¿POR QUÉ (NO) ACABAR DE UNA VEZ POR TODAS CON JAVIER MARÍAS?

POR ARMANDO GUTIÉRREZ VICTORIA

No quisiera –aunque sé muy bien desde el preciso momento en que tomé la resolución de escribir sobre Javier Marías que no podré– que esto se convirtiera en un compendio de lugares comunes a propósito de un escritor a quien se admira; ya mucho hay de eso y muchos otros sabrán atinar con mayor precisión y talento los valores que la escritura de Marías nos ha legado. La admiración, al contrario de lo que se pueda pensar, suele entorpecer y ayudar bien poco cuando de crítica se trata; con todo, más de uno reconocerá lo difícil que es escapar bien librado de ella, aunque se tengan buenas intenciones.

Es por eso mismo que he optado por comenzar con las palabras de un otro, las cuales, a pesar de no haber sido escritas por Javier Marías, parecen describir con absoluta precisión el problema que ronda su escritura:

Y una vez que comprendí esto, comprendí también que mi deber ahora consistía en hallar una lengua para expresar lo que conocía pero no podía formular. Y desde el instante de ese descubrimiento, la línea y el propósito de mi vida quedaron definidos. A partir de entonces, se perfiló el objetivo al que destinaría cada gota de energía y talento. Era como si hubiera descubierto un universo entero de elementos químicos nuevos y hubiera empezado a ver ciertas relaciones entre algunos de ellos, pero todavía no tuviera los medios para disponer esa serie de elementos en una unión armoniosa y coherente. A partir de este momento, creo que mis esfuerzos bien podrían describirse como un intento de completar esa disposición, de descubrir la tan deseada articulación, de dar por fin con esa composición coherente (Wolfe, 2021, p. 41).

Me gusta imaginar que estas líneas de Thomas Wolfe, escritas muchos años antes de que siquiera Marías existiera, estuvieron presentes durante toda su trayectoria como escritor. Y es que –tentado a reducir esta tentativa a un mero ejercicio académico, escolar– creo yo que el tema en las novelas de Javier Marías siempre ha sido la lengua misma, la búsqueda incesante por un lenguaje, lo cual ya es decir mucho. Tengo por seguro que más de uno objetara contra esto que he descubierto el Mediterráneo, pues ¿no es acaso el lenguaje el tema de toda escritura que se precie de literaria? En cierta medida esto es verdad, pero, como intentaré demostrar, el caso de Javier Marías merece especial atención.

Es difícil permanecer indiferente ante la escritura de Javier Marías. Hay en cada una de sus novelas un estilo inconfundible que nos hace decir: “esto lo escribió Javier Marías”. Nos guste o no su forma de escribir, haber logrado un uso particular, personal e inconfundible de la lengua constituye, por sí mismo, un logro que es indispensable destacar ante un campo cultural donde abundan las novelas escritas con el único propósito de comunicar, de hacer uso del lenguaje, de informar de la manera más objetiva, despersonalizada o anti-literaria lo que se está narrando. Tengo la impresión de que el estilo –y aquí cada quien puede atender a la definición de su preferencia– ha dejado de ser una de las preocupaciones del escritor contemporáneo. Hay, creo yo, cierta apreciación errónea que ronda la literatura de unas décadas a la fecha, y es que el estilo es lo de menos, lo último que debe preocupar a un escritor, en su lugar solemos colocar la trama, la anécdota, la historia o como quieran llamarle, pero, si ante todo la novela deja de ser lengua antes que cualquier otra cosa, ¿seguimos realmente hablando de un problema literario? ¿O es acaso que nos escapamos a otras disciplinas para no hacerle frente?

Las novelas de Javier Marías son, para quien así lo requiera, una prueba irrefutable de la importancia del estilo cuando se trata de narrar. La escritura de Marías, al igual que la de Proust o la de cualquier otro escritor de la talla, coloca en el centro la lengua, la búsqueda incesante por la expresión adecuada, la que logre transmitir y casi hacernos ver por sí misma aquello que ronda en la cabeza y que quiere ser expresado más allá de los límites de la simple comunicación, tal como lo ha expuesto ya Thomas Wolfe. Si nos quedásemos, por el contrario, con la trama, tanto Proust como Marías no serían sino simples hombres agobiados por una cotidianidad banal, aburrida, carente de cualquier sentido, limitada por sus estrechos márgenes. Qué tortuoso sería la lectura de una novela sobre un triste profesor universitario en Inglaterra, su día a día, sus relaciones al interior de la universidad donde trabaja y sus aventuras amorosas, contada con los cánones de la escritura sin estilo, tan en boga en la actualidad y que, sin embargo, es en las manos de Marías una obra excepcional.

