EDIFICIO ZODIACO, NO. 1

POR JORGE DE LA VEGA

Al final de Avenida Constelaciones, esquina ya con Horóscopo, en el número 76, se encuentra un antiguo edificio habitacional conocido por la gente del rumbo como el Zodiaco. Su fachada podría sugerir decrepitud donde se asoma el ladrillo pelón, no obstante la construcción es poseedora de cierta cualidad atemporal que bien se mezcla con el paisaje urbano. Sobre la banqueta, un mañoso árbol de jacaranda reniega el cambio de las estaciones y florea cuando le viene en gana. Te veo en la jacaranda del Zodiaco es una indicación frecuente y sencilla para un encuentro. 

Desde hace medio siglo, da o quita algunos años, la marquesina del local comercial en la planta baja da la bienvenida a vecinos y paseantes con las palabras βιβλιοπωλείο αταραξία bellamente trazadas en color plateado. Tres generaciones de Acuarios se han encargado de mantener sus puertas abiertas al público durante este tiempo. Algunos, los menos, entran buscando un libro en específico, sea de primera, segunda, o enésima mano; pero suelen ser más los que entran a perder el tiempo mientras esperan verse con su cita en la jacaranda. Es una realidad a la que todos los Acuario se acostumbran. Y, sin embargo, es muy raro aquel que logra cruzar el umbral sin salir de allí con una cartera menos llena y un libro que no esperaba. A esto también se acostumbran los Acuario, aunque les toma un poco más puesto que no tiene que ver –en absoluto– con su talento para la vendimia. En efecto, Acuario se siente más a gusto con el negocio vacío, insufrible cual se estila, y acompañado tan sólo de sus libros y el gato de Cáncer, que se pasea durante el día por las estanterías hasta que su dueño viene a recogerlo antes del cierre.

Ataraxia ocupa la mitad del primer piso –la bodega– y toda la planta baja salvo por un pasillo flanqueado por buzones de un lado y medidores de agua y luz al otro, al cual se accede a través de una pesada puerta de metal opuesta a la entrada de la librería. El pasillo conduce directamente a unas escaleras que hay que subir para llegar a un elevador de carga, lo bastante amplio para acomodar a todos los residentes en un viaje. De ahí le siguen doce departamentos, dos por piso, y culmina en una azotea con tendederos enrejados.

La Sra. Libra del 6–A es la propietaria del edificio. Enviudó joven tras un fatídico incidente que involucró la peligrosa suma de su esposo, algunas copas de más, algunas neuronas menos, algunos cables eléctricos, algunas muy malas decisiones, y una cabra de mal humor. Los detalles de la desventura nunca los supo, y el velorio fue con ataúd cerrado para no incomodar a los asistentes. La cabra fue hallada no culpable por motivo de demencia y recluida en una institución psiquiátrica hasta que se le consideró rehabilitada. Seguramente Acuario tendrá un periódico, revista o panfleto donde se haga mención sobre el caso, pero la Sra. Libra prefirió dejarlo en eso. No tuvo hijos y tampoco se volvió a casar, más dedicó su atención a la administración de su bien inmueble durante las últimas cinco décadas. Durante el día, es la persona más activa –a pesar de ser también la más añeja– en el edificio, yendo de aquí para allá en un encargo u otro, pasando lista, haciendo cuentas, y revisando recovecos necesitados de un ojo atento.

Aries y Piscis padecen la diligencia diurna de la Sra. Libra en extremos opuestos del Zodiaco, siendo ambas criaturas de la noche: Aries por su situación laboral, Piscis por mera excentricidad. Dormir de día y vivir de noche le sienta mejor a Piscis que a Aries, pero más raro que el cliente que no sucumbe a la extraña magia de Ataraxia Libros sería un club nocturno con turno matutino, y el talento de Aries está en el arte de manejar las botellas como accesorios de malabarista y recrear tragos exóticos –y la manera de servirlos– cual vistos en redes sociales. A veces, Capricornio visita el bar con sus amigas después del trabajo y le pide menjurjes que emulen los brebajes que aparecen en sus videojuegos. Es una tendencia popular, Aries se ha percatado, así que sus experimentos llegan a prolongarse pasada la hora del cierre, cerca ya del canto del gallo. El ruidoso ir y venir de la Sra. Libra podrá ser bienintencionado, pero no le ayuda para nada a conciliar el sueño tras la intensa jornada.

