INSTRUCCIONES PARA SOBREVIVIR A “LA GRAN ANGUSTIA DEL MIEDO A LA MUERTE” | POR ADOLFO QUINTANAR

La muerte, posible en todas las fechas,

falsamente olvidada, tañendo dentro como

una campana que nadie, sino el viento, moviera:

la vida, inexplicable, imperativa, rumorosa,

amada, tan propia en los momentos y tan

ajena en el instante final…

Josefina Vicens, “Los mismos lutos” (fragmento)

¿Ha llegado a experimentar una especie de temblor, un quebranto, un dolor desajustado, seguido de una imperiosa necesidad de expresarse? Si la respuesta es sí, queremos decirle que no debe alarmarse. Esta sensación es bastante común, existe desde hace tiempo, el primer caso en México data de 1958; se le conoce como “la gran angustia del miedo a la muerte”. Se trata de algo permanente y eso es justo lo que desespera, porque no es que sea excesivo o que tenga que preocuparse por disminuirlo; la mayoría de las veces es de su tamaño exacto.

Por lo general, “la gran angustia del miedo a la muerte” aparece en el momento en el que usted se vuelve consciente de su propia mortalidad. Después llega la urgencia de producir algo. Si decide ignorar esta urgencia, seguir con su vida como si nada, la sensación no desaparecerá, sólo se irá atenuando por el hábito de sentirla. Nuestra sugerencia es que no la ignore y mejor intente escribir un libro. 

Para iniciar con este proyecto le recomendamos que se haga con dos cuadernos, a los que nombrará uno y dos; que todas las noches, antes de irse a dormir, entre a su despacho (si no cuenta con uno, puede acondicionar alguna habitación para este propósito, basta con colocar un escritorio y una lámpara) y una vez ahí, comience a escribir en el cuaderno uno todos los pensamientos que se crucen por su mente, no se preocupe si la ortografía está mal o si no sabe usar el punto y coma, piense en este cuaderno como “el borrador”, pues en el dos irá, ya corregido, todo lo que sirva del primero.

Aconsejamos que no escriba en primera persona, no use la voz íntima, mejor opte por el gran rumor. No pretenda escribir una novela, sino sólo un libro. Mejor aún, escriba sin pretensión alguna. Dígase que sólo escribe para usted. Escriba siempre la verdad, no importa que haya veces en las que no recuerde cuál sea o esté convencido de que lo que escribe es la verdad, cuando más bien se trata de algo que le gustaría que fuese verdad. Reconozca que la vida está llena de verdades momentáneas y que no sabe cuál es la verdad, que quizá tener tantas es la única verdad que existe.

Contradígase, escriba algo en una página y en la siguiente escriba otra cosa que niegue la anterior. Pregúntese qué puede contar alguien como usted a quien nunca le ha ocurrido nada. Enójese con las palabras porque las necesita para llenar el hueco y no logra hacer que le obedezcan. Enójese consigo mismo porque no ha escrito nada que merezca la pena, pero tampoco puede parar. Note que de esta lucha es de la que ha dado cuenta en el cuaderno. Relea lo escrito para observar que ha fallado en su intento por no usar la primera persona. Cuente los “mis”. Cuente los “noes”. No deje de escribir hasta que se le acaben las páginas.

Llegado a este punto, y si ha seguido nuestras recomendaciones al pie de la letra, pueden suceder dos cosas: usted llegaría a “morir contento” o a convertirse en moribundo. Permítanos explicarle, sólo se puede escribir cuando se es dueño de sí frente a la muerte, cuando la relación con el mundo normal ya se ha roto es que puede llenar el segundo cuaderno, “morir contento” a través de su obra. Si, en cambio, pierde la compostura ante la muerte, se volverá consciente de su imposibilidad para escribir, sus cuadernos permanecerán vacíos, el uno lleno de noes y el dos lleno de nada. Como resultado, se iniciará la búsqueda del moribundo, esa pugna por una primera frase fuerte, precisa, impresionante.

Por qué la muerte, se preguntará. Porque es una prueba de vida, es más, es la prueba de la vida y eso la hace aterradora; en el momento en el que reconoce este hecho, el miedo se convierte en lucidez. La muerte es lo extremo, quien dispone de ella dispone extremadamente de sí. Es cierto que nadie está seguro de morir, pero nadie pone en duda la muerte; el objetivo del hombre es la búsqueda de esa posibilidad. Tal vez ahora esté pensando “¿puedo morir? ¿Tengo el poder de hacerlo?”. Estos cuestionamientos adquieren más fuerza cuando se concentran enteramente en usted, con la certeza de su condición mortal, que fue lo que lo llevó a intentar escribir un libro en primer lugar.

Ahora quizá quiera saber de qué lado de la balanza se encuentra, si del de los moribundos o del de los que mueren contentos. Antes de pasar a ello, queremos pedirle una vez más que relea lo que ha escrito, ¿qué encuentra?, ¿de qué ha hablado?, ¿está ahí su vida? La respuesta a esta última pregunta, creemos, es que sí, pues sólo puede referirse a lo que es suyo, a sus recuerdos, tanto a los que estremecen como a los que lastiman; a los sucesos del día a día y a su relación con los seres humanos que están en su pequeña órbita; ahí están sus ideas, sus acontecimientos y sus emociones.

