¿POR QUÉ (NO) ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON LOS GÉNEROS LITERARIOS?

POR ARMANDO GUTIÉRREZ VICTORIA

“Vanas pretensiones de viejos filólogos positivistas”. Muchos de nosotros calificaríamos así al afán por ordenar la compleja serie de discursos literarios que transitan en la cultura en conjuntos definidos e identificables. Los géneros literarios hoy se asocian con una antigua voluntad taxonómica de la cual recela una opinión pública que defiende la política de “no etiquetas”, porque el gesto ordenador entraña un añadido de exclusión, separación y discriminación, ratificado por el ejercicio académico y científico vigente.

En una sociedad con una tendencia explícita a borrar las fronteras, a contravenir los discursos que separaban las dimensiones humanas en unas cuantas categorías económicas, sociales y sexuales, la idea de los géneros literarios se asocia no con certidumbres, sino con mecanismos de control desactualizados que invariablemente limitan la expresión artística y no son funcionales en la resolución de problemas de índole estética.

¿Ante tales circunstancias tan desfavorables para los géneros, conviene postular –como hace unas décadas lo hizo Roland Barthes con el autor– su inexorable muerte? ¿Es su desaparición un resultado inevitable en el desarrollo de los estudios literarios posmodernos? Antes de contestar cualquiera de estas preguntas, considero necesario reflexionar en todo lo que sintetiza y simboliza el concepto de género en literatura. Tómese esto no como una defensa, sino como un poner a la vista los hechos.

I

¿Por qué preguntarse por el género de una obra? Porque la coloca en diálogo con su tradición. La interrogante sobre el género de una obra literaria no se funda de forma ineficiente en la pretensión de clasificar por clasificar. La interrogante por el género encubre la interrogante por el dialogismo de los discursos. Interesa el género porque interesa establecer relaciones de semejanza y diferencia en la serie literaria, desde una perspectiva sincrónica y diacrónica. Es en el cruce de estas dos coordenadas donde se encuentra no la evolución de los géneros, sino su actualización y refuncionalización en el sistema literario.

II

La rebeldía ante los géneros literarios no supera el gesto del creador. Resulta improductiva la rebelión contra los géneros literarios en el terreno de la creación textual, porque las discursividades tienden a normalizarse y, por lo tanto, a institucionalizarse. Así, incluso el discurso más disrruptor paulatinamente funda una tradición basada en la disidencia y al hacerlo, incluso la singularidad más inusual, tiende a construir una esfera de conjunto genérico.

III

El concepto de género literario no es una linealidad cerrada, sino un espacio en tránsito. Hay que comenzar por visualizar el género literario como el lugar donde se aglomeran los discursos. Este sitio no constituye un espacio que sólo incluye entradas, sino también salidas. Los discursos aglomerados entran en tensión dentro de sus límites y expulsan o consolidan otros discursos. Lo importante es cuestionar quiénes y qué razones motivan este tránsito dinámico. Si lo hiciésemos, notaríamos que el sistema se pone en movimiento por tres agentes del campo literario: el autor, el lector y los mediadores culturales, cuya principal función la desempeñan los editores.

IV

El concepto de género literario ha sido moldeado por estímulos de orden material y comercial. Muchas de las realizaciones genéricas en la serie literaria no se hallan motivadas por los lectores o por los autores, sino por los editores, en su dimensión de empresarios de bienes culturales. Un género es también una construcción industrial y una exigencia que desea ser satisfecha. Corrobórese esta tesis con las distintas colecciones, convocatorias y concursos de creación que siguen sin escapar a estas conceptualizaciones.

V

Todo género literario cumple una función doble. Al tiempo que los géneros institucionalizan y regulan los discursos de la serie literaria, disminuyen la incertidumbre semiótica del lector frente a la pregunta de lo informe lingüístico. Todo lector, lo acepte o no, regula la fusión de horizontes con la obra literaria a partir de las certidumbres genéricas, traducidas en convenciones que se corroboran o no en su lectura. Ante la duda de saber qué estamos leyendo, buscamos llenar el vacío hermenéutico con una categoría conceptual, pues nos aterra lo incierto y lo que somos incapaces de nombrar, mucho más en una cultura fundada en la fe por el valor de verdad.

VI

Debe dejarse de comprender el concepto de género literario desde la metafísica platónica. Todo género actúa y deviene un fenómeno de los discursos y de las sociedades que los producen y los validan. Como fenómeno, los géneros no son homologables a una elaboración abstracta de normas sin un ser estricto en el mundo. Todo género literario debe situarse en su respectiva espacialidad y temporalidad; pues, sólo así será posible recuperar su dimensión histórica real como constante transformación y reelaboración de estrategias discursivas, ya que los géneros no permanecen estáticos, porque devienen en realizaciones concretas, no en sus valores asociados.

VII

Ante la negativa de su existencia, resulta más pertinente preguntarse por sus límites. La negación de un fenómeno no satisface la interrogante por su naturaleza en el sistema literario. Por el contrario, hay que comenzar a cuestionarse por sus límites, si es que es posible localizar sus fronteras. Así, podríamos formular un cambio de perspectiva donde los géneros dejen de actuar como conjuntos discriminativos y se comporten como membranas que comparten información de manera constante. Todo texto, entonces, participaría de las estrategias de uno o más géneros, pero, ante la falacia deconstructivista, siempre sería fundamental reconocer el valor dominante en su estructura.

VIII

Todo género literario es un pacto o una promesa que busca ser cumplida. Si comenzamos a visualizar que todo texto es un componente discursivo en un acto comunicativo, sería posible determinar que el concepto de texto es dependiente de su realización en un emisor (autor) y un receptor (lector). Por lo tanto, un género literario engloba una forma o una voluntad de producción escrita de un discurso, pero también una interpretación que busca ser asumida. La promesa se manifiesta a través de los paratextos de una obra, donde el lector tiene la elección de asumir o no el pacto propuesto por el autor. Del resultado de esta operación, que como realización histórica está siempre en una constante actualización, el crítico podrá establecer un corte sincrónico que dé cuenta del género literario.

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No es momento ya ni para una ciencia literaria, ni para una erótica del texto. La literatura requiere, más que nunca, una crítica interrogante de nuestras subjetividades y de nuestros prejuicios, que abandone de una vez por todas la perspectiva platónica de estudio. El momento de la literatura posmoderna es el momento de la crítica a nuestra posmodernidad y la idea de género que se busca estallar la hemos fundado sobre nuestras voluntades.

Tlalpan, marzo 2022

Armando Gutiérrez Victoria (CDMX, 1995). Actualmente estudia el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Ha participado en distintos proyectos de investigación en la UNAM y ha colaborado en distintas revistas como Campos de Plumas, Plástico, Periódico Poético, etc.