Considero literario (y por tanto, artístico) el texto que invita a descubrir un libro. La mayoría de las veces las reseñas cumplen esa función. A partir de la brevedad y la exactitud, características imprescindibles, se pretende resumir, criticar y exhortar a la lectura. Las reseñas son textos densos pero no arduos, pues captan información profusa en pocas palabras. Del mismo modo, el estilo y la estructura, si bien libres, han de tener siempre en cuenta lo masivo de la difusión cultural: lectores de todos los estratos sociales, las creencias y las edades pueden encontrarse con la reseña; por tanto, la sintaxis debe depurarse.
En las reseñas no cabe la gloria; el escritor redacta con una obra ajena en mente y con el compromiso hacia su público. El redactor ha de prevenir o encauzar unos cuantos lectores hacia el descubrimiento de un nuevo título; por consiguiente, sobran los ornamentos y las complejidades. La función de un buen reseñista es ser claro y señalar con precisión lo que cierto libro tiene de llamativo, interesante, gozoso, o bien, de reprobable. Las reseñas advierten, no subvierten. No creo en la cabida de las búsquedas iconoclastas dentro de esta pequeña artesanía llamada reseña.
El estilo conciso favorece una rápida comprensión y el contexto estimula al iniciante. Si se cumplen los objetivos, los receptores tendrán la certeza de haberse acercado un poco a los ejercicios del autor reseñado. En cierta medida, el reseñista debe dar cuenta de los motivos literarios de la obra. Debe conocer las aficiones del autor, sus recurrencias y sus antecedentes. De esa manera, el lector novel tiene la oportunidad de continuar por los caminos más placenteros, de acuerdo con su propio juicio. La reseña es un acto de bonhomía, una muestra de humildad y conocimiento. Sin embargo, también representa una responsabilidad profunda con el estilo y la construcción sintáctica. Las reseñas suponen revisiones constantes, oraciones precisas, palabras sin azar. Una redacción estructurada no significa deficiencia; todo lo contrario: es necesaria. Sortear el atrevimiento supone la forma más eficiente para conectar con el público. Como objetivo ulterior, desplaza su propia figura para entregar la estafeta de un nuevo libro.
La prudencia de la figura autoral no es baladí, pues a partir de ella se crea un juicio, personal en última instancia, que sirve para orientar a otros lectores. El reseñista compromete su opinión, pero más sus párrafos: cada punto puede significar la pérdida del lector. Honra tanto a la obra como a los potenciales descubridores; hacia ambos se despliega su estilo.
No obstante, la reseña se queda corta en comparación con otro tipo textual. Ningún riesgo es comparable con el de una cuarta de forros. Desde mi punto de vista, este género discursivo no tiene la atención que debería. La brevedad, la precisión y la prudencia del estilo resultan ya no importantes, sino vitales. La reseña se encuentra en otro medio; apunta desde lejos y, por tanto, puede parecer más difícil la tarea de vincular hacia el libro reseñado. En cambio, la cuarta de forros se alimenta de la propia obra, convive con ella, y ahí mismo yace la dificultad, pues representa una mayor exigencia de estilo. La cuarta de forros se fusiona con la obra y la resume describiéndola. Una buena edición, creo yo, ha de considerar la importancia de ese texto que puede decidir una compra. Ante la frecuencia de los retractilados, la cuarta de forros es el único contacto con el interior de la obra. Ya es parte de ella.
Su complejidad radica en esa característica de simbiosis. La cuarta de forros es tanto una parte física como una textual. Por esa razón, me repugnan aquellas que usan un fragmento del prólogo o la introducción; mucho más, los pasajes de la biografía del autor, a veces inferiores a la profusa información de la red. No se trata de llenar un hueco en el forro del libro, sino de contribuir a una experiencia orgánica.
El ejercicio de la cuarta de forros tiene un estupendo exponente en Roberto Calasso, quien supo provocar el hambre en los bibliófagos. Entendió la importancia de resumir, describir e invitar para componer una cuarta de forros. Otro ejemplo de gran calibre es Jorge Luis Borges: para una colección de cierta editorial seleccionó títulos imprescindibles según su propio juicio, y a cada libro le dedicó una página liminar. La editorial y él les llamaron prólogos; yo observo la pureza y la exactitud de las cuartas de forros, pues la mayoría tiene la extensión rigurosa de una cuartilla.
Causarían un impacto particular el texto y el nombre de Borges en la parte posterior de un libro. Sería, también, una bondad de los editores: como limosna de plata, los párrafos lucirían en los forros y permitirían la lectura, aun sin haber adquirido el libro. Escasa ganancia, misericordioso gesto literario. Aunque sé poco de técnicas mercantiles, acaso las presencias de Borges y su pluma fueran estímulos suficientes para comprar el libro por puro placer. De cualquier manera, la deliciosa presencia de esa cuarta de forros tendría un tremendo impacto en la obra total.
Hoy por hoy las cuartas de forros se están extinguiendo. Resultan más frecuentes los extractos, las opiniones, las biografías. En realidad, las cuartas de forros nunca tuvieron escuela. Si no fuera por los ejercicios de Roberto Calasso y los estimulantes párrafos que Roberto Zavala dedicó al tema en El libro y sus orillas, serían nulas mis referencias. El problema de ese pequeño género discursivo es su exigencia. La precisión en el estilo entraña una labor exigente y meticulosa; por consiguiente, se prescinde de la artesanía para evitar costos de producción.
