EDIFICIO ZODIACO, N°2

POR JORGE DE LA VEGA

Es una verdad universalmente reconocida que, a una ciudad de por sí caótica, poseedora de una posición fatídica entre placas tectónicas, le hace falta una zarandeada de vez en cuando. Cada septiembre, sin falta, el Zodiaco se estremece justo el día del cumpleaños de Virgo. Literalmente. Año con año, un sismo sacude la ciudad como una funesta serenata, maracas y bailongo incluidos. Las únicas variables son la hora –si bien tiende a ser en algún punto entre el amanecer y el ocaso, y sólo en dos ocasiones ha ocurrido de noche–, y la intensidad, que puede ir desde una leve tiritera casi imperceptible hasta algo ya digno de un son de trompetas apocalípticas.

En todo caso, los residentes del viejo edificio en la esquina de Constelaciones con Horóscopo ya tienen callo y un protocolo a seguir para dicho fenómeno antinatural. Los primeros en anticiparse son, por supuesto, Tauro y la Sra. Libra, quienes conducen una revisión exhaustiva del inmueble en los días previos para minimizar riesgos. Ventanas rotas, puertas descuadradas, y Acuario profiriendo maldiciones en tres de cinco idiomas que maneja cuando los libros de Ataraxia saltan de sus estanterías –a veces con todo y estanterías– son los estragos habituales tras el siniestro, pero generalmente no pasa de allí. Se cierran las llaves del agua y el gas para mayor seguridad la noche antes, y cada inquilino se prepara como mejor puede.

Escorpio sale de la ciudad y regresa hasta octubre de algún sitio con terreno menos gelatinoso. Sagitario se cafeína hasta el límite de sus posibilidades como entidad corpórea para la jornada de trabajo que le espera, siendo bombero y rescatista entrenado. Cualquier cosa podría ocurrir, desde algunas crisis nerviosas o una fuga de gas hasta, bueno, lo que pasó cuando los troyanos decidieron aceptar el regalo de despedida de Odiseo. Un héroe hecho y derecho, diría la Sra. Libra, quien quizá no tendría tan alta opinión del ocupante del 7-A si éste y Tauro la hicieran partícipe de sus guarapetas quincenales. O tal vez sí; la Sra. Libra tiene una considerable cava de alcoholes en su departamento que se asegura esté bien sujeta para cuando comience el zangoloteo.

Las primeras diez veces, la nación entera se sorprendió de la recurrencia anual del evento, pero no fue sino hasta otros diez años más tarde –o sea, veinte desde el inaugural, pues sabemos que a los políticos sólo con repetición y a periodicazos se les entrena para actuar con pasable diligencia– que la fecha fue decretada como un feriado. Mucha gente sigue con su rutina normal, no obstante, y hasta sendos fiestones se arman en algunas zonas donde el subsuelo es más amable con los habitantes de la superficie, insensibles estos al temor de perderlo todo con que se vive en otras. Y tampoco es que hagan falta los patrones con vocación de esclavistas que fuerzan a sus trabajadores a presentarse, cuando menos medio día, si el movimiento telúrico no ha hecho acto de presencia antes de las nueve de la mañana. 

Por fortuna para Cáncer, no es el caso en el corporativo del banco para el que trabaja. No por humanidad –obviamente, pues es un banco del que estamos hablando–, sino por la absoluta incapacidad de los empleados para seguir las indicaciones de los brigadistas designados y las catastróficas consecuencias que produjo aquello durante uno de los sucesos de mayor magnitud. Por tanto, aunque el temblor suceda entre semana, Cáncer no deja a su gato abajo en la librería, sino que lo condiciona para entrar a su transportadora mientras, juntos, aguardan la señal de alarma. Cáncer, sin embargo, es olvidadizo por naturaleza, y a veces se le pierde la fecha, o se le pierde el gato, o sale con la transportadora vacía, o se mete a bañar sin acordarse del cierre de la llave general la noche previa y termina en la calle seco y con una toalla a la cintura. El gato tiene suficientes anécdotas –y traumas– al respecto como para llenar una de las libretas gruesas que a Piscis le ha dado por fabricar a mano y que Acuario vende en Ataraxia sin comisión de por medio.

Capricornio no tiene tanta suerte con respecto a sus empleadores, y acude a la oficina aun a sabiendas de lo que ocurrirá tarde o temprano en el transcurso de la jornada. Faltan vacantes, dice; los muy malditos corrieron a otra hostess por pintarse el pelo, acusa; agarraron a otro mesero con yerba, remata. Aries le reprocha tanta lealtad al trabajo, pero para Capricornio no es el trabajo lo que importa, sino los trabajadores. Es tan empática como Cáncer es desmemoriado, y le preocupan las condiciones en que los eventuales son forzados a laborar. Y, a final de cuentas, si el sismo sucede de día –y la ciudad sigue en pie al finalizar–, el bar abrirá de noche, y tanto Capricornio como Aries se pasarán el susto con un brindis a la tan anhelada caída del sistema capitalista.