Piscis, por su parte, es el tipo de chica que se trepa al tinaco por la noche para mirar la luna, no importa la fase en que se encuentre. De vez en cuando aúlla, pero casi siempre es porque hay alguna sustancia de por medio. Acuario agradece que lo haga en el techo y no en el departamento contiguo, si bien agradece también el sofá abajo en la librería para esas otras veces cuando Piscis no transporta su desfachatez a otra locación.

Tauro es otro que no se aleja mucho del Zodiaco durante el día, pues su changarro anunciando todo tipo de arreglos domésticos –albañilería, plomería, electricidad (¡ojalá el finado Sr. Libra lo hubiera conocido en vida!), carpintería, pintura y acabados– se encuentra a meras cinco cuadras, y sus chalanes a menudo juegan el rol de duendecillos hacendosos para la Sra. Libra en lo que respecta a mantener el edificio en buenas condiciones. Tauro se asegura, también, de que Aries coma algo antes de salir, y el chisme local es que aquello se deriva de una afección romántica de parte del tímido hombretón, soltero y del doble de la edad de su vecina inmediata, hacia la atractiva joven. No es el caso ni de lejos, y la amabilidad de Tauro proviene de una mala pasada en su vida previo a ocupar el 3–B del cual sólo Sagitario, su compañero de alcoholes, está enterado.

Pasan semanas en las que el edificio no sabe de Escorpio, y no es sino hasta que la llave maestra de la Sra. Libra amenaza su cerradura que reaparece con mochila al hombro, ropa remendada y sucia, y un puñado de baratijas como recuerdo de algún sitio al que haya ido, idénticos para todo el Zodiaco salvo Piscis, a quien le toca un extra (pagado por adelantado) que facilita sus conversaciones con la luna, y Géminis, con quien no mantiene buena relación. Escorpio es un enigma: su fuente de ingresos es desconocida, asimismo su ocupación, y su constante ir y venir pone de nervios Virgo en el departamento de abajo, que brinca de sorpresa cuando escucha pasos sobre su cabeza y no tan secretamente desea que la mujer de edad indeterminable se buscara otro lugar para vivir. Y es que rara vez vuelve Escorpio sola de sus desapariciones, aunque pronto se cansa de la compañía y los echa, a veces a mitad de la noche y para martirio de todo el edificio.

Leo también viaja seguido, pero siempre con previo aviso, y su paradero es fácil de verificar en sus redes sociales, donde sube fotografías y videos de su labor como operadora de cámara para una productora independiente de cine y documentales. Consigue pases de cortesía a las premieres de las películas en las que trabajó –casi siempre en el tipo de lugares concurridos sólo por el tipo de personas que se jactan de consumir únicamente el tipo de cine que la productora realiza–, y Acuario, Piscis, y la Sra. Libra por lo general son los únicos en asistir. Capricornio va más por compromiso que por gusto cuando su agenda lo permite. La Sra. Libra siente gran afecto y orgullo por Leo, y la presume como si fuera su nieta biológica, así nunca entienda de qué diablos va el argumento: Si llegó a una pantalla grande, debe valer la pena, le dice a Acuario, quien guarda silencio confrontado con el agraviante optimismo de su casera.

Fue al volver de un evento tal que Acuario se percató que la cortina de Ataraxia estaba abierta a deshoras, y corto de estar padeciendo un episodio de proyección astral como a los que es propensa Piscis, él no estaba dentro, y eso significaba un intruso. Un intruso significaba peligro. Peligro significaba pedir ayuda, y pedir ayuda significaba socializar más de lo necesario, y también a deshoras, por si fuera poco. 

Se adentró cauteloso en la librería. La lámpara junto al sillón estaba encendida. El intruso, que hasta aquel momento tenía la nariz metida en un libro –de pasta blanda y con la portada genérica que caracteriza los viejos Sword & Sorcery: un bárbaro musculoso sosteniendo una espada mientras una doncella semidesnuda se aferra a su pierna–, levantó la vista y sonrió. Tenía un ojo morado y el labio partido. Había sangre en su playera gris, lo que dificultó más descifrar la inentendible caligrafía del logo de la banda que anunciaba: O-P-H-I-U-C-H-U-S.

–¿Puedo leer más de estos si trabajo aquí? –preguntó.

A la fecha, Acuario no acaba de comprender lo que pasó después.

PERFIL IRRADIACIÓN

Jorge de la Vega (CDMX, 1987). Escritor, traductor, bloguero y co-conductor del programa en línea de difusión literaria Crónicas D&D. Ha participado como conferencista y tallerista en numerosos foros y eventos culturales nacionales e internacionales. Es aficionado a la lectura, los videojuegos, el rock clásico y la ficción imaginativa en general.