POR AYDEÉ BARRERA ÁLVAREZ
-Soy la madre del muchacho.
Dije a las autoridades y la gente me abría paso, cual, si de un virus contagioso se tratara, me miraban con horror, asco y hasta compasión logré ver en los ojos de algunos. Caminé sin apuro y las lágrimas me escurrían por las mejillas mientras recordaba todas las veces que te espié motivada por la intriga de lo que me temía.
Sí hijo, te vi mientras jalabas del cabello a tus compañeras del colegio, también estuve presente en tus peleas callejeras, te observaba desde la cocina cuando salías por la ventana de tu habitación en las noches para romper los cristales de los vecinos, corrí despavorida y casi me descubren cuando ensuciaste la colada de las señoras del otro vecindario, o cuando encerraste al perro de la más aplicada de tu clase y muchas otras travesuras más.
No puedo negar que en las peleas callejeras, después de la escuela o en las canchas de fútbol; la adrenalina me llenaba las venas al verte. Me frustraba y maldecía cuando te enganchaban el puño en la boca del estómago o te lo estampaban en las mejillas; siempre esperaba que ganaras, y así, con todas tus travesuras.
Nunca te dije nada, en el fondo te elogiaba, te premiaba esos “logros” aun sabiendo que estaba mal. Me sentía orgullosa de que fueras mi hijo. Finalmente, nos llegó la hora pequeño; ésta vez rebasaste el límite cariñito.
No creí que llegaras tan lejos, no esperaba que en un impulso de maldad se te ocurriera tal cosa. Te vi bajar de las escaleras con paso acelerado, con esa sonrisa socarrona tan tuya que hacía temer a cualquiera, sabía que habías hecho algo y subí sin apuro, acostumbrada a tus maldades. No noté algo fuera de lo normal, cuando de repente…
La explosión en el cesto de la ropa sucia, la tapa deforme voló por los aires, el plástico derretido y la ropa en una lluvia de chamuscones y pequeñas mechas encendidas; el olor a quemado invadía el lugar, pero la carne en cenizas y la sangre me hicieron quedar en shock, sentí como el alma abandonaba mi cuerpo, un dedito cayó entre mis pies y las lágrimas me rodearon la cara.
Me derrumbé. Cedí al ardor que me invadía el pecho, se expandía y acababa conmigo. Los restos se extendían en toda la habitación y un zapatito ardía en la cesta de la colada.
Me levanté, caminé en dirección al teléfono, marqué como pude en tanto te buscaba con la mirada, con rabia y paciencia; finalmente llegó la policía, vieron la escena y confirmé la información. Te apresaron esposándote las manos a la espalda, tu cediste y me mirabas desesperado, y es que no fuiste tú quien mató a tu hermanito, sino yo, al criar a un pequeño asesino.
Aydeé Barrera Álvarez (Ixmiquilpan, 1997). Escritora en proceso, nacida en Hidalgo. Colaboró con Autor en la primera edición del proyecto, impulsado por Hago Cosas (España) con el cuento: “Del baúl de memorias de la muerte”. Cuentista y poetisa nocturna, que gusta de exprimir sus sentimientos con temas que le hacen ruido o desconcierto.