POR ALEJANDRO CHIRINO
Félix Fénéon. Novelas en tres líneas. Traducción de Lluís Maria Todó, introducción de Antonio Jiménez Morato. Impedimenta, 2011, 215 pp.
Resulta un poco difícil escribir algo novedoso sobre Félix Fénéon (1861-1944) y las Novelas en tres líneas sin reiterar lo que ya se ha escrito antes. Esto es un hecho recurrente al tratar de autores de culto o cuya obra se contiene en un solo tomo: alguien más ya lo ha descubierto, alguien más ya ha dicho lo que nosotros hubiésemos podido o nos hubiera gustado haber dicho, siempre. (Antonio Jiménez Morato, introductor de la edición al castellano aquí reseñada, no salva este peñasco: con excepción de la estructura en cuenta regresiva, como una bomba, y algunos datos menores, se asemeja peligrosamente a la de Luc Sante, traductora al inglés de Fénéon y colega suya como introductora para New York Review of Books; la traducción de Lluís Maria Todó es, por cierto, magistral). Si la novedad me está vedada, me decanto por anotar mis meras impresiones personales, cosas tan comunes que casi cualquiera las tiene.
Antes de eso, algunos hechos: Félix Fénéon era un dandi y anarquista que se codeaba con las luminarias artísticas del París de cambio de siglo. En 1894, perdió su empleo de trece años en el Ministerio de Guerra a causa de un juicio en el que se le declaró inocente (su carisma fue su mejor defensa), célebremente conocido como “Juicio de los Treinta”: un gran proceso contra anarquistas en el que se les acusaba de cómplices en la detonación de una bomba en un restaurante; la evidencia contra Fénéon: colaborar en publicaciones revoltosas y poseer objetos que podrían llegar a usarse en la construcción de artefactos explosivos. El mismo año le ofrecieron un trabajo en La Revue Blanche, una famosa revista en la que colaboraban artistas reconocidos, donde estuvo hasta su cierre en 1903. Después, estuvo tres años en Le Figaro; y, en 1906, llega al periódico liberal Le Matin, donde se encarga de la sección de fait-divers, literalmente “sucesos varios”, que es donde detendremos la recapitulación biográfica. Estas colaboraciones anónimas estarían condenadas al olvido de no ser por la labor de Camille Plateel, su amante: las recortaba y preservaba en un álbum (al parecer lo mismo hizo la esposa de Fénéon); en 1948 se descubrieron, se publicaron y es así como sobrevivieron. El encargo de Fénéon, en el que estuvo casi un año, consistía en resumir, efectivamente en tres líneas, las noticias recopiladas de distintos medios a su disposición, con el objetivo de mantener informados a los lectores de todo aquello que aconteciese pero que no mereciera un espacio más permisivo.
Los “sucesos varios” fungen como una galería del ahogo humano: huelgas y epidemias, alcaldes fervorosos y sacerdotes emprendedores luego encarcelados, accidentes mortales (caídas desde andamios, en pozos, desde un caballo, a un lago, desde ventanas, a las vías de un tren o carro en movimiento), represión policial e ineptitud de la autoridad, desastres naturales y provocados, disparos que asestan por azar y bombas que no estallan, certámenes de virtud y pendencias de borrachos, robos, violaciones, celos, envidias, disparates de personas desquiciadas, arrestos de políticos corruptos, infidelidades, feminicidios, venganzas, rescates de cuerpos no identificados, suicidios de éxito variable (por fuego, por bala, por cuerda, por agua), infinidad de cráneos destrozados, muertes por error, violencias eclécticas y, con gran intermitencia, alguna celebración sin mayor percance que su propia jovialidad, entre otras variaciones y crueldades. Pareciera que Francia, colonias incluidas, estuviese en un perpetuo estado de caerse en pedazos; una ojeada a cualquier portal de noticias actual revela que lo sigue estando, pero ya sin colonias. En realidad, esto puede decirse de cualquier otro lugar del mundo. Las miserias locales siempre han existido y han sido siempre materia de noticia o chisme. Fénéon, como José Guadalupe Posada, solo les da una manita de gato.
Lo que ha permitido que estos recortes de periódico se publiquen en editoriales de prestigio y que produzcan en sus lectores un gozo continuo al día de hoy es la destreza estilística de Fénéon y el humor que infunde o encuentra en lo más sórdido, lo más abominable. Ante la repetición de la misma escena, ensaya todas las maneras posibles de contarla, echando mano de todo recurso retórico que no falseare la realidad. El eufemismo irónico es su estoque predilecto.
