LA ARQUITECTURA DE LA DESESPERACIÓN

POR HÉCTOR M. MAGAÑA

Hasta hace algunos años la aceleración urbanística de mi ciudad sucedía muy lentamente. Los edificios y las construcciones durante muchos años seguían siendo, más o menos, iguales. Muchos de ellos se desocupaban, se ponían en renta, cambiaban de dueño, o simplemente hacían remodelaciones y ampliaciones. Todo en líneas generales era igual, y eso explicaba por qué muchas de las áreas de esta ciudad seguían siendo áreas verdes completamente vírgenes. Hierbajos, árboles, maleza y muchas cigarras eran parte de la vida aquí. Pocos centros de recreación, algunas cafeterías, escasas tiendas departamentales y plazas comerciales. Si uno quería ir a un sitio más urbano y moderno tenía que ir al Puerto de Veracruz. Aquí la vida era tranquila, como la de un pueblo simulando una ciudad.

Pero recientemente la ciudad comenzó a sufrir una expansión y muchos de los solares abandonados y descuidados fueron comprados por diversas corporaciones. Se volvieron cadenas de cafeterías, pizzerías, agencias de autos, gasolineras, plazas comerciales, supermercados, etc., etc. Frente a mi casa incluso hay una obra en construcción, y sus consecuencias se dejan ver: más movimiento en las calles, más presencia policial, y nubes de polvo de ladrillo, humo y escombro. Todo cambió a tal grado que incluso las cigarras se escuchan rara vez, al igual que los sapos y ciertas avecillas.

Hace poco leí en una entrevista que apareció en El País, que de acuerdo con el arquitecto Hashim Sarkis, comisario de la 17° Bienal de Arquitectura de Venecia, México era una muestra del ingenio en el uso de los espacios público. Su mayor logro: las taquerías. Aunque reconoce varios de los problemas que envuelven el desarrollo arquitectónico del país (el patronazgo, el tráfico, la vivienda y la infraestructura), es claro que para Sarkis, México es un sitio de esperanza, pues los arquitectos de la nueva escuela buscan conectar de nuevo con el paisaje natural del país (¿volver al estilo de Carlos Obregón Santacilla?).

Hoy en día la arquitectura ha sido dominada por dos grandes escuelas: la llamada escuela “contemporánea” y la minimalista. Cada una de ellas tiene el propósito de revivir uno de los milagros de la mitad del siglo XX: el funcionalismo. Ambas escuelas son una especie de productos residual de la escuela funcionalista. Su objetivo principal es que elimine lo superfluo y lo ornamental, que su estructura interna sea fácilmente modificable con el fin de que en las grandes oficinas el funcionamiento y la eficacia laboral estén a la orden de las nuevas tendencias y que finalmente sea “visible”. Las ventanas que sustituyen paredes, el vidrío frente al concreto, lo ligero frente a lo pesado (usando las palabras de Gilles Lipovetsky), lo hermético frente a lo transparente. ¿A qué se debe esta tendencia a la visibilidad? Es la nueva tendencia de mostrar al mundo el poder de la fuerza laboral. 

¿Qué ocurre en México? ¿Vemos en México señales u obras de estas grandes escuelas? En el caso del México la escuela funcionalista intentó echar raíces durante el llamado “milagro mexicano” de los años cincuenta. Augusto H. Álvarez fue el gran icono de esta nueva tendencia y su obra más conocida aún se muestra como un monumento al sueño de que México fuera parte de esa corriente transparente, en vanguardia con las necesidades del mercado mundial. La Torre Latinoamérica, ¿es un centinela que espera esa corriente o es una lápida gigantesca de los esfuerzos por pertenecer al mercado?

Eventos similares ocurrieron igualmente en Latinoamérica, con Chile, Argentina y por supuesto con Brasil; países en donde muchos arquitectos se vieron influenciados por los trabajos de Le Corbusier, como Oscar Niemeyer y Lucio Costa. El edificio Gustavo Capanema, es un ícono de los logros de la nueva arquitectura contemporánea.

¿Qué vemos ahora?

Los edificios que pueblan las ciudades latinoamericanas parecen no surgir, como dice Sarkis, del uso ingenioso de espacios públicos, sino de una necesidad de buscar desesperadamente un lugar, una independencia y una seguridad laboral en una ciudad que cada vez parece cerrarse a ciertos grupos sociales. Las construcciones que van desde chabolas hasta casa rudimentarias. Los solares son solamente posibles para ciertos sectores de la población, pero para la mayoría el establecer los cimientos de una vivienda, un lugar de trabajo y de protección son solo posibles en los diminutos huecos del nuevo espacio urbano. No es cuestión de ingenio, es cuestión de desesperación. Inclusive, parece que las nuevas obras de la arquitectura contemporánea son arrastradas a esas nuevas crisis que trae consigo la modernidad: la angustia. Los trabajos e investigaciones de pensadores como Gilles Lipovetsky y Zymunt Baumann ilustran y desarrollan esta problemática.

¿Podemos decir que esta apropiación desesperada del espacio público por los sectores más humildes de la población es un síntoma de rebeldía frente al liberalismo y al hipermercado social? Eso sería, a mi parecer, un idealismo que no tiene cabida en la sociedad mexicana de hoy en día. Sería más adecuado afirmar que ambos problemas tienen una raíz en común: el nacimiento de una sociedad sin carácter individual. Una sociedad donde el hastío se combina con el desarrollo voraz de un deseo que va de la mano con los estándares de precio y calidad. Eso da como resultado dos grandes grupos de perdedores: los que han perdido su individualidad y han sido asimilados por el mercado absolutamente (porque de alguna manera, parcial, hemos sido asimilados) y los perdedores a nivel económico y social. En la arquitectura esto se ve en lo funcional y en lo “ingenioso”. 

Cuál es el pináculo de este desarrollo económico y social (y por supuesto arquitectónico) el desarrollo de lo que yo llamo “arquitectura de lo subterráneo”. Eliminar visiblemente este desarrollo urbanístico de tipo “glamuroso” o “burgués” y trasladarlo a una parte escondida, lejos de la vista de los demás. El “rascasuelos” ahora se ve como el futuro arquitectónico en desarrollo en la Ciudad de México. ¿Es el “rascasuelos” una metáfora de nuestro propio hundimiento o es como dice Sarkis una muestra de “ingenio”?

PERFIL IRRADIACIÓN

Héctor M. Magaña (Jalapa, Ver. México, 1998). Autor de relatos publicados en revistas fanzine (Los no letrados, Monolito, Noctunario, Revista Almiar, Elipsis), reseñas literarias en revistas como Criticismo. Tradujo a autores como el emperador Akihito, la emperatriz Michiko Shoda y a la poetisa Cora Coralina. Ha participado en el taller de creación literaria de Fernanda Melchor.