PARADOJA E INDIVIDUALIDAD: LA VOZ POÉTICA EN LOS DEMONIOS Y LOS DÍAS DE RUBÉN BONIFAZ NUÑO

POR LORENA AVIÑA

Es posible hablar de la relación entre poesía y sociedad como un medio de representación y como un llamado a la unión y la acción, en donde el lector pueda encontrar la inspiración y la fuerza para realizar un cambio social necesario; o bien, podemos exponer la forma en que la poesía funge como testimonio de los valores culturales de una época específica y un lugar en particular. Además, es posible reconstruir nuestra realidad o construir una realidad completamente diferente en los textos, gracias a las licencias y la conjunción de los términos que habitan el poema. La poesía, a su vez, puede realizar un registro colectivo que recolecte sentires, exigencias o acontecimientos, y que visibilice, en sus versos, una forma de percepción compartida. 

Sin embargo, hemos de comprender que la poesía no sólo funciona por sí misma, en su individualidad, por lo cual, si lo que se requiere es hablar de la convivencia de los textos en un poemario mismo y, aún más, de la convivencia de la voz poética y lo que enuncia en cada uno de los poemas, es necesario realizar un acercamiento hermenéutico y sensible a la obra en general, partiendo de cada poema individual: ¿cuál es la relación del poema uno con el poema diez si uno parte de una voz poética individual y el otro enuncia lo colectivo? 

Lo anterior es justo la paradójica relación enunciada en los poemas que conforman Los demonios y los días, poemario escrito por el mexicano Rubén Bonifaz Nuño y publicado en 1956 bajo el sello editorial Fondo de Cultura Económica. A lo largo de la obra, la voz poética toma una perspectiva individualista para anunciar su propio malestar, el cual, aunque hable de soledad, se comparte con la denuncia colectiva que esa misma voz realiza. Es una paradoja sumamente interesante que rescata el egoísmo y la ceguera humana, al tiempo que comprende el sufrimiento del otro y la carencia emocional y económica que experimentan en conjunto. 

Se entiende como individualidad la cualidad humana para ser entendidos como seres irrepetibles en el conjunto social. A lo largo del poemario Los demonios y los días, pueden encontrarse poemas en los que la voz poética, comprendida y desarrollada casi como un personaje, se enuncia a sí misma y se enfrenta con el entorno que la rodea, validándose como un ente único entre el espacio social y cultural a su alrededor: “Si yo me negara a todas las cosas / que pasan, lo sé de cierto, podría / sentirme seguro. Pero yo mismo / de mí no dispongo. No soy libre / ni siquiera para morirme solo” (Bonifaz, 1956, p. 17). La voz poética no encuentra su compatibilidad ni un resguardo con lo que acontece más allá de sí misma. Esto se repetirá a lo largo de diversos poemas, en donde encontramos la enunciación de la miseria propia y el enfrentamiento contra la vida en el desconocimiento del sufrimiento ajeno. Sufrimiento que, paradójicamente, también lo envuelve como individuo. 

El olvido de la existencia de los otros y la ignorancia de su sufrimiento es la base del problema: en diversos poemas se habla de soledad y de no pertenencia, mas en esas cualidades es en donde radica la relación ignorada con el otro. Con lo anterior quiero decir que la individualidad está centrada en sí misma porque la vida la rebasa, le es imposible enfocarse en algo más allá de sí misma, y el otro es representado en ciertos poemas como parte del escenario que lo lastima y lo abandona. Esta perspectiva de abandono, ese dolor generado por la soledad encapsula la voz poética y hace que permanezca al margen, sin ver al otro; sin embargo, en Los demonios y los días también se encuentran diversos poemas que enuncian la colectividad en ese mismo abandono y dolor, por lo que puede entenderse que la relación entre un individuo y otro se gesta gracias al paralelismo de sus emociones y su soledad.

Previo a hablar sobre la presencia de lo colectivo, es importante señalar lo que parece ser un sacrificio de la voz poética, de este personaje individualizado, ante quienes lo rodean: “Y entonces admiro que no es justo; / que tengo el poder pero no el derecho / de hacerme feliz yo solo entre tantos” (Bonifaz, 1956, P. 18). Esta vez, se trata de rechazar una forma de salvación que se centra en las cualidades del yo, sabiéndose capaz de salir de su misera con herramientas que, tal vez, el otro no tenga. Nuevamente la ignorancia es protagonista del poema: se habla siempre desde sí mismo y de la consciencia mermada de los otros. 

