González Glindo, C. (2022). Quimbumba de la verdá. Granuja.
A la memoria no se le puede dejar la responsabilidad de toda la información que se recibe, menos cuando debe recordarse. Según la emoción y/o relevancia asignada (consciente e inconscientemente) con el lugar, persona o sensación a convertir en recuerdo, dicho recuerdo habrá de volver deformado, enfatizando la sensación priorizada. Ese puede ser el motivo para pensar que es mejor podar lo vivido y solo quedarse con los buenos recuerdos, ¿acaso solo los buenos recuerdos son los únicos que deben prevalecer?, ¿las sensaciones “negativas” no son también importantes para definir quiénes somos?, ¿quién solo vive de un lado de la balanza?
Los hechos solo pueden quedar “fielmente” registrados en video; poner en palabras una situación o emoción conlleva también algo de la cosecha de quien registra, como dejó patente el Capitán Kirk, al mando del USS Enterprise, con su clásico dictado “Bitácora del Capitán…”, rematando cada entrada con alguna frase profunda que englobara el espíritu de la situación, para sí mismo y quizá para quien eventualmente llegue a dar con aquella memoria oral. En este sentido, Chucho González Galindo (1996, Estado de México) deja patente en Quimbumba de la verdá (2022), poemario de la colección “Crisis” de la revista independiente de Guanajuato (Mx) GRANUJA, coordinada por el poeta Andrés Gómez (1996, Silao), la intención testimonial de su vida, al saberse Capitán Queer.
Chucho juega con el lector a las traes, donde si este último lo alcanza, será recompensado con una confesión hecha de poesía, doble sentido y eufemismos, siendo estos dos últimos de poca duración y medio transparentes, recordando a Salvador Novo y el lenguaje de miradas:
GUPPIE
La cosa no es preguntarse de parte de quién viene otra vez
porque es mucha la gente que se ha acercado a tocar esta puerta mal cerrada
que se empeña en evaginarse sobre su marco
cuando los tactos se le juntan en la manija
y se retuerce pendeja
en especial cada que anda celebrosa
[…]
Por eso esta vez yo cerré bien como Dios manda
porque conozco mi puerta
pero el chorro que se enculó en el rato que se metieron
me carraspeó el cuello y llenó a tope el acuario
¿Qué pasará si crío? Digo saboreando el trago
y ahora tengo como mil peces nadándome en el hocico (González Galindo, 2022, pp. 16-17)
Al fin y al cabo, la especie humana ha presentado a lo largo de la historia disidencias con respecto a la identidad de género y la preferencia sexual, hecho que no priva de enfrentar las expectativas ajenas, como el no darles nietos a los padres: “ay, pienso / qué explicarle que no sepa / qué mostrar que no haya visto, pues / si hasta me dio sus llaves / ese es su miedo, igual / yo no comía” (pp. 18-19); de enfrentar a las instituciones oficiales sobre la desaparición de quienes buscan dignificar a los campesinos; entre otras. Al final, “la piel es infranqueable / cuando habitamos el delirio / por eso opté por sentirlo todo” (p. 43).
PÉNDULO
Con cada palabra que aviento
descubro
nuevas formas de gravedad
en la caída
Con cada oscilación
hallo paisaje
Con el tiempo
la quimbumba de haberles conocido
y es que saben quel dolor es mi renuncia
y es que saben del placer de toda espera (p. 52)
La poesía de Chucho se encuentra entre lo conversacional y lo confesional. Entre decirse quién es y cómo quiere ser ante sí, como ante los ojos del resto. Sin riesgo del rechazo u ofensa que pueda afectarle directamente, porque el libro solo es el mensajero y, de preferencia, no hay que matar al mensajero:
No me pidan olvidar
que no es capricho
al gritar sus dos nombres
se me queman
no estoy hallando camino
(me derrumbo en chinga…)
silencio
tiempo
cumbia
espacio
(…como chumbo en su fandango)
sobre este caudal alcé mi casa
sobre esta quimbumba de la verdá, mi condena (pp. 52-53)
Quimbumba es una expresión caribeña para referirse a un lugar “remoto”, “imaginario”, “lejano o impreciso”, destino predilecto para los viajeros ansiosos de ir hacia “donde ningún hombre ha ido antes”, porque puede ser un lugar sin destino final o más probablemente del que no se pueda volver. En este sentido, la poesía es el fósil del instante; sepultado por toneladas de circunstancias que ocurren al mismo tiempo, la vida retumba constantemente al puro estilo de la Orquesta de Pérez Prado, justo después del icónico “¡Ahhhhhaaah! ¡Dilo!”, dándole entrada al siguiente ritmo. Al recordar, es difícil no asombrarse y no lo digo en sentido estricto, que recordar es exclusivo para engrandecerse a uno mismo ni presumir, más bien, dar fe y constancia que ha ocurrido la vida, se ha vivido, tanto para bien como para mal; se ha vivido, a fin de cuentas. La identidad engloba tanto al individuo como a los grupos y lugares donde este se encuentre; por ende: uno es y se hace en justa medida. Pero dejando un poco de lado la idea del destino o del plan divino, el poemario de Chucho reafirma el carpe diem: la vida está llena de espacios e instantes donde ser y estar, de preferencia y principalmente, bien con uno mismo; sea como sea, pese a quien le pese lo que a uno le guste. De otro modo, no sería vida, ni sería de uno. Si bien la poesía más contemporánea, aunque abreva de la narrativa, del ensayo y la crónica, no necesariamente se ajusta a sus reglas; puede simplemente dejarse en un punto y a lo que sigue, hasta su reencuentro donde seguramente se diga para sus adentros: “vaya, he progresado mucho desde entonces”, o simplemente: “jajaja, ese día sí me la mamé”.
Francisco José Casado Pérez (1990, CDMX). Arquitecto y escritor. Ha publicado en revistas digitales. Ha obtenido Mención Honorífica del Premio Bruno Corona Petit (2020-2022), de Venezuela. Es autor de los poemarios Para mirar los pasos (2021), Escrúpulos Editorial, premio “Don’t Read” 2021 y la plaquette Flush (2023) del taller de imprenta Canciones Tristes. Books & Printing.