Usted ha emprendido este viaje para no olvidarse por completo de sí. Ha vuelto al pasado para volver a sentir cerca, a través de la escritura, todos esos momentos, para darles nombre y de esta manera poseerlos. Se ha posicionado frente a la página en blanco y sus recuerdos han sido repetidos por esa misteriosa oquedad, sin embargo quien los repite no es alguien más sino usted mismo, pero con un tono distinto, lo que hace pensar que no se trata de un eco, sino de una respuesta. Ha hecho del vacío inicial su interlocutor y en el proceso se ha encontrado. 

Todo esto sucede sin importar si es moribundo o muere contento, porque para escribir es necesario agotar la vida y eso es lo que ha estado haciendo. Escribir, además, hace que las personas cambien, no se escribe según lo que se es, se es según aquello que se escribe. El acto de escribir un libro modifica más profundamente que cualquier otro. De esta modificación depende de qué lado está. Ahora que su vida se encuentra delante de usted, ¿qué relación tiene con ella? 

“Morir contento” no es una actitud buena en sí misma, pues se desprende del descontento de la vida, de la exclusión de la felicidad de vivir, una felicidad deseada y amada.

Luego de leer lo que ha escrito, es probable que haya notado que se encuentra dentro de una máquina, una que utiliza sus músculos, sus nervios, sus vasos sanguíneos, todo usted para funcionar. De que la puerta se abre y se cierra interminablemente mientras permanece a la espera de algo, ¿de qué? Tal vez ahora piensa en todas las veces que ha comido, bebido, hablado; en el café, en el tocino, en las lecturas del Times, en las cartas, en el sonido del teléfono aguardando a que lo levante y conteste.

Ahí está el recordatorio constante de que el martes sigue al lunes y el miércoles viene después, de que la máquina no se detiene por nadie. Cuando el hastío lo sobrepasa es el momento exacto en el que se da cuenta de que ya no tiene ninguna relación con la vida, en el sentido de que le es posible mirar serenamente a su “héroe”, a ese otro que en realidad es usted, y unirse a su muerte, de que tal vez ahora es capaz de murmurar algunas palabras de aceptación y permanecer a la espera. La diferencia es que ahora sabe a la espera de qué permanece y es ahí cuando puede pasar lo escrito del cuaderno uno al cuaderno dos.

Con ese cuaderno dos que dejará de estar vacío puede cabalgar contra la muerte, lanzarse en ristre y con el cabello al viento. Inconquistable, invicto, ha establecido una relación de soberanía con ese instante extremo y están sus páginas para confirmarlo. Las olas siguen rompiendo en la playa y el martes todavía sigue al lunes, pero en usted se ha operado un último cambio: se ha convertido en el dueño de su muerte.

Si sucede lo contrario a lo que hasta aquí hemos mencionado, tampoco es que deba desanimarse. Toda obra es una experiencia de la muerte, tenga esto en cuenta. Es cierto que su relación con el mundo normal todavía no se ha roto; está también ahí la máquina y el recordatorio enunciado, pero aún queda algo que lo ata. Aquí adquieren sentido todos esos “mis” que le pedimos que contara. ¿Cuántas veces aparecen “mi familia”, “mis hijos”, “mis amigos”? Si le pedimos que imagine que un día escapa de todo lo que conoce, que se va a vivir a un lejano puerto, ¿podría dejar de pensar en aquello que está dejando atrás? Si la respuesta es no, entonces es usted un moribundo.

En esa búsqueda por una primera frase que logre cautivar, a la que le siga de manera más fácil la segunda y luego la tercera y así hasta sentir que ha escrito un libro, usted ha llenado su cuaderno de “noes”. “No puedo escribir”, “No puedo detenerme”, “No soy un artista”, por mencionar algunos. Todo ese discurso lleno de impotencia que piensa que no dice nada, en realidad sí lo hace. Sus negaciones dejan espacio para el sí, potencian la afirmación, mas no la consuman, no todavía.

Como recordará, le dijimos que pensara en el cuaderno uno como “el borrador”, pues se trata del tránsito de éste al número dos, el que todavía permanece vacío. Se trataría, entonces, de “el borrador” de su muerte. Entre todos los “noes” que ha escrito, quisiéramos incluir dos más: “No puedo morir, no todavía”. Por esta razón es que no ha encontrado su frase inicial. Si su cuaderno ya no tiene páginas, consiga otro y siga escribiendo y luego otro y otro, porque estamos convencidos de que algún día será capaz de romper el vínculo con su vida. Ser moribundo es tan sólo el primer paso para “morir contento”.

Casi nadie llega a hacerlo en su primer intento, la mayoría se convierte en moribundo. Esta razón es la que hace que su cuaderno uno, aunque asegure que no interesa a los demás, interesa muchísimo. Esos vacíos están llenos de usted e interpelan al resto de los que están en su misma situación. En este caso, también permanece a la espera, pero a la espera de usted mismo, pues todavía le falta vida por vivir y por agotar después en la búsqueda del arte. “La gran angustia del miedo a la muerte” propicia la escritura y, en el proceso, no desespere, se volverá capaz de asir esa experiencia, de convertirse en su dueño.

Adolfo Quintanar (Zacatecas, 1995). Es Licenciado en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (UG), en la que desarrolla una investigación sobre los vínculos entre Josefina Vicens y Virginia Woolf.