POR R. RAEMERS
Se escuchó un disparo. No se encontró ningún cadáver, ni rastro de sangre, solo un orificio en la pared. Un vecino dijo haber notado gritos de dos personas discutiendo, ruidos de objetos rompiéndose y golpes; fue él mismo quien alertó a la patrulla instalada en la entrada del condominio. No pasaron ni cinco minutos. Al llegar los uniformados nadie atendió el timbre y tumbaron la puerta. Una mujer con vestido negro y el cabello recogido se hallaba tendida sobre la alfombra de la sala, inconsciente, pero viva. Todo estaba en perfecto orden, no había ningún vidrio roto y ella no tenía signos de violencia; el vecino se disculpó por el aparente error y se retiró avergonzado. Los policías pidieron una ambulancia, los paramédicos reanimaron a la mujer. Ella dijo con total seriedad:
—He herido a mi hermana.
Iniciaron las averiguaciones. Dijo llamarse Mary Elizabeth y ser de ascendencia inglesa. Tenía una hermana, Eloise, y una sobrina de diez años llamada Sophie. En la vivienda no hallaron rastro de otras personas viviendo ahí, ni nada que indicara un infante. Buscaron un registro médico de alumbramiento o unas cédulas de identidad: nadie en el registro las encontró, solo había documentos de Mary Elizabeth. Al no haber pruebas del delito, se la dejó en libertad.
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Se escuchó un disparo. No se encontró ningún cadáver, pero había un charco de sangre en la alfombra y dos orificios en la pared. El vecino escuchó ruido, mas guardó silencio; luego sintió la obligación moral e hizo una llamada a la misma patrulla, aunque esta vez no acudió a la escena. Al entrar, los policías vieron que la misma mujer estaba sentada en una silla, al parecer a punto de entrar en shock, sostenía con la mano derecha un revólver al que le faltaban dos balas y le sangraba la mano izquierda, la tenía perforada de lado a lado; solo que esta vez usaba una vieja bata amarillenta, como si no se hubiera lavado en días. Todo estaba destruido, los jarrones caros de porcelana hechos añicos, las fotografías desperdigadas por doquier, todo indicaba que hubo una lucha, pero solo estaba ella. La interrogaron y entre lágrimas ella dijo:
—Mi hermana intentó matarme.
Se abrió otro expediente de investigación, aunque no tenía sentido. La afectada dijo llamarse Eloise, tenía una hija de diez años, y su hermana Mary Elizabeth había intentado asesinarla al dispararle con el arma, pero ella la detuvo y por eso le había atravesado la mano. Dijo también que Mary Elizabeth estaba enojada con ella por haber tenido una hija sin estar casada y que solía golpearla con frecuencia; a la niña la encerraba con candado en el baño por días para matarla de hambre. A veces con la voz entrecortada, a veces con sollozos, Eloise relató que su hermana ocultaba su existencia por sentirse avergonzada de ella. Se analizó el revólver y la única coincidencia fue con las huellas de Mary Elizabeth recogidas en la averiguación anterior, las marcas de Eloise no eran diferentes. Al no tener nada claro, se la dejó en su casa bajo supervisión como víctima.
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Se escuchó un disparo. No había ningún cadáver, pero la alfombra y toda la sala estaban salpicadas de sangre. Antes hubo demasiado ruido de lucha, gritos de dos mujeres y una niña, cosas rompiéndose por toda la vivienda, puertas azotadas. La misma patrulla, que ahora resguardaba la entrada principal, dudó si entrar o no hasta que escuchó la detonación. Al centro de la habitación, la conocida mujer vestida con un camisón de niña y con dos trenzas amarradas con moños rosas estaba cubierta en sangre, mas no estaba herida. Lloraba desconsoladamente, los miró fijamente y dijo:
—Mary Elizabeth le disparó a mi madre.
Se iniciaron las interrogativas. Dijo llamarse Sophie y que había estado encerrada en el baño hasta que escuchó la discusión entre su madre y su tía, entonces abrió la puerta como pudo, pero fue demasiado tarde porque ya le había hecho daño. Por pura intuición, se le tomaron las huellas y, además de notar que tenía una cicatriz de herida de bala en la palma de la mano, todas coincidían con las de Mary Elizabeth. Nadie entendía nada. Dieron el caso por cerrado.
R. Raemers (Ecatepec, 1995) Es el pseudónimo bajo el que escribe Verónica Cortés. Egresada de la Licenciatura en Letras Hispánicas (UNAM). Asiste como dictaminadora y profesora del CCO Palabrerías, donde imparte cursos sobre narrativa erótica para mujeres. Participó en varias ediciones del Mundial de Escritura. Ha publicado cuentos en la Revista Palabrerías, Revista Punto en Línea (UNAM) e Irradiación. Revista de Literatura y Cultura.