POR PABLO HOZ
Cuando enunciamos mensajes complejos, ya sea de forma retórica o por medio de la literatura, regularmente buscamos convencer: expresar una idea, que forzosamente parte de una manera de ser/estar/vivirse en el mundo, y, así, convencer a nuestro interlocutor acerca de algo. Es decir, compartimos una percepción de la realidad que involucra todo un sistema de valores colectivos y personales con los que establecemos nuestras relaciones humanas. De acuerdo con lo anterior, ¿qué implicaciones puede tener este sistema en el trato con el otro? En su ensayo, “Notas al margen: el lenguaje como instrumento de dominio”, Rosario Castellanos reflexiona sobre la lengua como un arma de doble filo.
En el siguiente texto, establezco que la escritora de Poesía no eres tú reorganiza una máxima de la Ilustración, que persiste con ingente esperanza en la capacidad liberadora de la lengua como si éste fuera su único atributo. Ella, agudamente, desmonta algunos andamios de lo que representa nuestro sistema de comunicación, para aluzar las dinámicas que ejecutamos con él, las cuales, dentro de las premisas de la modernidad, tienen como fin u objetivo último abatir la imposición; en otras palabras, llegar a la libertad o “mayoría de edad”, en términos de Kant. Como resultado, la autora se asoma al lado oscuro de la esencia de la lengua: la posibilidad que tiene de limitar o levantar fronteras en las relaciones humanas tanto individuales como estructurales. Pienso, entonces, que Castellanos propone una idea íntegra, menos idealista, de la literatura; de alguna manera, la deconstruye.
Para continuar, pongamos los puntos sobre las íes: sabemos que el sentido mismo de la idea de deconstrucción no nos permite establecer una definición ni de ella misma, porque eso sería contradictorio con la esencia del mismo término. Sin embargo, por fines prácticos, entenderemos este concepto como “un modo de resistencia ante cualquier forma de fascismo, posiblemente una de las estrategias políticas más liberadoras desde que el marxismo y sus variantes demostraron sus terribles limitaciones” (Asensi Pérez, 2004, p. 11).
Cuando la hispanidad intentó imponer la hegemonía del lenguaje so pretexto de un triunfo cultural, la desigualdad se instaló, desde el primer momento, debido a que suscitó jerarquías que se consolidaron y se definieron gracias a la diferenciación racial —que venía de la mano del código comunicativo—:
La relación discurso-poder está dada por el control “sutil” que se ejerce sobre las mentes de un grupo determinado, a partir del lenguaje. En palabras de Jäger, mediante los discursos es posible “inducir comportamientos y generar (otros) discursos”. De este modo, contribuyen a la estructuración de las relaciones de poder y de una sociedad. (Rojas y Suárez, 2008, p. 50)
El objetivo de la colonización fue desarraigar a la población indígena de su cultura, de su historia y su identidad —no olvidemos que lo primero que hicieron los conquistadores fue quemar los templos de los nativos, desdeñar sus creencias y destruir toda herencia escrita de su civilización—, pero sin incorporarla plenamente a la nueva organización; esto es, siempre en la frontera, en la periferia. Surge entonces una pregunta legítima —que pareciera muy obvia pero que es relevante realizar—: ¿por qué no querer incluir a los indígenas si se está imponiendo toda una estructura social sobre ellos? La respuesta es clara: para que no participaran de ella con volición y construyeran, así, una nueva identidad dentro de esa sociedad. Porque quien calla otorga y, si no saben hablar, mejor. Castellanos nos dice al respecto: “a esos largos, floridos, enfáticos monólogos correspondía (no respondía nunca, no podía responder) esa larga costumbre de callar que, según Larra, entorpece la lengua. Y el indio la tenía torpe, ya de por sí, por su ignorancia” (Castellanos, 2014, p. 138).
El peninsular habla y el indio calla; y si se habla, “¿a quién? o ¿con quién? Se habla al siervo para dictarle una orden que al ser mal comprendida era peor ejecutada, con lo que daba pábulo al desprecio” (Castellanos, 2014, p. 138). La lengua era un privilegio que poseían y utilizaban las clases altas con plena conciencia de que a los otros los hace más otros por serles ajena, porque no pertenecen a la comunidad; la diferencia: divide contundentemente a quienes pertenecen a los círculos hegemónicos de quienes se encuentran en los lindes. “Ese es el pensamiento […]: la idea de una élite que guiará al resto, la superioridad de un hombre nacido para mandar, […] el escritor canónico por antonomasia define quiénes son los interlocutores válidos y silencia al resto por censura” (De la Torre, 2009, p. 99).