Existe una esperanza para esos textos en tanto los libros sigan siendo físicos y se sigan ocupando sus espacios posteriores. Las cuartas de forros vivirán mientas duren en la Tierra los amantes de las artesanías literarias. Mas, el bajo índice de ganancia y las habilidades editoriales para prescindir de ellas vuelven dudosa su pervivencia. Además, las ediciones digitales exigen la creación de soluciones y recursos específicos. En la fría y práctica pantalla no cabe la cuarta de forros, parte corporal del texto. Las reseñas, por pura etimología, son un derivado, un nuevo signo que resume la obra literaria. Por tanto, esas breves sinopsis tienen más la naturaleza de la reseña, y resultan igualmente útiles para estimular la compra.
Esos ejercicios no dependerán de las casas editoriales o no deberían, sino de las propias librerías. Sin embargo, por la semejanza entre los textos, intuyo que esta práctica no ocurre así. Se mantiene la extracción de un pedazo de texto, la referencia de un párrafo y, en ciertos casos, la copia de una cuarta de forros. No se conforma una especie discursiva para vender; se extrae de donde sea para llenar ese hueco y motivar la compra. Se ha hecho siempre y seguirán esas prácticas. Entretanto, los libros, físicos y virtuales, se venden sin problemas; no resulta imprescindible la correcta implicación de las reseñas y las cuartas de forros para obtener rédito.
Aquí se puede insertar la apología de lo inútil. Nuccio Ordine ya logró transmitir, con especial emoción, los peligros de la necesidad enfermiza del beneficio. Hacia el utilitarismo se traza el camino de la deshumanización, y nuestra naturaleza sensible se queda en el otro lado. Peligra el futuro del homo sapiens si se renuncia “a la fuerza generadora de lo inútil”. La imaginación, sobre todo, menguaría en esa distopía terrible de la utilidad. De cualquier manera, las cálidas palabras de Ordine parecen ignoradas por las industrias editoriales.
Quizá la insistencia, en este caso particular, se deba al estigma de la posición: las cuartas de forros son el trasero de los libros. Su inutilidad se vincula tanto a su escaso rédito como a su lugar en el libro. Se acude antes de la compra, si acaso, y luego los libros reposan siempre ocultando su trasero escrito. Cuando los forros prescinden del texto en sus cuartas, son ediciones de lujo, cuyas pastas se verían flageladas por líneas en su nalgatorio. Del mismo modo, las nalgas, en sí mismas, son suciedad, obscenidad y risa. Quién sabe qué imágenes escatológicas se figurarán los editores con la tinta en el trasero de los libros, pero basta para erradicar las cuartas de forros en ciertos proyectos. Por la mesura de tratar las partes traseras, se ornamenta lo menos posible, con el fin de desviar la atención.
En el cuerpo humano la idea es diferente. Se admiran y se fabrican los glúteos con acérrima fijación. Por las calles se escuchan palabras vulgares y torpes en favor de su tamaño y de su forma. Los fisioterapeutas vinculan un nalgatorio saludable con la estabilidad de la pelvis. Su entrenamiento frecuente mejora la agilidad y la postura. Ya con cierto optimismo pseudocientífico, se vinculan las caderas prominentes con índices menores de glucosa y triglicéridos.
Más allá de los beneficios, está el impacto sublime de su percepción. Para Ricardo Castillo, las nalgas simbolizan “el origen de la poesía y el escándalo” y “son más importantes que el sol y Dios juntos”. En la época helenística se fabricó cierta escultura de Venus en cuyas posaderas se cifra el paroxismo de lo erótico. Las vastas representaciones de los dioses griegos evocan un efecto semejante, pues sus nalgatorios (a menudo más interesantes que las figuras de sus miembros) representan el portento sólido de su virilidad. Asimismo, la energía introspectiva del David de Miguel Ángel sube desde su sano y joven trasero. Las nalgas, en su desnudez, provocan cierta conmoción del universo.
Ahora bien, la desnudez de los cuerpos no equivale a la blancura de las cuartas de forros. Un libro sin nada en la posadera es un objeto sin nalgatorio. No es que se presente desnudo y en todo su erotismo, sino más bien vacío. Se despoja al libro de su efecto erótico. Erotismo, después de todo, es un sobrenombre para la imaginación, y las cuartas de forros son ese primer impulso imaginativo hacia el libro. Por otra parte, impostar cuartas de forros por medio de extractos equivale a las intervenciones quirúrgicas: algo evocan igualmente, aunque se adivina cierto aire falaz.
¿Por qué se moldea con ahínco un bello nalgatorio? ¿Qué consecuencias trae? Piénsese siempre en las ventajas escondidas. Por la fortaleza que permite la analogía, se puede afirmar que el cariz literario comienza desde atrás. Esa breve y exacta conexión con el libro cerrado simboliza un instante erótico. Así pues, la noble misión de una cuarta de forros jamás será sustituida. Podrán existir glúteos impostados y en diversas presentaciones, pero nunca cesará el delicioso contacto calipigio de ese texto inútil.

Ángel Alexandro Porras Ortega (Ciudad de México, 1995). Es maestro en Literatura Mexicana Contemporánea por la UAM-Azcapotzalco. Ha publicado textos de creación y divulgación en diversas revistas digitales, tales como Casa del Tiempo, Marabunta, Irradiación, Página Salmón y Tlacuache. Obtuvo el primer lugar en el 13° Concurso Universitario de Cuento Letras Muertas (2012), y también resultó ganador en los Juegos Florales Ramón López Velarde (2022), en el género de narrativa.