¿Y qué más se puede decir sobre el amor? ¿No hay novelas, poemas, canciones, películas, cuentos, pinturas, que nos hablan hasta el cansancio del amor? ¿El amor no es un producto que se nos vende y se nos inculca en todo tipo de producciones?
Sí, es cierto, sin embargo, esto conforma sólo una parte de lo que es el discurso del amor. Al contrario de lo que podría pensarse, para Roland Barthes “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad”, es un lenguaje que hablan miles de personas (pobre del alma que no atraviese este discurso), pero “al que nadie sostiene” (2011, p. 26). Fragmentos de un discurso amoroso se erige como un modo de enunciar ese discurso, de entenderlo, de definirlo.
En este libro, que no es de teoría ni de crítica, asistimos a ver cómo toda una serie de figuras, fragmentos, reflexiones sobre el amor se despliegan. Por supuesto, el lenguaje de Barthes es, a veces, oscuro, muy técnico o velado, como todo texto de su segunda etapa de escritura. Sin embargo, lo que en otros textos de un corte más serio puede ser cansado e inclusive desesperante, en este libro se ofrece como una de sus fortalezas. Este lenguaje, no siempre comprensible, precedido, por supuesto, por un lenguaje académico y por conceptos que se relacionan con la semiótica y la lingüística, no está tratando de hacer una teoría sobre el amor, sino mostrarnos sus manifestaciones en diversas situaciones. Así, si hay un concepto que se nos escape, no habrá problema, porque lo importante no es el concepto sino la manifestación del discurso.
Pero cabe aclarar que no estamos ante un libro que sólo se limite a mostrar dichos discursos, sino que la voz y el ojo crítico y académico de Barthes no dejan de analizar y comentar cada una de las manifestaciones del lenguaje amoroso. Sin duda alguna el crítico francés posee unas bases teóricas y una agudeza analítica que dotan de una nueva luz a aquello que nos atraviesa y nos ha atravesado desde los inicios de la humanidad: el amor.
El libro está divido por entradas de una suerte de diccionario amoroso, las cuales están organizadas alfabéticamente. Cada una de ellas se divide en distintos apartados con reflexiones y discursos de variada extensión. Además, vienen acompañadas por un título, una frase, una expresión amorosa. La entrada llamada “Conducta”, por ejemplo, lleva por título “«¿Qué hacer?»” e incluye el siguiente desglose: “Figura deliberativa: el amoroso se plantea con angustia problemas, con mucha frecuencia fútiles, de conducta: ante tal alternativa ¿qué hacer?, ¿cómo actuar?” (p. 79).
Es un libro para cualquier persona que haya amado, que esté amando o que quiera amar, ya que, gracias a su estructura, permite que el lector se vea reflejado en toda clase de situaciones, de figuras. Cuando un amoroso (persona atravesada por el amor) se acerca a un libro, a una canción, a una película o a una serie, va ya predispuesto. Se acerca a su producto buscando encontrar una manifestación concreta del amor. Al enamorado adolescente que va a ver a su novia con la que acaba de empezar una relación Las desventuras del joven Werther no le dirán nada; una canción feliz de amor es molesta y simple para alguien que llora; los celos no le hablan a quien no los ha sentido. Esto no ocurre en Fragmentos: debido a la naturaleza misma del habla balbuceante e incesante del amor, en las muestras de discurso de variada extensión que Barthes nos presenta podemos encontrar tantas situaciones, sentimientos y pasiones que nos podemos dar el lujo de disfrutar alguno y abandonar otros. Cuando lo leí hace unos años, y estaba perdidamente enamorado, entradas como la de “Átopos” me pedían la relectura constante: “Es átopos el otro que amo al que amo y que me fascina. No puedo clasificarlo puesto que es precisamente el Único, la Imagen singlar que ha venido milagrosamente a responder la especificidad de mi deseo. Es la figura de mi verdad; no puede ser tomado a partir de ningún estereotipo (que es la verdad de otros)” (p. 51).
Ahora, que el corazón me duele, es que una entrada como la de “Ausencia”, que antes apenas y había recorrido con la vista, me habla tanto: “La ausencia dura, me es necesario soportarla. Voy pues a manipularla: transformar la distorsión del tiempo en vaivén, producir ritmo, abrir la escena del lenguaje” (p. 57), y entonces el autor continúa describiendo qué es lo que hace aquella persona atravesada por la ausencia de alguien: “La ausencia se convierte en una práctica activa, en un ajetreo (que me impide hacer cualquier otra cosa); en él se crea una ficción de múltiples funciones (dudas, reproches, deseos, melancolías). Esta escenificación lingüística aleja la muerte del otro” (p. 57).
Tal vez, al lector de esta crítica ninguna de estas dos entradas le hablan, no debe preocuparse, la lista de entradas es sumamente larga y Barthes abarca toda serie de situaciones en las que la relación entre el amor y el lenguaje siempre han estado presentes, aunque no hubiéramos sido conscientes de ello. Desde los celos, hasta la actitud de “amar el amor”, las ganas de interpretar al otro como discurso, la inefabilidad del otro, lo genérico del sentimiento amoroso, lo irrepetible de mi sentimiento amoroso, los signos que el otro me da para ser constantemente interpretados, la incapacidad de la escritura del amor (“Mis deseos de expresión oscilan entre el haikú muy apagado, capaz de resumir una situación desmedida, y un gran torrente de trivialidades. Soy a la vez demasiado grande y demasiado débil para la escritura” [p. 132]).
La edición que se puede conseguir en México es la de Siglo XXI, la cual recomiendo ampliamente: el texto está bien cuidado, como todo el trabajo de Barthes en dicha editorial, pero me gusta sobre todo por el diseño mismo del libro, el cual tiene amplios márgenes. Por lo mismo, recomiendo, al momento de la lectura, llevar un lápiz o una pluma a la mano, para que así el libro se pueda convertir no sólo en un espacio de lectura, sino también en un espacio de escritura, en el que los discursos amorosos, privados, íntimos, se manifiesten y queden plasmados para la posteridad. Los grandes espacios en blanco que permiten los márgenes brindan espacio suficiente para la escritura personal: “Lo que se ha podido decir aquí de la espera, de la angustia, del recuerdo, no es nunca más que un complemento modesto, ofrecido al lector para que se tome de él, le agregue, lo recorte y lo pase a otros” (p. 19).
Fragmentos de un discurso amoroso se ha vuelto un libro de consulta pasional al que recurro cuando necesito de alguna de sus reflexiones y sus situaciones. Si bien, por su escritura académica y su lenguaje especializado, Fragmentos podría parecer un texto académico, me tengo que oponer y decir: Fragmentos pertenece a la mejor literatura de amor. Así, mi libro está anotado, subrayado, ya un poco roto, por la constancia de la consulta y del uso, y no me queda más que invitar a cualquiera en el que el amor se haya posado, cuales sean sus características, a anotar y subrayar, usar el discurso amoroso del cual somos todos víctimas y creadores.
Fuente
Barthes, R. (2011). Fragmentos de un discurso amoroso. Siglo XXI.
Fernando Arana (Ciudad de México, 1999). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Sus intereses radican en la semiótica y la crítica literaria. Ha publicado distintas reseñas literarias en medios impresos y electrónicos.