A pesar de este abuso, la autora de Ciudad Real se inclina por esa otra cara de la moneda, en la cual la comunicación extiende una posibilidad de libertad. ¿Cómo? Por medio de la apropiación del mundo, permite renovar con palabras que invitan a mirar con mayor cercanía aquello que nos circunda para así interpretarnos profundamente en relación con nuestras prácticas cotidianas: “Hay que crear otro lenguaje, hay que partir desde otro punto, buscar la perla dentro de cada concha, la almendra en el interior de la corteza” (Castellanos, 2014, p. 139). Concretamente, nos exhorta la autora a una especie de embargo de la lengua: una vez que conocemos las reglas y tenemos también el dominio de este elemento, será más complejo que quieran imponernos ataduras.
Un punto medular en el ensayo es el momento en que se extiende el español y todos empiezan a entenderlo, puesto que esta razón hace vacilar las relaciones entre el centro y la frontera. Mas hay que tener cautela, nos advierte en su escrito, las palabras nos señalan una parte especifica de la realidad, no usarlas pertinentemente o “con exactitud”, como nos indica, niega esa parte verdadera que le corresponde: “las palabras han sido dotadas de sentido y el que las maneja profesionalmente no está facultado para despojarlas de ese sentido, sino, al contrario, está comprometido a evidenciarlo, a hacerlo patente en cada instante, en cada instancia” (Castellanos, 2014, p. 140).
Rosario Castellanos deconstruye el sistema porque nos muestra sus andamios; evidencia, por medio de momentos puntuales, cómo funciona; revela sus mecanismos y cuando está segura de que entendemos las reglas —y nos ha persuadido a utilizarlas con mesura y dignidad— da la estocada final: la clave de la liberación. ¿Cuál? Recuperar el sentido primigenio de todo sistema de comunicación: el otro, el receptor. El habla está hecha para entablar un diálogo y “los que hablaban hablaron con sus iguales” (Castellanos, 2014, p. 138), nos dice. Por lo tanto, si pensamos en igualdad, no hay jerarquías ni poder que manipule, eclipse, niegue o violente al otro. Esto rompe con cualquier forma de dominio y también con los discursos hegemónicos que nos sujetan; asimismo, nos permite asir el mundo con certidumbre; reflexionar, entenderlo como perfectible; también compartirlo con la seguridad de ser oídos y con la apertura de escuchar:
El sentido de la palabra es su destinatario: el otro que escucha, que entiende y que, cuando responde, convierte a su interlocutor en el que escucha y el que entiende, estableciendo así la relación del diálogo que sólo es posible entre quienes se consideran y se tratan como iguales y que sólo es fructífero entre quienes se quieren libres (Castellanos, 2014, p. 140).
En conclusión, en su ensayo, “Notas al margen: el lenguaje como instrumento de dominio”, Rosario Castellanos reflexiona respecto a la capacidad de la lengua para rescatar nuestro libre albedrío y romper con toda especie de régimen ideológico totalitario que otra persona o entidad pueda o desee imponer sobre nosotros. Respecto a lo anterior, coincido con Angélica Tornero: “Las consideraciones sobre el lenguaje realizadas por Rosario Castellanos nos hablan de la construcción de la identidad individual y nacional. El reto es entonces, con el dominio de la lengua, recomponer, reconstruir, renombrar y reconocer, entre las ruinas de nuestra historia, nuestro pasado, un sentido de colectividad” (2015, p. 53) que nos permita desarrollar una conciencia plena de nosotros mismos libres y del otro también.
De igual forma, la autora nos recuerda que es una obligación usar fielmente, con nitidez o precisión, las palabras, porque no hacerlo es “traicionar a la cosa que aspiraba a ser” (Castellanos, 2014, p. 140). Porque, para Rosario Castellanos, sólo se puede ser libre si asimos la realidad con toda su veracidad por medio del lenguaje, y el diálogo sólo existe en condiciones iguales, entre semejantes que se quieren sin imposiciones ni ataduras.
Bibliografía
Asensi Pérez, M. (2004). ¿Qué es la deconstrucción de Jacques Derrida? En Teoría, pp. 11-19. https://upcommons.upc.edu/bitstream/handle/2099/10546/VISIONS3%2011%20teoria%20manuel_asensi2.pdf
Castellanos, R. (2014). Notas al margen: el lenguaje como instrumento de dominio. En Mujer que sabe Latín… (pp. 137-140). Fondo de Cultura Económica.
De la Torre, I. (2009). Lenguaje y poder. Revista casa del tiempo, 4 (14), pp. 96-99.
Rojas, C. y Suárez, M. (2008). El lenguaje como instrumento de poder. En Cuadernos de lingüística hispánica, 11 (1), pp. 50-66.
Tornero, A. (2015). Identidad, memoria y lenguaje en el pensamiento de Rosario Castellanos. Elementos, 99, pp. 47-53.
Pablo Ohtokani Hoz Canabal (Ciudad de México, 1995). Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Se considera Sorjuanista de hueso novohispano, un chico con mucha suerte. Es redactor en la revista Quixe de gastronomía y cultura oaxaqueña y es ayudante de investigación en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios del COLMEX. Ha publicado en Punto de partida y Blog Librópolis.