Personajes: X Z HOMBRE
En lo que simula ser un bar, que bien podría ser clandestino.
Todo, que viene siendo casi nada, está iluminado por unas parpadeantes luces de colores. Hay una vieja rocola en el fondo, un par de mesas, al centro hay dos sillas metálicas y en una de ellas, X está sentado, tiene la cabeza agachada y está vestido en camisa blanca y pantalón gris, con unos zapatos negros desgastados pero brillosos. Tiene el rostro floreado, es decir, golpeado y su boca sangra, tiene uno de los párpados hinchado y amoratado. Detrás de él se mira una pared color verde y la vieja rocola, a su costado una de las dos mesas metálicas donde reposan un montón de botellas de cerveza, un plato con limones partidos, un salero de plástico. X está amarrado a la silla. X gime y escupe. Tras varios segundos de total silencio, entra Z, vestido en camisa de colores brillantes, pantalones entallados y una cadena de oro reluciente. Z se dirige a la rocola y mete una moneda que escuchamos caer dentro del aparato, Z aprieta los botones hasta elegir una canción, que ahora suena fuertemente por todo el sitio. Z saca una pistola desde detrás del pantalón y la pone, de golpe, en la cabeza de X que yace amarrado sobre la silla.
X escupe sangre
Z bebe de una de las botellas de cerveza
X sentado parece desvanecerse por completo, pero antes de caer, es puesto en su sitio de un puñetazo en las costillas.
X: Yo nada, nada tengo para darte, no tengo ni dónde caerme muerto…
Z: Pa mí que tienes todo eso que ando buscando…
X: Después de la madriza apenas y tengo un cuerpo…
Z: ¡A mí me vale verga tu cuerpo!
X: A mí me duele, más que este pinche cuerpo que apenas tengo, que seas tú mero el que vino a chingarme, ¡como una puñalada en las tripas! Pero mejor no te doy ideas…
Z: (ríe) Siempre fuiste medio joto, desde que éramos morros… bien que me mirabas la verga mientras meábamos detrás de la nopalera, y cuando llegaba a cacharte, cuando te cachaba viéndomela, te hacías el que la virgen le habla, volteabas para otra parte y te ponías a contar hormigas…
X: ¡Era la pura curiosidad, cabrón! La puritita ingenuidad y la curiosidad de ver otro cuerpo que no es el de uno, nada más, nada más…
Z: ¡La puritita ingenuidad! Se me olvidó que tú eres gente leida, que sí terminaste la escuela y hallaste chamba acá en la ciudad… Y mientras tu jefecita allá, partiéndose el lomo, arrodillada lavando las pinches losas de los pinches gringos, hasta que no quedó nada de ella… ¿Y tú? Jugándole al marica de ciudad, al que lo tiene todo… ¡menos madre!
X: ¿Yo? (ríe). Yo acá ganándome la vida, porque ojalá uno la tuviera ya ganada… (Se detiene a causa de la tos. Tras toser, escupe sangre y se lamenta).
Z: Sabía, sabía que ibas a salirme con una chingadera, mientras estabas aquí, en la pinche ciudad, todos y todas estábamos muriendo de hambre, arañando las tierras, yo mismo vi a tu jefecita, en paz descanse, remendando los vestidos de la vieja del capataz, y tú aquí, ¡disque enseñando! ¡Pero si las letras no saben a nada! Las letras no llenan la panza ni reviven a los muertitos, ¿verdad? Y tu jefecita estiró la pata, creyendo que tú estabas acá siendo alguien, ¡y para pura verga!
X llora, intenta limpiarse las lágrimas con una manga de su camisa, pero el dolor, un dolor insoportable, quizás de una costilla rota, se lo impide. Z se aleja unos pasos, bebe de la botella de cerveza y se dirige a la rocola, con la mano que tiene libre, busca y elige una canción.
