TÁTAU, POEMAS DE AXAYÁCATL CAMPOS ROJAS METATATUOLOGÍA

RESEÑA: Axayácatl Campos García Rojas, Tátau, Mexicali, Pinos Alados Ediciones, 2020

POR ADRIANA AZUCENA RODRÍGUEZ

Según la referencia de Sir Joseph Banks, acerca de la costumbre de las islas polinesias, de hacer un “marcado en diferentes partes de su cuerpo, de acuerdo a su humor o diferentes circunstancias de su vida”, es como inicia el libro de poemas Tátau, primer poemario de Axayácatl Campos, medievalista e investigador de libros de caballerías, que se aventura a la publicación de su propuesta creativa. Estos poemas conforman, pues, una poesía del cuerpo y de la mirada que lo contempla; la imagen como el cuerpo en que está impresa: el que observa y recrea con palabras el tatuaje, también lo construye con un humor o circunstancia particular.

El lector recreará imágenes referidas a diferentes especies zoológicas, tanto de la realidad como de la fantasía: un pez, una serpiente, un dragón, una pantera, un águila. Pero también objetos y símbolos: alas y pequeñas alas, diseños tribales, el Leo zodiacal. Ciertos elementos abstractos, como una plegaria, o un texto que la mirada no alcanza a leer. Personajes mitológicos como San Miguel y Apolo. Entonces vemos las interrelaciones entre estos elementos: los animales tienen aspectos simbólicos o recrean una historia. Las posibilidades de los tatuajes dan, incluso, la pauta para reflexionar poéticamente acerca de esta práctica, creación artística e ideológica, en una metatatuología

“Pez japonés” es un poema excepcional, como es la imagen del tatuaje: el pez en el agua de piel. La imagen se fragmenta en una serie de detalles recreados mediante metáforas particularmente efectivas: “sol naciente de seda”, “flama de ígneo movimiento con agallas”. Sorprende la movilidad del pez que, como un colibrí, posa sus labios en una flor de loto. La sinestesia también se refiere a sus matices y temperatura, con la intervención de la mirada que reflexiona: 

Viril anuncio eres a quien mira
con simbólico saber tu estar plasmado 
en la piel de los hombros de un hombre que te ostenta. 
Eres pintura de Kyoto, diseño en porcelana,
sobre músculo soporte piel muy blanca.

Esa admiración contemplativa es un vehículo hacia la reflexión del poeta:

Quien te mira sucumbe fascinado, 
no por belleza del hombro que te enmarca; […] 
sí por la imagen que despierta 
millones de cuentos ya narrados.

El poeta se dirige a estos seres, infundiendo vida a la imagen. Superior a la del cuerpo que lo ostenta. El cuerpo es lienzo y el tatuaje el ser que obtiene vida de la persona que lo porta. Como cuando le dice al dragón: “En un brazo de héroe eres dibujo / y refuerzas seductor un trémulo deseo / de caricia, tacto y gusto”. Una paradoja que surge repetidamente en la poesía mexicana, el vaso y el agua de Gorostiza, por ejemplo. 

Sólo en algunos poemas parecen acecharse igualmente cuerpo y tatuaje. Eso es lo que caracteriza los poemas de la parte media del libro y se acercan a la poesía erótica. En “Pantera”, tatuaje y cuerpo tatuado se confrontan en un desafío de sensualidad. Y en “Pequeñas alas” tatuaje y cuerpo tatuado, definitivamente, interactúan en un acto erótico. “Plegaria” refiere también la sensualidad de las manos tatuadas en el cuerpo, deseándose mutuamente. Y provocando a otro: al poeta, observador del tatuaje, como observador es el lector.

“Tribal” se refiere al diseño de la greca con múltiples significados: ramas, espinas. Un símbolo es un misterio a descifrar, como la piel sobre la que está impresa:

El tatuaje, tribal adorno,
es anuncio, invitación morbosa 
de tocarlo, lamerlo y olfatearlo, 
de no dejar, por tanto, al menos de mirarlo.

Los tatuajes de símbolos se encuentran en sitios estratégicos del campo que es el cuerpo masculino. Como el sol, representación de Apolo ubicado “en el centro mismo de su cuerpo”. Como sabemos, hay quien se tatúa palabras y frases: tal vez un poema o una sentencia alentadora. Y en “Texto” se plantea el enigma de lo que dice y la invitación a descifrarlo. 

El autor juega con las posibilidades de que el tatuaje cobre vida. ¿Y si las alas tatuadas se convirtieran en alas reales y, con ellas, el tatuado se convirtiera en un ser sobrenatural? Esa tensión entre lo posible y lo probable es un logro en este poemario. No es casual que le siga el poema al “San Miguel”, el tatuaje que retrata al arcángel vencedor de Lucifer y el brazo que también resulta vencido. Lo mismo ocurre con el último poema del libro, ahora del águila-Zeus-escudo. El hombre-lienzo se reduce, por decirlo así, a “la presa / deseada y amada”. Los tatuajes han vencido.

Así, hay una especie de narrativa que va construyéndose en el poemario: de peces y serpientes arquetípicos que habitan en el cuerpo, a cuerpos que seducen al tatuaje y de ahí al tatuaje divino.

Hay cierta tendencia a suponer que el crítico es un escritor frustrado, o que sólo es un técnico de la obra literaria que desarma y nos muestra las piezas, o un forense que hace autopsias de la obra literaria sin alcanzar a descubrir qué le infundió vida —por mencionar algunas de las analogías absurdas que se llegan a escuchar—. Por eso es de celebrar que sus propuestas queden tan bien logradas, porque revelan el amor de sus autores por la expresión poética, el rigor en la selección de cada tema, enunciado y palabra, la escritura desde un amplio conocimiento de referencias. Una apuesta por la creación desde la tradición.

PERFIL IRRADIACIÓN

Adriana Azucena Rodríguez es Doctora en Literatura Hispánica por el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del Colegio de México (CELL, Colmex). Ha impartido clases de Teoría Literaria en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad Autónoma de Chiapas y en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México.