EL INVENCIBLE VERANO DE LILIANA: LA MEMORIA FAMILIAR COMO POLÍTICA

POR ARIZBELL MOREL DÍAZ

“Es un libro feminista”
“Muy sonado, ¿ganó un premio, no?”
“Otro libro sobre feminicidios”

Éstas son algunas de las frases que había escuchado que utilizaban para describir al memorial literario dedicado a Liliana Rivera Garza. Publicado en 2021, este escrito también puede clasificarse como un libro que compras para que los demás te vean leer, para sentirte como una persona con cultura que consume contenido de calidad, como el ganador del Premio Mazatlán de Literatura 2021. Así, en la época de las redes sociales, de BookTok y demás plataformas dedicadas a mostrar el hábito de la lectura como glamoroso, a leer como un acto digno de ser observado, la elección pública de conocer este escrito crea alianzas con comunidades afines al pensamiento de la autora. 

Leer en el espacio compartido, en los espacios de tránsito, es un acto político que permite analizar a una sociedad. Por esta razón cabría preguntarse en todo momento: ¿para qué leemos lo que leemos? ¿cuál es el propósito de la lectura en sí misma: confrontarnos o reconfortarnos con ideas parecidas a las nuestras?

Todas estas reflexiones partieron gracias a la lectura del libro escrito por Cristina Rivera Garza, dedicado a la memoria de su hermana asesinada en los años noventa por una expareja en su propio domicilio. 

Ahora bien, debido al contexto sociopolítico mexicano actual, se puede considerar este libro como una expresión feminista más, una protesta de tantas, una denuncia pública o un tendedero de los cientos que abundan en redes sociales y espacios públicos. Uno más. 

Sin embargo, la autora crea una especie de texto documental sobre la búsqueda de justicia en México, así como una carta de amor a la vida urbana en la capital del país que sobrepasa los límites estéticos de la denuncia anónima. Lo que es más, el texto propone una autoría híbrida que no solamente integra distintos formatos de escritura, sino que también incluye distintas voces literarias (siendo la más evidente la de la propia Liliana). 

Es indudable que el libro trata sobre la búsqueda de justicia ante la impunidad de diversos organismos mexicanos. Aunque el delito cometido invariablemente tiene su origen en la violencia de género, la realidad mexicana iguala la falta de procedimientos legales eficaces. Como ejemplo de ello, haré referencia a una anécdota personal: Mientras leía el capítulo dedicado a la ineficiencia del sistema judicial mexicano, me fue invariable pensar en mi padre y su bicicleta, que fue robada afuera del supermercado hace algunos años. Al levantar el acta correspondiente, le informaron que, por una módica cantidad, se podían seguir los trámites. De otro modo, habrá que recordar que “las persecuciones pueden ser muy tardadas” y “los expedientes no viven para siempre”, como diría Cristina Rivera Garza. 

Así, desde el robo de un artículo personal hasta la privación violenta de la vida, los procesos judiciales que deberían resarcir estos delitos en nuestro país son generalmente inoperantes. De ahí que el clima de inseguridad en México sea una realidad que sobrepasa la naturaleza específica de ciertos actos delictivos. Por estas cuestiones se puede declarar que este libro es prueba de la experiencia indignante de quienes denuncian sin posibilidades de seguimiento apropiado, ya que en sus páginas se puede percibir una sed de justicia colectiva ante la impunidad normalizada. 

Más allá de la clara y necesaria perspectiva de género, se trata de un texto sobre la búsqueda de justicia, sobre la esperanza de una restitución social por el duelo congelado. Después de treinta años de haber sido atravesada por el feminicidio, Cristina escribe para recordar más allá de la violencia, razón por la cual este afán contestario ante el sistema burocrático se encuentra en constante tensión con una pulsión de trascendencia humana. De este modo, se puede decir que su libro invita a pensar en la escritura como un acto vital en la conformación de la identidad, un hecho que permite completarse como persona.

El libro comienza resaltando la frase “no crea que los expedientes viven para siempre”. Este enunciado, que refleja injusticia social, también devela un cierto anhelo de trascendencia humana por parte de la autora. Aunque el olvido impune es un acto terrible, también cabría preguntarse: ¿hay algo que viva para siempre? Lo humano (materialmente hablando) está destinado a perecer, la salvación ante esta angustia es la capacidad de memoria. Rememorar es un deseo por preservar, por trascender, por transmitir más allá del ciclo de vida individual. Desde mi perspectiva, escribir es un duelo constante, paralelo a las ideas de Jorge Dubatti sobre el estudio del hecho escénico. El acto de escribir atenta contra el olvido, es un intento de resurrección ante el miedo a la existencia perecedera.  

