POR ALEXIS APARICIO
¿Con qué frecuencia pensamos en la historia que hay detrás de los objetos? Más allá de la sentimental y exclusivamente personal (una foto del familiar que ya no está, el boleto para un concierto inolvidable, la figura de barro adquirida durante el viaje en que te arruinaron la sonrisa), rara vez nos detenemos a considerar la multiplicidad de significados que pueden rodear a figuras en apariencia banas. (Y tal vez sí lo sean y solo estemos haciendo malabares retóricos para que luzcan interesantes, ¿pero no en eso ha consistido la aventura del pensamiento, en dotar de significado a la vida absurda para hacerla un poquito soportable?)
Elijamos un objeto al azar (Uy sí, mucho que te creo. Respondiome el lector). Hace tiempo observaba una pequeña virgen de Guadalupe que mi mamá tiene entre sus macetas. Hasta donde la memoria —a la cual siempre hay que mirar con suspicacia— me lo permite, puedo afirmar que esa figura siempre ha estado ahí. Es un detalle monótono, un color al que, por habitual, dejé de prestar atención, pero sin el que no concibo la imagen de mi (su) casa.
Las cosas, sin embargo, han cambiado de un tiempo a esta parte. Pasados los años y caídos los imperios, nacidas un par de canas en mis hebras de oro ensortijado, pienso, armado con el fabuloso filtro que los libros y la investigación han puesto sobre mi percepción de la realidad, en el desmadre que tuvo que ocurrir para que mi madre pudiera tener esa escultura entre sus helechos. «¿Usted sabía, jefa, que los dominicos se agarraron a vergazos para que pudiéramos tener esa estatua cuidándonos de la maña? ¿Sabía que Alonso de Montúfar, el muy hambreado (así le decían sus contemporáneos. Fuente: de los deseos), fue quien le puso Guadalupe para embolsarse unos cuantos billetes (fuente, ahora sí: Gisella Von Wobeser)? Sí, perdóneme, ya me pongo a lavar los trastes».
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Quien visite México —con fines gentrificadores o no— nomás no puede eludir su figura. Una película de terror que diga: “Allá donde vayas, nuestra señora de Guadalupe te está observando”. Tírenme esquina, ando precisando un Pitágoras que calcule cuántas capillas de la virgen hay cuidando unidades habitacionales, escuelas y negocios. En vez de buscar el Grial —empresa vana—, propongo encontrar un microbús que no lleve a la morenita como decorado sacro que otorga el superpoder de manejar bajo los efectos de la mona. ¿Y cuántos pasajeros no llevarán una imagen en sus carteras, monederos; en aretes, collares y tatuajes; en ¡oh era digital! su fondo de pantalla. «De los payasos que nos usan para sus chistes, purifícanos, Señora». La industria, y esto los chinos lo saben mejor que nadie, debe reproducir su imagen de manera frenética para abastecer la unánime demanda de los creyentes mexicanos, para quienes la señora del Tepeyac es un producto de la canasta básica.
No nos olvidemos, porque el olvido es inhumano, del acto de resistencia por medio del cual los mexicas buscaron conservar su culto a Tonantzin a través de esta extraña señora con capa de estrellas y ojos cerrados. “Debe de ser color inaccesible / aquél de sus visuales dos espejos”, dice Francisco de Castro en uno de los poemas más perros e infravalorados de nuestra lengua. Si Europa poseía armas más sofisticadas, en cuestión teológica se daban un quienvive, un tirante parejo, un cerrón de a solapa con los del Anáhuac. Pregúntenle a Sahagún, o ya de perdis a León-Portilla. Antonio Valeriano, alumno estrella de la escuela de Tlatelolco, armado con el trívium y el cuadrivium, parlante del castellano, náhuatl y latín, vino a calmar el pedo con la aventura teológica de Juan Diego. Podemos entender a la virgen de Guadalupe como un “va, ni tú ni yo” entre barbones y morenos.
Como del aire, como de las tiendas OXXO, no podemos negar su omnipresencia. La Contrarreforma nos bombardeó con su imagen y le ganó por knock out a los erasmistas. Hernando Francisco, Sigüenza y Góngora, Miguel Cabrera: mil y un artistas barrocos apedrearon este valle. Si a alguna potencia se le aloca, tira una bomba y la especie humana se va finalmente a la chingada, quedarán suficientes representaciones suyas para que los arqueólogos de otro planeta, becados por el Conacyt cósmico, puedan alcanzar conclusiones equivocadas sobre el significado que le dábamos en esta región. «—Sí, definitivamente se le consideraba la diosa de las computadoras. Guada = Monitor; Lupe = Mensaje». (Traducido directamente del igni-saturnino).
Y ahora que tramposamente evoqué la cuestión del significado, ¿cuál es el de la virgen de Guadalupe para México? Rasgo identitario por antonomasia de la nación, probablemente no exista elemento con más metamorfosis semánticas en nuestra historia. Es posible hacer una cronología del país a partir de su figura: desde los mexicas hasta ayer. 1545: interviene en la epidemia de cocoliztli. 1629: para las inundaciones de la Ciudad de México. 1737: cesa la epidemia de matlazáhuatl y se le declara patrona de la Ciudad de México; unos años después, de todo el reino. Nomás porque el culto se ha debilitado notablemente en las últimas décadas, pero cómo nos hiciste falta para aplacar al Covid 19, morenita. ¿O no? ¿En realidad fuiste tú quien nos salvó y nos hemos comportado como unos ingratos? Que te devuelvan la batuta de chilango-city. Venganza y venganza de Tonantzin.
Ha liderado en un sinnúmero de guerras y levantamientos. Elemento de cohesión y protección, Guadalupe, siempre dispuesta a los vergazos, es la diosa grillera por excelencia. Hidalgo utilizó su imagen para sublevarse, José María Morelos y Emiliano Zapata siguieron el ejemplo. Hoy el movimiento feminista aprovecha el poder de su figura y le coloca un pañuelo verde, o de plano la convierten en vagina. Con las inclinaciones ideológicas en turno, dejaste de ser inmaculada, mas nunca dejaste de ser. Venganza y venganza de Tonantzin.Vuelvo al comienzo. Todas estas frases y datos innecesarios, que necesito escupir en la página porque en mi casa nadie me hace caso, fueron evocados por un vistazo ocioso a la figura de piedra que habita entre las plantas. A riesgo de que suene a didactismo barato, creo que la concientización histórica es fabulosa en tanto nos permite conocer el motivo que subyace a la existencia de objetos, prácticas e ideas. Antes que me duerman con cloroformo y me encierren en el psiquiátrico (entendible), diré que la teoría, de cualquier tipo, es como un lente que nos permite mirar los hechos con una tonalidad inusitada; la realidad, en apariencia caótica y absurda, se organiza y se tiñe de sentido trascendental cuando pasa por el tamiz analítico. Hay que retacar la choya de datos, pero también de métodos para interpretar esos datos. Es la única vía para recobrar la fascinación —arrancada violentamente en nuestros años tiernos— por todos los hechos de la vida, retomar el olvidado asombro de estar vivos, y de este modo poder afirmar con fuerza “qué desmadre tuvo que ocurrir para que mi mamá tuviera esa escultura entre sus plantas”.
Alexis Aparicio Díaz (Ciudad de México, 1999). Estudia la licenciatura en Letras Hispánicas en la UAM Iztapalapa. Ha publicado textos en las revistas Reverberante, Marabunta y Katabasis. Escribe cuentos, ensayos y poemas feos. Su nombre es Nadie.