POR JUAN CARLOS ITURRA GONZÁLEZ
El áspero ser
El áspero ser
que transita,
que no habla,
no saluda
no sonríe.
El humano
que refunfuña,
construyendo canales
en dirección a su mar.
Imperturbable
frente al libro
del eterno deber;
que da de comer
al perro que acaricia.
Que llegada la noche,
pasa revista,
a fuegos y linternas.
Que avanzada la luna,
despierta, mira, escucha;
alumbra por la ventana,
pregunta,
por qué su eternidad es tan larga.
Para no estar solo
En esos momentos
en que el paraíso de la soledad
precisa una distancia
y apetece variar
la compañía de árboles y silencios,
tomará su catálogo de idioteces
y enfilará hacia el bar.
Será cómo poner
un poco, o mucho de kétchup
sobre los spaguetti.
Los idiotas,
son intrínsicamente bellos,
muñecas de porcelana.
Abrirlos, una herejía.
Arroz con leche, me quiero casar,
la ronda de san Miguel,
y tu hermana.
Al día siguiente, antes de matarse,
el posteo:
espléndida velada junto a los mejores.
No pregunten más
No pregunten más,
si estoy enfermo,
porque me ven pasar las horas en silencio,
bajo el mismo bosque
que con mis manos he plantado.
A nadie pregunto yo por su salud,
aunque todos los días y los siglos
les sienta
masticando el mismo ritmo.
Solo una ley, una sola:
No traigas tu volumen,
ni tu bombo,
debajo de esta sombra.
No conocen a Juan
Repetirán lo que escucharon,
porque solo le han visto
abrir y cerrar la puerta.
La seguridad del rebaño
consiste en conocer
al amo, al perro
y a la oveja de al lado.
A Juan no le conocen,
por eso se imaginan
tantas cosas
que un solitario podría acometer,
cómo en los diarios
y en la mente de quienes
poca vida les acompaña.
Solo saben que convive con un gato,
negro cómo una tormenta,
sin nombre;
al que solo le ven entrar y salir,
cuando Juan,
abre o cierra la puerta.
La ciudad de lo mismo
Cómo salir y divertirse
en busca de la alguna novedad,
si los escenarios están marcados
cual feria de comerciantes.
Te conozco, no te conozco,
te ubico, no te ubico;
¿Es que no ha nacido nadie nuevo
en este lugar?.
Funcionarios que no funcionaron,
vuelven a maltratarnos
con su guisos recalentados.
Los mismos,
sin lugar para otros mismos.
Aplaudidos por sus redes,
amigos que le dicen,
se bajan emocionados,
inflados cual medusas,
una vez más,
sin dejar nada de nada,
tan solo el gusto
de volver a verte nuevamente.
Que el final sea solemne
Que el final
no lleve acertijos,
ni crucigramas por resolver,,
ni cartas al juez,
ni a la novia,
o a la madre de la novia.
Que lo único que haya en el suelo
sean discos
y restos de licor
en la botella
más bella del escaparate.
Que te encuentren sentado
sin ninguna expresión en el rostro,
con un cigarrillo en la mano.
Que todas las pistas
conduzcan
a una incompatibilidad de reinos.
El niño que inventé
La idea era sufrir lo menos posible,
tomar distancia,
encontrar un atajo.
No por el ayer, si no por el ahora.
Entonces inventé un niño.
Todo el barro posible,
todo, todo el barro que pude juntar,
lo gasté en casitas y calles,
en plazas y sombras de árboles.
Me alcanzó hasta para un rio
y una estación
de veloces trenes.
Tan real me resultó,
que he tenido que volver a los lugares
a preguntar si fue verdad
y todos recordaban
cómo si hubiese sido un sueño.
Dejar el barrio
El Reino personal
por una copa de montaña.
Dejar el barrio
y en el camino
ir tirando el lastre.
Talleres mecánicos,
escapes de motocicletas,
parlantes furiosos,
mierda de perro en el césped.
El barrio es tranquilo,
todos se conocen,
plusvalía,
trato hecho.
Un perro,
un par de binoculares,
un rifle mirando al cielo.
Tres anillos de seguridad
para el nuevo paraíso.
Juan Carlos Iturra González (Valdivia, Chile, 1956). Poeta avecindado al margen de los círculos literarios oficiales. Libro publicado: “GIRO DE TIERRA” (Poseía 1988). Ha sido incluido en antologías locales nacionales cómo : “COMPAÑEROS DE JUEGO”, valdivia, 2000, “PLEXOSUR”, Valparaíso, 2011, “ UNA CANCIÓN UN LABIO”, España, 2008 y en la prensa local de la ciudad.