Similarmente, a pesar de su naturaleza de resistencia, el acto de escribir también permite habitar los vacíos, dar nombre a lo inexplicable, como señala la autora sobre la utilidad de los términos para comprender el mundo. Narrar, escribir, para Cristina, es conformarse individual y colectivamente. La escritura como un acto que construye identidad y reconcilia con la realidad es otro de los temas de este libro. 

Debido a la naturaleza coautoral de este escrito, la voz narrativa refleja un ensamble coral que no sólo describe un delito de odio, sino que refleja realidades mexicanas contemporáneas desde distintos puntos de vista. Adicional a la perspectiva de género, este escrito ofrece un recorrido por la Ciudad de México en la década de los noventa y en la actualidad. Paralelo a la profesión de Liliana, las descripciones espaciales, su influencia sobre la línea narrativa, crean una atmósfera juvenil que brinda al lector un acercamiento al mundo universitario de esos años. De este modo, la escritura de una muerte también se encuentra plagada de deseo por existir en colectivo.

Así como el escribir puede funcionar para recordar aquello que pereció, también puede otorgar vida. Esto se ve ejemplificado gracias a que Liliana se retrata como un personaje con voz y existencia propias. El acto de incluir sus apuntes (en ocasiones como imágenes, en otras como transcripciones) permite imaginar que ella misma es quien relata gran parte del texto. De esta manera, analizando la inserción de estos metaescritos, cabría preguntarse: ¿hasta qué punto Liliana es un personaje de Cristina? ¿Puede un narrador no ficcionalizar aquello que describe? ¿Es la distancia una ficción en sí misma?

En contraste con la narrativa viviente, en el libro coexiste el relato de la muerte. Más allá de la diferencia temática, la autora distingue entre ambas escrituras a nivel formal; siendo la segunda, la crónica del duelo, mucho más fluida y sensorial que los inicios del libro. Debido a esta diferencia de formato, se puede decir que ética y estética se encuentran en constante tensión a lo largo de la obra literaria. A partir de esta lectura cabría preguntarse: ¿cuáles son los límites éticos y estéticos de un memorial? Además, por la conjunción de testimonios y documentos, es más que pertinente cuestionarse: ¿hasta qué punto la edición es una escritura en sí misma? ¿Qué se escribe y qué no?

Dicho lo anterior, el lector aún podría preguntarse: ¿por qué leer a una autora feminista? Cuestionamiento que entraña dudas más profundas, como el interrogar acerca de cómo escribir algo que difunda más allá de las etiquetas. ¿Qué literatura escribir y para qué? ¿Para quién se escribe lo que se lee?

Debido a la extensión del presente texto sería improbable dar una respuesta satisfactoria a estas preguntas más que pertinentes. Sin embargo, creo que algunas razones para leer este maravilloso libro son el hecho de que la autora brinda un resumen crítico de las últimas manifestaciones feministas en la zona central de México (lo cual otorga contexto de una problemática actual y regional desde un medio de difusión crítico, como puede ser la novela documental). Por su naturaleza temática y formal, el escrito permite revivir los años de universidad de un grupo de jóvenes a través del relato de la adultez temprana, que ofrece una ventana al pasado o al futuro, dependiendo de la edad del lector. 

Por último, el volumen presenta una carta de amor a la Ciudad de México acorde a la profesión de Liliana: la arquitectura. Enfocado en ciertas zonas de las que no se suele escribir tanto desde la ficción híbrida (Azcapotzalco), la lectura de esta obra muestra cómo el espacio físico y geográfico condiciona ciertas actitudes de vida o habilita la creación de comunidades específicas y transitorias. A su vez, esta escritura también devela el entramado espacial de relaciones familiares que se configuran a través del diálogo con los otros y las otras que habitan los mismos espacios en simultáneo. De este modo, el recorrer los espacios de Liliana y de Cristina permite recordar sus vidas a lo largo de la trama.

Así, gracias al espacio y al testimonio, Cristina Rivera Garza crea un escrito sobre la política familiar entrelazada con el contexto comunitario actual.

PERFIL IRRADIACIÓN

Arizbell Morel Díaz (Ciudad de México, 1998). Egresada del Colegio de Literatura Dramática y Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Ha escrito narrativa y ensayo. Es columnista de la revista independiente La Coyolxauhqui donde ha publicado textos como “Bitácora de una planta en resistencia”, “Tetera conoce a cafetera” y “Barista”, entre otros.