X (entre lágrimas): ¿Y tú cabrón? Jugándole al matón, apostándolo todo a las balas y las tranzas, pero sí, cuando uno es huérfano eso debe ser re fácil, cuando uno no tiene ni perro que le ladre, entonces sí ha de ser bien fácil dedicarse a esas chingaderas, porque no tienes nadie quién te llore…
Un fuerte golpe en la nuca detiene las palabras de X, que escupe y parece ahogarse. Z, entre risas, tararea la canción que eligió en la rocola. Z camina y sube el volumen, nada más se escucha, sólo la canción. Vemos a Z golpear brutalmente a X, que cae al piso con todo y silla, la música, tras algunos segundos en que ambos permanecen quietos, se detiene y el silencio se apodera de todo, para tras algunos segundos, ser interrumpido por fuertes toquidos en la puerta. Z levanta la silla con X en ella y sale de escena, vemos a X revolcarse, gemir, sollozar e intentar soltarse…
X (monólogo, dirigiéndose al público):
Allá en el pueblo no fui hombre sino bestia, una quimera, santo de los desahuciados. Mi madrecita que pobre de ella, me mandó tan lejos como pudo. Ella lo sabía, que el pueblo habría de devorarme. Vete a la ciudad, mijo, para que no seas como tu padre: un fantasma, un trozo de leña para el fuego, un puñado de tierra malherida. Y tras la tomadero de tierras, cuando cayó el cártel y se puso a elegir a diestra y siniestra, fue entonces que le tomé la palabra, porque era quedarse ahí y servirles, volverse uno de ellos, obedecer, pues, a los balazos y la despiadada voluntad de los enfermos. Antes de largarme, eso sí, me fui a despedir de mi padre, a la tumba donde también estaba enterrado mi abuelo y mi bisabuelo, y el padre de éste último y quién sabe cuántos más. Yo le dije que ojalá y dios lo tuviera en su santa gloria, que sí, fue malo, que si fue malo fue por mera mala suerte, porque los pobres tenemos de dos. O es águila o es sol. O es crueldad o es resignación. O es resentimiento o es andar agachado, con la cola entre las patas y tomar pues lo que dios va poniendo en el camino de uno. Y me despedí de él, le dije que ojalá algún día pudiera perdonarme, que sí, que yo le inventé que doña Leonora lo estaba esperando ahí donde termina la barranca, entre el montón de piedras donde fue a desbarrancarse, donde fue a quebrarse la cabeza. Porque ese día o era águila o era sol y ya está.
Todas las luces se apagan y tras varios segundos en penumbra, todo se enciende, todo permanece igual a excepción de Z, que ha vuelto y bebe de una botella de cerveza en una esquina de la pieza, sentado, mientras mira fijamente a X, el cual parece inconsciente. Z se levanta y vacía lo que resta de la botella sobre la cabeza de X, éste reacciona y se estremece, parece volver en sí. Z acerca una silla y la pone a un costado de donde se encuentra X, se sienta y le da un par de palmadas en la espalda.
Z: Don Ignacio, siempre tan bueno, ¿eh? El cabrón visitaba a mi jefecita todos los jueves, bien lo recuerdo, porque sabía que mi padrastro no iba a estar en toda la noche. Me daba 10 pesos, disque para que me fuera a jugar a las canicas, ni que estuviera pendejo, yo sabía que los jueves eran de andar vagando por detrás del campo, ¿te acuerdas? Yo pasaba por ti y arrojaba una piedra a tu pinche ventana, yo escuchaba como tu madrecita lloraba en los lavabos, y tú salías a gatas por la ventanita tuya y nomás te extendía la mano… ¡Una vez te caíste de mero culo sobre mí! Y parecíamos dos animales trenzados, nos llenamos de lodo y paja, y tuvimos que irnos a bañar al río…
X: Y nos bañamos ahí, juntos, me acuerdo re bien. Había un frío de la chingada y tú te desgraciaste el tobillo con una de las piedras de la orilla. Yo me metí y te saqué cargando, ¡cómo berreabas! Y te llevé a las orillas y te vestí como pude. Tuvimos que esperar hasta que amaneciera, tenías el tobillo hinchado y morado, a rato llorabas del dolor, hubo un rato en que te dormiste en mis piernas… tuvimos que esperar hasta el amanecer porque nadie quería encontrarse a mi padre…
X es interrumpido con un puñetazo en las costillas que lo hace escupir sangre. Z se dirige a la mesa y toma unos papeles que le pone enfrente a X para que pueda leerlos.
Z: Nomás tienes que firmarlos, pendejo, ¡y ya está! ¿Tú para qué quieres esas chingadas tierras? Mira que lo estoy haciendo por las buenas, porque bien pudo ser por las malas, pero muy malas…
X: Ahora resulta que tengo que agradecerte…
Z: Ellos no preguntan, cabrón, nomás señalan y lo toman. Y uno tiene que agachar la cabeza y acatar las pinches órdenes. Tuviste suerte, si las tierras de tu jefecita, en paz descanse, ya estaban bien muertas, y la casa ni se diga, nomás fuiste y le echaste candado como si eso la fuera a proteger del tiempo…
X: Esas tierras tienen dueña, o tenían, porque aunque dios la tenga en su santa gloria y aunque yo no piense poner un pie en esas tierras, para no verles la jeta a culeros como tú, que se vendieron a la primera…
Z (tras darle otro sorbo a la botella): Es re fácil señalar al otro, ¿verdad?
