GILGAMESH: ENSEÑANZA DEL ANTIGUO POEMA SUMERIO

POR EDGAR GERMAYED CUÉLLAR PABÓN

Breve aproximación Histórica

He leído algunos fragmentos de la epopeya de Gilgamesh, rey de Uruk (Sumeria), cuya existencia histórica es controvertida puesto que existen elementos que indican posibles creaciones mitológicas a manos de intérpretes posteriores a la época protodinástica cuyo objetivo en su momento fue recopilar las tradiciones orales y escritas del mundo conocido por los antiguos habitantes del norte de Mesopotamia a pedido del rey asirio Asurbanipal.

Uruk existió; ciudad fortificada situada al suroeste de Irak, en la orilla oriental del Éufrates meridional. Sección civitá integrada a las proto-ciudades estado de la primera civilización humana, cuya expansión se aceleró a medida que aumentaba la población. Los avances militares de Uruk sobre sus vecinos coadyuvaron en la hegemonía de una o varias ciudades sobre las demás. Surgió así el imperio Sumerio, cuna de mitos, leyendas y epopeyas. Testigo de las crecidas del Éufrates, famoso por los zigurats y el legendario Sargón. Babilonia, heredera de Sumer la grande, baluarte del trigo y la escritura cuneiforme.

Gilgamesh: Sufrir ennoblece a las Almas

“Gilgamesh. ¿Por qué vagas de un lado para el otro? La vida que persigues no la encontrarás jamás”. (Walker, J. [2007]. Las civilizaciones del Oriente próximo. M.E. Editores).

Gilgamesh, afligido por la muerte de Enkidú, permanece largo rato al costado de su compañero, esperando su retorno para volver arrojados con ímpetu bravío al ejercicio de la vida. Inútil, vana esperanza; tanto el tiempo prosigue su camino, Gilgamesh entiende la partida de Enkidú, puesto que transcurren los días y larvas carroñeras suceden de un ojo a otro y el hedor se hace insoportable. Su amigo está desapareciendo; otrora vigoroso, fuerte en combate, genio arrollador de Huwawa, yace inerte como una roca, sin hálito ni palabra. Enkidú, janos, contraparte, otredad, espejo de Gilgamesh, pudriéndose al Sol y su espíritu atormentado en las grutas tenebrosas del más allá, no volverá a ocupar lo que ha vista del héroe se disgregaba [su cuerpo] como granos de arena entre manos desnudas.

Gilgamesh, angustiado por el destino de la muerte y lo que sucede después de ella, se percata de su propia destrucción, de su finitud, de luchar para acabar de carroña para los buitres. ¿Dónde está la fuerza, la pasión, el amor y la valentía? ¿Hacia qué lugar han partido? Se niega a aceptar la reducción de las virtudes a lo inerte, tétrico. Presiente la desesperación de Enkidú en las tinieblas del más allá. La alegría de la vida se esfuma, las proezas del héroe no le eximen de la muerte. Exánime Enkidú, se deconstruye su mundo, se dispersa su realidad. El panorama subsiguiente se torna sombrío, desolador. Los Dioses abandonan a los hombres, condenándoles a vagar infructuosamente, huyendo de la verdad omnipresente que tarde o temprano les consumirá: La muerte.

Gilgamesh desamparado ante el destino, decide buscar respuestas en sabios lejanos, pues al no querer morir y sufrir las penas que el inframundo tiene asignadas a los hombres terrenos, desea permanecer incólume en cuerpo y ánimo. El sólo pensar en que morirá genera en él angustias constantes, no concilia el sueño, sufre. La desesperación moviliza sus fuerzas, su objetivo es alcanzar la inmortalidad. Eterno siempre, huir del dolor y gozar de las mieles de la vida. Sabe de unos parientes distantes, sobrevivientes de la gran inundación; los dioses facultaron la vida eterna a éstas gentes en recompensa por salvarse del cataclismo provocado por la ira de los cielos. No hay tiempo, Gilgamesh parte hacia más allá del horizonte.

