diablo se cortó el dedo. Todo de acuerdo con el manual.
Carmen Macedo Odilón (Ciudad de México, 1987) Eterna estudiante de Lengua y literaturas hispánicas y de Creación literaria. Ha publicado cuentos en las antologías de Editorial Escalante, así como de manera virtual, ensayos, relatos, cuentos y artículos con perspectiva de género en revistas literarias, académicas y fanzines. Huidiza por convicción, estudiante de la vida, bibliotecaria de los recuerdos, devota al Gatolicismo y clienta asidua del insomnio.