Géminis ya está en la banqueta al amanecer, preparada cuan se puede estar para el ajetreo. Juguetea con su celular, revisa sus redes sociales, se toma selfies y hasta realiza un en vivo mostrando los contenidos de su mochila de evacuación para una desinteresada audiencia de contactos. Es mitad pose y mitad ansiedad, una ansiedad que comparte muchísima más gente, no así el hábito de tener papeles importantes, víveres y un botiquín bien surtido al alcance. También es de esas personas con talento que pueden usar el celular con una mano mientras se muerde las uñas de la otra. Puede pasarse el día entero en espera, tirándole miradas injuriosas a la jacaranda y especulando si sus ramas se mueven a causa del viento o es otro –de los ya incontables– fallo de la alerta. Y no es como que la aplicación que carga en su teléfono sea más precisa, cabe decir.

Quién sabe por dónde anda Leo ese día, pero su perfil en redes, que la Sra. Libra presume a todos sus contemporáneos como si de su nieta biológica se tratase, muestra fotografías de una filmación en algún lugar con mucha arena, pocos árboles, y un montón de gente joven embadurnada con tanto bloqueador que casi son perceptibles los aromas químicos a plátano, coco y almendra. Al menos por ella no hay que preocuparse durante este episodio; a Acuario le basta y sobra con Ofiuco, a quien ordena que se baje de una de las escaleras corredizas por mera precaución. 

Han sido dos meses agotadores para ambos, más para el maestro que para su aprendiz, pues al experimentado librero nadie lo preparó para preparar a nadie para trabajar en Ataraxia que no fuera otro Acuario. Y, a diferencia de sus antecesores, este Acuario nunca le ha prestado tiempo a la idea de matrimoniarse, mucho menos en reproducirse para heredar la librería a la siguiente generación. Es joven aún, no llega todavía al cuarto piso –generacional– aunque viva en el octavo –y sus rodillas en los enrejados de la azotea–, pero no ha manifestado interés evidente para el zamarreo de los esponsales.

Por cierto, hablando de zamarreos…

WAH WAH WAH WAH WAH
ALERTA SÍSMICA, ALERTA SÍSMICA
WAH WAH WAH WAH WAH
ALERTA SÍSMICA, ALERTA SÍSMICA
WAH WAH WAH WAH WAH

Ofiuco deja caer a Elric de Melniboné sobre el sofá de la librería y se apresura a salir, la emoción adolescente por el subidón de adrenalina como rasgo prevalente en su rostro. Acuario dilata unos segundos para cerrar la caja fuerte con las ganancias en efectivo y los ejemplares de especial valor. Afuera ya esperan Tauro, la Sra. Libra, Cáncer y su gato, Géminis reivindicada, y Aries sujetando a la distraída Piscis por el collar de la camisa.

El suelo se comienza a mecer con una lentitud que rítmicamente va tomando fuerza. Se escuchan crujir el pavimento. Multitudes aparecen de los edificios continuos. El Zodiaco baila, pero no se quiebra. Polvo de ladrillo nomás, nada de grietas todavía, ni vidrios rotos, ni cables caídos. La jacaranda acompaña el danzón y riega la banqueta con anacrónicos pétalos púrpura. Hay gritos, risas nerviosas, conmoción, rezos; lo de siempre. Pero no se antoja nada peor de lo que se percibe en la esquina de Constelaciones con Horóscopo. Géminis tiene señal en su celular, y eso la tranquiliza. Ya el noticiero informará después si hubo algo diferente este año.

Mientras tanto, en el departamento 5-B, Virgo cuenta los segundos en su reloj de pulsera, inoculado al traqueteo efeméride del día desde que tiene memoria. Espera paciente en su sillón, impávido a la lámpara con ventilador que bailotea sobre su cabeza. Hace más escándalo Escorpio cuando se aparece. El movimiento se ralentiza poco a poquito, da un somero jalón, y se detiene por fin a las dos con treinta y tres. Ha durado cuarenta y ocho segundos aproximadamente. Virgo se pone de pie y lo anota en el calendario de la cocina. Luego toma un encendedor de junto a la estufa y va hasta la mesa de su pequeño antecomedor. Tararea Las Mañanitas mientras enciende una velita azul que apuñala un pastelillo individual de chocolate y crema blanca. De la envoltura se deshizo más temprano para no amargarse con los tres mentados sellos que le restriegan en la cara lo dañino que es para su salud aquello que se va a comer. Los temblores tampoco son buenos para la salud, piensa, y de cualquier forma los tenemos.

Cierra los ojos, pide un deseo, y sopla la vela.

Jorge de la Vega (CDMX, 1987). Escritor, traductor, bloguero y co-conductor del programa en línea de difusión literaria Crónicas D&D. Ha participado como conferencista y tallerista en numerosos foros y eventos culturales nacionales e internacionales. Es aficionado a la lectura, los videojuegos, el rock clásico, y la ficción imaginativa en general.