Llegado el tiempo, Gilgamesh avizora el edén desde unas colinas al filo del desierto. Se acerca. Dos ancianos le reciben cálidamente; él pregunta sobre lo que debería hacer para no morir, ¿Qué se debe consumir? ¿Qué y dónde se debe buscar? Los sabios guardan sus respuestas, pues los Dioses juraron acabarles si osaban develar el secreto. El sabio, sintiendo la pena de aquél hombre, le asigna un conjunto de pruebas. Gilgamesh acepta. Sabe que si fracasa el secreto permanecerá en el silencio del edén; si acierta, desaparecería la afligida agonía, la enervante angustia de que tendrá que morir algún día.

El sabio propone a Gilgamesh permanecer siete días despierto. El héroe falla. El sueño abate el ímpetu por lograr el gozo de lo inmortal. Gilgamesh, derrotado, angustiado y profundamente triste, consulta a la mujer inmortal, sabia consorte del anciano edénico. Ella, desobedeciendo el dictamen de los cielos, devela a Gilgamesh la ubicación exacta de una planta situada en la corteza de unos acantilados submarinos. El héroe despertó en la anciana inmortal la compasión inherente de la madre; sentimiento capaz de transgredir las normativas de los Dioses e infringir los lineamientos más sagrados. Quizá el instinto maternal sea el código oculto que se ha de comprender para alcanzar la inmortalidad mediante lo angustiante, desolador y triste que resulta amar sin condición.  Los Dioses perdonan su falta, pues las intenciones de una madre son tan puras como el cristal más perfecto.

Gilgamesh sorteó obstáculos formidables, logra sustraer la planta y retorna a Uruk. Confiado transita por las arenas del desierto. Entonado en su valentía, planea consumir el elixir a la vista de la ciudad; sin embrago, el cansancio vence al héroe y procede a reposar. Al abrir los parpados y mirar a un lado, la serpiente arrebata el tesoro y desaparece en la inmensidad de aquellas soledades. Gilgamesh, abatido por tan imprudente pérdida, sabe que los Dioses tienen la potestad de la inmortalidad, pues siendo él una tercera parte humano, la muerte es la regla. No hay opción, no existen alternativas; “Cuando los dioses crearon la humanidad, asignaron la muerte para esa humanidad, pero ellos retuvieron entre sus manos la vida”

La vida eterna propia de los Dioses se fraguó al son de experiencias terrenas, ganando el derecho de existir por siempre, pues superaron la vida en la ilusión. La dicha suprema les embarga porque prescinden del cuerpo físico corrupto, causa de amarguras, terrores e insoslayables angustias. Gilgamesh retornó a Uruk reconciliado con su humanidad y gobernando a justa medida de los reyes sabios. Antes de partir de Uruk, dejando atrás las sagradas aguas del Éufrates, el sufrimiento por cada rincón de la ciudad era patente; su ejercicio del poder era despótico, cruel e inmoral; por caprichos de su posición señorial obtenía el derecho de despedazar a sus súbditos en satisfacción de sus pasiones primáceas. Ahora, después del horror, la angustia, el pánico ante su propia naturaleza mortal, transmutó la violencia en compasión. Comprendió que cada hombre sufría como él y por tanto debían respetarse, por ser ellos mismos parte de su inmanencia, fracción de su humanidad. Humanidad que trascendió a través de la angustia para alcanzar la sapiencia del hombre digno.

Édgar Germayed Cuéllar Pabón. (San Cristóbal, Venezuela, 1991). Licenciado en educación, mención Geografía e Historia, Universidad de los Andes, Táchira, Venezuela. Magíster Scientiae en Ciencias Políticas ULA, Mérida, Venezuela. Escritor de artículos relacionados con la filosofía pesimista y del misterio como género literario. Es colaborador de Fundajau sobre el tema de ciencia ficción y ficción histórica latinoamericana.