Esta ignorancia es la misma que enmarca la percepción del resto, por lo que la voz poética se encuentra ensimismada en su propio ser y en lo que cree, siente y percibe de los otros. Su propio sufrimiento, entonces, luce como el único en el entorno y se reivindica la idea de desencuentro e inutilidad: “Casi con placer, he sentido / que me voy muriendo; que mis asuntos / no marchan muy bien, pero marchan; / y que al fin y al cabo han de olvidarse” (Bonifaz, 1956, p. 42). La relevancia que tiene el otro en la autopercepción es innegable: se rinde ante el conocimiento de que no perduraremos y que nuestras acciones no irán más allá de nosotros mismos. El olvido, a cargo del otro, es otro factor para considerar la pertenencia como una de las mayores problemáticas del poemario, la cual, como se mencionó anteriormente, parte de la ignorancia y de la centralización de la consciencia. 

La soledad se percibe a lo largo del poemario como una de las fallas que permite el entorno, en donde puede notarse que la ciudad y la urbanidad son agentes base para garantizar lo anterior; aunque no ahondaremos en ello, es preciso comprender el origen de esto que mantiene al borde de la muerte a la voz poética, quien afirma, una y otra vez, que no hay quien lo entienda. Su soledad, entonces, ha sobrevivido a pesar del grito de auxilio: “Y es completamente inútil que llore, / que cante pidiendo socorro; / pues todos estamos pobres: vivimos / viendo que tendemos la mano / y la retiramos siempre vacía” (Bonifaz, 1956, p. 14): La voz poética es consciente de su propia pobreza y de la pobreza de los otros, pensándose ya dentro de un colectivo que sufre de carencias. 

En esta enunciación del colectivo, también es posible vislumbrar las exigencias sociales que tienen lugar en la escena del poemario, así como el ambiente carcomido y decadente al que se enfrenta la voz poética y quienes habitan con ella: “Una llamarada de moscas verdes / ha nacido encima de la tierra, / encima del agua que bebemos, / ha poblado el aire que respiramos” (Bonifaz, 1956, p. 22). La voz poética antes centrada en sí misma y su situación de soledad, confusión y dolor, ahora se sabe envuelta por el mismo aire contaminado que los otros, con lo que se rastrea un sentido de empatía y pertenencia, aunque estos sucedan gracias a una situación desfavorable para todos. Estamos frente a un poema que enuncia la unión a través del sufrimiento, una voz poética que se sabe víctima de un malestar general, colectivo: la misma voz anteriormente centrada en sí misma, ahora amplía su perspectiva, empatiza con el otro y habla, sí, desde sí misma, pero para todos. 

Esta colectividad se verá enunciada en el poemario en diversas ocasiones y desde diversas imágenes poéticas: se habla de ella cuando sufre la imposición de un algo que va más allá de su control. En el retrato social, Bonifaz Nuño elige tomar el sufrimiento de la renuncia humana por la supervivencia, el desamparo mutuo existente en la comunidad, la pérdida de sonidos diversos y la permanencia de los aromas salobres, pesados, que inundan las calles y la memoria de sus habitantes. Esta colectividad, aunque es enunciada por una voz poética muchas veces individualista, nos recuerda que somos parte del dolor de los otros, que podemos sentir las carencias e injusticias que viven aquéllos con quienes compartimos espacio, gracias a nuestras propias emociones y carencias; es decir, el otro habita en mí, sufre conmigo y se duele de lo mismo. A veces, la realidad nos rebasa y no tenemos más de nosotros para dar, pero una consciencia permanece aun en los momentos de miseria y soledad: sufrimos en conjunto y nos encontramos, aun a solas, en la desesperación y los sollozos de quienes nos rodean. El dolor, entonces (qué alivio), no nos pertenece. 

FUENTE

Bonifaz, R. (1956). Los demonios y los días. Fondo de Cultura Económica.

Lorena Aviña (Zapopan, Jalisco, 1996). Se desempeña como investigadora, editora, poeta y docente de español e inglés. Sus obras han sido publicadas y presentadas en diversos congresos y revistas nacionales e internacionales.