Se ha dicho que estas Novelas son precursoras del collage de los cubistas, de los cadáveres exquisitos de los surrealistas, incluso de la “palabra en libertad” de los futuristas. La realidad es que solo son noticias bien escritas. Incluso la designación en francés de nouvelles, que significa noticias, pero que también puede referir al género literario, es una adición editorial; si en el título traducido se les llama “novelas” (o, en inglés, novels), es solo porque se ha insistido en un juego de palabras que glorifica de modo innecesario estos textos. Porque no es necesario bautizarlos como novelas y entusiasmarse líricamente sobre la versatilidad de aquel género para que los fait-divers de Fénéon tengan un valor estético notable. La esencia está en la propia escritura. La concisión es su virtud más obvia. A veces es la sintaxis de pericia arquitectónica, otras es la elección fausta de una palabra (adjetivo, verbo, sustantivo, adverbio, puntuación incluso), y en todas es el quieto ademán de la ironía lo que logra que el texto breve resalte y sea memorable. Leído con atención, este libro puede ofrecer una mejor educación estilística y sintáctica que casi cualquier curso de escritura creativa.
Entre los entendidos, es fama que Fénéon, como Alí Chumacero, fue un escritor que se preocupó más porque otros escribieran. O, más bien, porque otros fuesen conocidos. En vida fue más célebre por patrocinar y defender pintores vanguardistas en ciernes (los bautizó como “neoimpresionistas”), por su gusto exquisito como galerista y coleccionista (por ejemplo, de arte africano, uno de los primeros en Europa), y por editar comercialmente por primera vez Las iluminaciones y Los cantos de Maldoror. Todos estos son trabajos tras bambalinas, de un anonimato apacible que realiza la máxima epicúrea: “Vive oculto”. Pero aquí nos concierne lo que él mismo sí escribió.
Se ha repetido para que todos la oigan, y aquí ha de repetirse de nuevo, su declaración de intenciones: “Solo aspiro al silencio”. Eso respondió a la propuesta de recopilar sus escritos. En las Novelas es claro ese desapego que delata una individualidad, la maña de poder contar un suceso ajeno y atroz con un estilo personal y desenfadado. Si algo nos impide pensar que Fénéon era un sociópata, es que sabemos que solo era su trabajo de día (aunque en realidad lo realizaba de noche; de día, se dedicaba más bien al patrocinio de artistas, a la colaboración en revistas anarquistas y, al menos una vez, a la plantación de bombas).
En el estilo de sus fait-divers se aprecian esas dos vocaciones verdaderas de Fénéon: la crítica de arte y el anarquismo. A pesar de su brevedad, las Novelas no se acercan a la simultaneidad de la pintura, que en una sola mirada ejerce una impresión de la obra íntegra. Al contrario, la sintaxis es crucial en su construcción; el suspenso que emerge del orden de las palabras evidencia su naturaleza sucesiva. En ellas hay una narrativa que se cuenta, sí; pero, más que eso, la descripción del dinamismo de la escena es ecfrástica: como en un cuadro, el rasgo general, la pincelada gruesa, se aprecia de inmediato y es lo primero que podemos describir, mientras que el particular requiere de una atención paciente, del detalle. La descripción de ambos es necesaria para que la impresión se transmita efectiva y total. Si el conjunto de las tres líneas se asemeja a la crítica de arte, ¿en cuál de ellas está el anarquismo?Si en las Novelas se halla un elemento anarquista, éste se encuentra en su propia razón de ser. Me imagino a Fénéon sentado en su escritorio de Le Matin, pluma en mano, volcando su cuerpo hacia algunas hojas en blanco, recién asignado a escribir los fait-divers, acaso después de leer algunos ejemplares viejos para darse una idea de qué es lo que el trabajo le exigirá, o quizá ya conociéndolos de antemano por su lectura ocasional de los periódicos cuando buscaba la mención de alguna huelga, algún atentado o detención; y, habiendo comprendido la técnica compositiva de estas notas, Fénéon infiere que este trabajo, en su forma actual, no le merece. No porque su competencia literaria excediere la exigencia laboral, que así era, sino porque todo el asunto se tornaría tedioso nomás de empezar. Fénéon concluiría que, si es obligación recopilar las noticias y transmitirlas con suprema concisión, de lo que precisa, entonces, es de divertirse haciéndolo. Y al optar por el propio estilo sobre la convención, por el humor seco y negrísimo frente a la sordidez, por escribir con libertad soberana dentro de los confines impuestos por la forma literaria, por sustituir, pues, el trabajo con el juego, Fénéon se encuentra a sus anchas: sin nadie que le estorbe y sin estorbar a nadie. En esa decisión radica el anarquismo de las Novelas en tres líneas. No en la carcajada en pleno estallido, sino en la sonrisa lúdica frente a la obligación del empleo, que viene de un lugar oculto en las entrañas y en silencio esculpe el deber con el cincel de la propia personalidad, consiste sin duda el gesto anárquico.
Alejandro Chirino (Ciudad de México, 1994). Escribe poesía, ensayo y cuento. Su trabajo se ha publicado en revistas como Otros Diálogos de El Colegio de México, Página Salmón, Bitácora de Vuelos, Marabunta: Revista Literaria, Los Demonios y los Días, Primera Página y Revista La Caída.