SOBRE DUCHARSE

POR MARÍA GUADALUPE MOCTEZUMA ZAVALA

De ti me acordaba. Cuando tú estabas ahí 

mirándome con tus ojos de aguamarina.

Juan Rulfo, Pedro Páramo (1955)

Un día no muy lejano me encontraba bañándome pasada la medianoche. A menudo estas duchas suceden por las mañanas como acto que inaugura el día, sin embargo, en aquella ocasión sabía que los pendientes me tendrían despierta hasta poco antes de ver la primera luz, por lo cual cedí a lavarme de madrugada. Mientras realizaba aquel ritual de limpieza, a mi mente llegaban diversos pensamientos sobre la sensación del cuerpo cansado en contacto con el chorro de agua; el silencio de la noche contribuía con el ambiente de reflexión y, la necesidad de encontrar un tema de ensayo me llevó a cuestionar la ducha.

Ducharse, bañarse, mojarse. ¿Qué era eso que sucedía entre aquellas paredes cuando me encontraba en la mayor soledad? Un espacio en el tiempo donde dejaba de ser la persona seca que recorre las calles para convertirme en el ser mojado que contempla su cuerpo desnudo y que en aquel acto de reconocimiento le lava el sudor y la mugre. Cuerpo frío, caliente, chorreante, acorralado y frágil; así me pensaba bajo el chorro de agua, en cueros enjabonados.

¿Pero qué decir de aquel acto que nos obliga a cerrar los ojos? Según Wikipedia, el gran sabio del momento, la ducha ha existido desde la antigüedad, así como las distintas intenciones con que ésta se toma. Bañarse se convierte en una variedad de significados que parten de diversas costumbres propias de cada época. Ritos, simbolismos, psicología, astrología, propiedades del agua, espiritualidad y demás datos curiosos se leen por ahí sobre lo que es el baño cuando pasa a ser más que una acción para mantener la higiene corporal.

La ducha, revelándose contra el mero acto de remover suciedad, encuentra otras maneras de llegar al cuerpo y oculta sus intenciones bajo características particulares. Como buen suceso que varía según el gusto de quien la toma, ésta puede ser de un caliente que despluma pollos o el agua helada que despabila en las mañanas. Mamá siempre decía que el agua fría al despertar era la mejor forma de comenzar el día, y, como buen amante de las aguas con hielo, siempre la vi bañada antes de las 8:00 am.

Otra característica variable del regaderazo es el tiempo que se le otorga. Hay quienes prefieren duchas cortas, sobre todo aquellos seres que viven con el tiempo encima y a quienes las responsabilidades les permiten únicamente un par de minutos bajo el chorro de agua. Esos seres viven sin cerrar mucho los ojos e incluso aunque les caiga shampoo en ellos no se conceden unos minutos más. Por otro lado, existen seres despreocupados que una vez desnudos vuelven eterno el tiempo de aquel ritual; entre estos seres se suman cantantes profesionales del jabón en mano y personas que aprovechan para llorar sus males. Una vez me contaron que la ducha evita que se hinchen los ojos cuando lloras; yo creo que también sirve para disimular el ruido que hacen las lágrimas al caer. 

Pero hablemos también de quienes prolongamos la ducha para escuchar nuestros ruidos internos. Cientos de veces me he quedado bajo el agua mirando la chancla mientras mi mente es bombardeada por ideas o recuerdos, de modo que me contemplo más desnuda que nunca. Apuesto que hay más como yo, apuesto que antes de meterse a bañar mis semejantes eligen su infortunio favorito para recordarse desgraciados. O no, o puede ser que busquen el recuerdo de aquel verano donde la vida parecía bella y es justo ahí, bajo el agua, que la reminiscencia de lo valioso les permite secarse y salir de casa con una nueva motivación.

Entre las cosas curiosas de la ducha se encuentra la ausencia de apariencias. En el agua se corre el maquillaje, desaparece el peinado, puede ser que se salgan los mocos y hay quienes aprovechan la función de la coladera para sacar otras aguas. Son esos momentos donde no importa cómo luzcas o cuidar el porte; quizá porque nos sabemos solos, quizá porque no está el ojo vigilante próximo a juzgar cómo nos tallamos los pies a través de maniobras extremas. 

Aunque estemos fuera del grupo de privilegiados que se bañan en compañía del ser amado, a los solitarios del baño se nos permiten otras licencias como elegir la temperatura del agua, el shampoo de nuestra preferencia y la disponibilidad de mayor espacio, pues es bien sabido que cuando dos se bañan uno de esos debe hacerse a un lado mientras el otro se enjuaga. 

Es así como la ducha se convierte en un mar de posibilidades y cada ser se entrega a ella de modos distintos. Pero no hay que confiarse de todas las cosas buenas que de ella se hablan, pues la ducha puede ser traicionera. Varias veces me ha hecho malas jugadas cambiando radicalmente la temperatura del agua, obligándome a encorvar la espalda hasta agarrar el valor suficiente para ceder a esa traición en medio de suspiros. 

Más de uno sabrá de estas cosas, más de uno podrá hablar de sus distintos rituales; en mi caso, podría decir que tengo varios y cambian según me encuentre bajo regadera o tenga una jícara en mano. Porque sí, la ducha es ante todo un privilegio de algunos, así como lo son el elegir la temperatura del agua o contar con tina de baño. La ducha es tantas cosas y a la vez sólo agua cayendo encima de ti, borrando huellas, preparando al cuerpo para volver a ensuciarse. La ducha son ojos que miran en la oscuridad mientras, por unos minutos, tenemos más del 60% de agua en el cuerpo.

María Guadalupe Moctezuma Zavala (Guanajuato, 1997). Actualmente estudia Letras Españolas en la Universidad de Guanajuato. Dice que por las tardes escribe cosas.