Z camina hacia la mesa, deja su botella y vacía y toma dos nuevas, las destapa, se dirige hacia X, Z saca una navaja del pantalón y corta la cuerda que ata las manos de X. Le da una de las botellas. X se soba las muñecas y toma la botella, bebe de ella desesperadamente. Z se sienta un lado de X, y comienza a hablar.
Z (monólogo, dirigiéndose a X y algunas veces al público):
Una vez el culero de don Ignacio, tu padre, se quedó a dormir. No se fue a las 3 de la mañana como siempre, porque sabía que mi padrastro, el don Elías, no iba a regresar hasta dentro de dos semanas. Se quedó varios días. Una de esas noches se metió a mi cuarto, su boca olía al orinal de la pulcata, y estaba tan sudado que parecía que le lloviera el cuerpo. Me acarició la cabeza y luego los hombros, yo temblaba de miedo, recuerdo que tuve que ponerme a recordarnos en el río, aventándonos piedras entre los árboles de naranjas, persiguiendo gallinas o silbando canciones que uno comenzaba y el otro la seguía. Algo lo detuvo, no creo que la culpa, yo creí que era que había bebido hasta que casi se le reventaba la panza y se fue al cuarto de mi mamá. Entonces, cabrón, fue que yo aprendí a matar. Ahí, chiquitito, en medio de un cuartucho a oscuras, no precisamente por lo que hizo sino por lo que pudo hacer. También fue por el instante que le hizo retorcerse y echarse para atrás, ahí fue cuando supe que algo se me rompió. Y me llené de asco, imaginé todas sus muertes a manos mías. En una de ellas, estábamos tú y yo bañándonos en el río, de repente bajábamos al fondo y ahí estaba su cuerpo hinchado y de color verde, bien muerto, y jugábamos a ver quién, desde la superficie, bajaba más rápido y lo tocaba con una rama. Tú ganabas más veces que yo porque nadabas muy rápido, más rápido que yo, como un renacuajo…
X: ¡Mejor cámbiale de canción!
Z: ¡Ve, cámbiale tú! Voy a soltarte, nomás no intentes alguna pendejada…
Z desata a X y éste, tras estirarse y dolerse y limpiarse la sangre cuajada del rostro con una de las servilletas de la mesa, se dirige a la rocola. X tarda algunos segundos en elegir una canción. Z observa, con pistola en mano, cada uno de los movimientos de X. X vuelve y ambos, sentados frente a frente, beben de sus botellas de cerveza.
X: ¿Para qué quieren ese pinche terreno?
Z: Sabes, siempre envidié que un hombrecito de bien, que estudió en la jodida Normal y hasta enamoraste a la Claudia, cabrón, todavía piensa en ti… Se le mira en los ojos todavía, ya se casó la muy mustia con el culero del Humberto, el que trabaja en la herrería, ¿te acuerdas? Bueno, que tú, alguien que me mira de arriba abajo con ese desprecio, alguien como tú, tan decente, haya podido matar así, tan despiadadamente a su propio padre. Mira que darle sus 6 pesitos para completar la anforita, mira que esperar a que dieran las 4 de la mañana cuando hasta los muertos han dejado de cantar, y llegar a decirle… porque yo estaba ahí contigo, ¿te acuerdas? Nos escondimos toda la noche detrás de las nopaleras hasta que dieron las 4, después fue que llegaste y le trazaste su muerte. Disque doña Leonora lo estaba esperando con lágrimas en los ojos, nombre, el mero mole de don Ignacio, y ahí abajo, hasta el fondo de la barranca, una urgencia que tenía la pobre doña Leonora. Y ahí fue el pendejo de tu papá por el camino corto, por donde las piedras se desprenden y la tierra es blandita-blandita, por donde no hay una rama donde sujetarse… hasta descalabrarse como cualquier animal que elige el camino equivocado…
X: El camino equivocado no existe, nacimos ya, pues, con todo puesto… o eso me conviene pensar…
Z (mientras observa el reloj): ¡Son las cuatro de la mañana, cabrón!
X: Pero si tenemos toda la noche y toda la madrugada, ¿qué no?