Las historias de Marías se desarrollan en esta aparente cotidianidad, en un estatismo que de ordinario agota y no interesa y, sin embargo, se nos narra con la mayor destreza, se ahonda, reflexiona y disecciona esta realidad que a nuestros ojos no aportaba nada significativo, pero que vista por Marías se muestra como un enigma, como un momento riquísimo donde convergen todos los momentos, todos los sentimientos, todos los pensamientos y todas las cosas. Marías expresa con detalle y sensibilidad aquello que nosotros hubiéramos referido con la mayor torpeza, con una pobreza gramatical y léxica digna de un niño o de un extranjero ajeno al español.

Es cierto, las novelas de Javier Marías no son para todo el mundo, o no al menos para quien espera encontrar en la literatura los valores que le son propios al cine, al reportaje, al documental o a cualquier otra expresión de distinta naturaleza. Por el contrario, para quien tenga la suficiente calma y sensibilidad, Todas las almas, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí y la enorme tentativa proustiana Tu rostro mañana le parecerán obras que lo han cambiado en algo, que lo han llevado a un lugar, quizá solitario, pero que sorprende encontrar en medio de la agobiante cotidianidad que ya no nos dice nada.

Me es difícil pensar en otra escritura tan particular, tan compleja y rica como lo es la de Javier Marías, porque es un tipo de lenguaje que linda los límites entre lo poético y lo agramatical, porque al leerlo uno encuentra a Proust, pero también a la novelística policial y detectivesca; en Marías convergen el ensayista, el lector de Galdós y Clarín, pero también la experiencia real de un traductor, de un profesor, de un hombre que escribe y nada más. Hay también la sensación, al igual que con Thomas Wolfe, de que tiene mucho que decirnos, tiene mucho que ha dejado fuera pero que de haber sido posible le hubiera gustado narrar, una suerte de ansias voraces por representar en una novela todo el mundo, a todos, en todas partes.

Creo, con temor a equivocarme, que fue Antonio Alatorre quien dijo que la peor labor del crítico es asumir la función de vidente y, sin embargo, me gusta imaginar que los años no harán sino confirmar lo indispensable que es la escritura de Javier Marías en la literatura universal. Me conformaría, si acaso, con que en algún curso universitario algún profesor excéntrico, muchos años después de esto, le dedique una o dos de sus sesiones, que haga, como una vez pude presenciar, que alguno de sus alumnos lea en voz alta un pasaje, así sea breve, de Todas las almas o de Corazón tan blanco, y es que hay cierto disfrute, un gozo muy distinto, que nos permite apreciar con claridad lo que he tratado de expresar cuando uno lee en voz alta un poco de lo escrito por Javier Marías.

Es muy probable que a propósito de su muerte sus lectores crezcan, así como los estudios universitarios y académicos alrededor de su obra. Ya vendrán otros, con mucho mayor tacto, capaces de descubrirnos la abundancia de temas, motivos y vías de acceso a su obra novelística. Con todo, para mí Marías seguirá siendo un disfrute, un lugar seguro donde hallar siempre literatura, una forma de narrar, un modo de ver las cosas, un ritmo que se impone a la lengua, un modo de leer y, si así se quiere, hasta de vivir.

Tlalpan, octubre 2022

Fuentes

Marías, J. (1992). Corazón tan blanco. Anagrama.

Marías, J. (1994). Mañana en la batalla piensa en mí. Anagrama.

Marías, J. (2002). Tu rostro mañana. Fiebre y lanza. Alfaguara.

Marías, J. (2006). Todas las almas. DeBolsillo.

Wolfe, T. (2021). Historia de una novela. Periférica.

Armando Gutiérrez Victoria (CDMX, 1995). Actualmente cursa el Doctorado en Literatura Hispánica en El Colegio de México. Ha editado Cien años de cultura y letras en Excélsior (UNAM, 2020) y ha publicado en distintas revistas como La Palabra y el Hombre, Campos de Plumas, Pérgola de Humo, Plástico, Ibídem, Nudo Gordiano, Marabunta, Tintero Blanco, etc.