Z: Tú no llegas al sol, carnal, sino dejas de envalentonarte y firmas esta chingadera, no llegas a ver el puto amanecer…
X: Y cómo sé que si lo firmo… porque a este punto ya me vale verga el terreno, a mi jefecita la llevo a todas partes, al don Ignacio tú puedes ir a visitarlo el Día de Muertos, ahí le pones su veladora en mi nombre… Pero si yo firmo, quién chingados me asegura que no vas a volarme la cabeza con esa pinche pistola.
Z: ¡Pues porque no te queda de otra, cabrón! Y porque yo no estoy para darte muerte, y espero que ni tú la mía… y porque por eso vine a esta ciudad culera, donde los pinches güeros lo miran a uno como figura de piedra tallada y donde a uno lo siguen en las tiendas, en las calles, para asegurarse de que no vamos a chingarnos nada. Así que fírmele… crees que yo iba a venir hasta acá si te quisiera muerto.
X: Pásame los pinches papeles…
Z, que tiene el cuerpo torpe a causa de la cerveza, camina hacia la mesa y toma los papeles, X se levanta de un salto y golpea en la nuca a Z, éste cae de cara al suelo del lugar. X toma los papeles e hincado frente a Z, que permanece inmóvil, firma los papeles. Después vemos a X levantarse e ir hacia la rocola. Busca una moneda entre sus ropas y la encuentra, la mete a la máquina y elige una canción, sube el volumen, sólo se escucha la música. Z vuelve en sí y mira los papeles firmados, voltea y mira a X tarareando la canción, se levanta y con los papeles en las manos se sienta en una de las sillas. La pistola yace en el suelo. X se sienta en las silla del costado y quedan sentados uno al lado del otro. La luz se cuela por una de las ventanas: está amaneciendo.
X: ¡Ah, qué moridera era el pueblo! ¿Verdad?
Z: Sí, cuando no se morían de enfermedad o de tristeza, los mataban…
X: Y cuando no era eso, se iban, así nomás sin despedirse, pa no volver… Porque quedarse ahí era elegir el camino de la muerte, fuera como fuera, ¿y tú? ¡Bien te podrías haber venido para acá! Y no morirte, y no matar a nadie…
Z (entre risas): ¿Y ser una pinche sombra más en la ciudad? No, hay cosas que no deben cambiarse. Pero bueno, con esto no vamos a llegar a ningún lado, mejor mira, ten…
Vemos a Z sacar un fajo de billetes arrugados de una de las bolsas de su pantalón, que le extiende a X, éste lo toma sin pensarlo dos veces…
Z: Son cuarenta mil, eso no vale el terreno, quizás más o quizás menos, pero fue lo único que te pude conseguir…
X: Algo es algo, no sé si agradecerte o mentarte la madre, pero yo me voy a la chingada antes de que alguno se arrepienta…
Z: ¡Pues no es como que tengamos de otra!
Se escuchan toquidos muy fuertes en la puerta, ambos se sobresaltan, y Z le hace una señal a X de que salga por la puerta de atrás. Se escuchan pasos acercarse, alguien avienta objetos (¿botellas, sillas, mesas?), se escuchan voces, la más enardecida de todas, la de un hombre que no vemos en escena, habla:
HOMBRE: ¿Y el cuerpo de ese pendejo?
Z: Ese se los voy a quedar a deber…
HOMBRE: ¡Pero qué mamadas estás diciendo!
Z: O más bien puedes cobrártelo de una vez… para que nadie le deba a nadie.
Las luces se apagan por completo. Tras varios segundos, desde la penumbra, se escuchan un par de balazos. Se escucha el caer de un cuerpo, y tras el golpe, se escuchan varias monedas caer al piso. Alguien recoge una de esas monedas y se escucha como la introduce en la rocola. Suena una canción que poco a poco lo abarca todo.
Telón

Miguel García Ramírez (Ciudad de México, 1993). Escritor y fotógrafo. Autor de los libros Carta de renuncia (UACM, 2024); DERRUMBE (Buenos Aires Poetry, 2024); Poemas mal-habidos (Pez Ciego, 2020) y de la plaquette El corazón afiebrado (Granuja, 2022). Ha publicado poemas, cuentos cortos y ensayos en diversas revistas literarias como Monodemonio, Grafógrafxs (UAEM), Revista Tóxicxs (Santiago del Estero, Argentina), Revista Carcaj (Valparaíso, Chile), Digo.Palabra.Txt (Caracas, Venezuela), entre otras.