LA LOCURA COMO SÍNTOMA POÉTICO O UNA PRIMERA DÉCADA SIN LEOPOLDO MARÍA PANERO | POR SANTIAGO MACÍAS

No sabiendo si existo

no sabiendo

a solas no sabiendo, rodeado de flores pálidas

que habitan el cemento

y la áurea paloma a la que embisto

sin saber todavía si yo existo. 

Leopoldo María Panero, Teoría del miedo 

Leopoldo María Panero, según narran sus biógrafos (o con más propiedad, sus hagiógrafos), nació en Madrid el 16 de junio de 1948. Hijo y hermano de poetas, su poesía es prototipo del malditismo recién nacido (el grupo de los Novísimos españoles no es viejo en absoluto) durante mediados del siglo pasado e hipostasiada como emblema de este movimiento-estilo literario en tiempos actuales. Su vida de paciente mental errante no le limitó en lo que a producción literaria se refiere, y, aunque su faceta más explorada es la del poeta-loco, también caminó por otras sendas de la escritura; entre ellas la narrativa y la traducción, principalmente. Sin embargo, de entre toda esta obra escrita, su poesía es mucho más atrayente para el lector sensato: si se quiere conocer a LMP, el loco, es preciso catar su producción poética como se probaría media azumbre de un buen vino.

Panero es una de esas excepciones literarias, una rara especie de genio precoz poético que, cuando niño, había concebido versos tan poco infantiles como estos: “yo me hallaba en la tumba/ echado con las piedras, / yo decía/ sacadme de la tumba pero/ allí me dejaron con los habitantes/ de las cosas destruidas/ que no eran ya más que/ cuatro mil esqueletos”. Dicho genio no se apagó nunca, antes bien se perfeccionó -de acuerdo con el mismo poeta- gracias a su trastorno múltiple de la personalidad. A partir de aquí se traza una sola ruta para conocerle: la locura (o el referido TAP) es el tinte que permite identificar su estilo poético sobre cualquier otro. Así como Dante ideó en su momento un universo dantesco, también es posible esbozar un universo paneresco. La poesía de LMP se enriquece de manera gradual amén de recursos literarios que resultan visiblemente estéticos y novedosos, estos van desde la cualidad lingüística de la intertextualidad (son comunes los epígrafes que aluden a W. B. Yeats, D. H. Lawrence, Ezra Pound, Mallarmé, etc.), pasando por la adopción de figuras metafóricas (el concepto rosa es la más recurrente y trabajada de estas imágenes) que le hacen identificable, hasta el uso de personajes divinos (como Jesucristo, Satán, Dios, el Anticristo, entre otros) a los que recurre para dotar a sus poemas de personalidad. 

En lo que concierne a su técnica poética, los poemas de Panero devienen técnicamente de otros poetas y de otros poemas –como él mismo lo afirmó en una entrevista para Babylon Magazine–. Ahora bien, esta técnica es notablemente distinta, pues la locura produce en Panero una nueva y compleja forma de escritura que no está presente en algún otro poeta, tan cuerdo o tan loco como se desee. A su vez, Panero establece su propia dimensión o definición de lo que es el poema, un concepto similar y recurrente como lo es la rosa, ambos enmarcados en un sentido plenamente escatológico. El poema y la rosa dejan su significación tradicional para convertirse en elementos distintivos de la poesía paneresca. En Panero, la poesía y el poema son escatológicos.

La rosa, el poema y el yo: elementos esenciales para comprender a Leopoldo María Panero 

Ninguna otra imagen ni metáfora ha estado tan presente en la poesía de Panero como la rosa. En uno de los epigramas contenidos en Abismo (1999), el poeta afirma “la rosa es el símbolo del poema”, para más adelante manifestar “de rodillas ante el poema / que es la única rosa”. No es posible determinar cuál es el significado concreto del concepto rosa para el autor, dado que el primero es dinámico, se desliza entre cada poema y se transmuta para luego convertirse en signo del segundo. Por su parte, el poema debe verse como una antítesis lírica y conceptual. Para Panero, el poema no tiene piel ni vida, es la negación de la página en blanco, y aunque ésta representa la nada también el poema es parte de ella aunque la niegue. De este modo, estos primeros elementos actúan de manera cíclica, complementaria y dialéctica: sin rosa el poema no puede existir, y viceversa. Ambos se subliman a través de la locura -pues “el loco no yerra, pero además tiene la perniciosa manía de decir la verdad”- y generan una síntesis que se puede señalar como el yo. Leopoldo María Panero es la negación de Edipo, tal como el poema niega la página en blanco. Una extraña combinación de todos los elementos anteriores más la añadidura del concepto muerte pasa a producir un ideal inigualable: quien escribe, es decir, Leopoldo María Panero el loco, es un poeta muerto. La muerte lírica del poeta se ve acentuada metafóricamente por la pregunta agobiante ¿quién soy?:

Quién soy yo, sino una mueca ante el espanto

ah doctor del silencio, temblor para nada

rictus del poema, flor ante el espanto

y es el poema

el ritual del neurótico obsesivo

(“El Anticristo”)  

Es el alma desnuda del poeta -“porque nada hay más obsceno/ que un alma/ desnuda”- la que interroga al lector por medio de los versos anteriores, para luego responderse: 

Soy una cucaracha temblando de frío

mientras miente la flor, como un gusano

que en la calle me espera […] 

(“Gregorio Samsa”).  

O afirmar, con un tono mucho más metafórico: 

Soy un nido de ceniza

adonde acuden los pájaros 

para buscar el maná de la sombra.

(“Este rostro es mi rostro”) 

El yo poético planteado por Panero también está en constante transformación y transmutación, pues adopta una multitud de formas que se conjugan con los conceptos de rosa y poema, y permite concebir un estilo especial de conjuntos de versos que se mantienen “en pie contra la nada y contra el viento” (Versos Esquizofrénicos). 

La voz poética en Panero viene a ser particularmente atractiva, pues ésta habla en símbolos y permanece en la muerte como en una cripta: “rosa perfecta del delirio/ comido por los perros de la calle”, “el poema es un hechizo”, “y jugaron con el diablo a las tinieblas/ del ser, y colgaron/ de su frente un poema”; dichos elementos comprenden la característica semiótica central de su obra poética.

La locura como una forma de escribir y de morir

El entendimiento de Leopoldo María Panero como loco no sólo condicionó su persona, sino también su poesía. A medida que el lector se adentra en el material poético paneresco, el universo establecido por el poeta se vuelve paulatinamente un entramado de conceptos poéticos cada vez más complejos, es decir, mientras la locura gana terreno en la persona del escritor también lo hace en su proyección literaria, la escritura de Leopoldo María es un espejo perfecto que dice absolutamente todo sobre él, lo refleja y copia con exactitud precisa. El yo poético de Panero no dista demasiado de su yo puramente existencial, dado que ambos se saben locos en tanto poetas: “estoy aquí entre unos hombres/ que sueñan con destruir el mundo” (“Locos”). En este sentido, Panero también se sabe muerto, teniendo entonces tres facetas poéticas: el loco, el poeta y el hombre muerto. “Mi único pecado es haber muerto”, sentencia un verso contenido en Poemas de la Locura. Esta muerte literaria se debe interpretar como una proyección psicológica del hombre que representa Leopoldo María Panero, no el hombre poético, sino el hombre de carne y hueso. Panero también es negación y represión de sí mismo: “[…] de pequeño/ en las horas en que mi padre/ no me pegaba/ temiendo que resultara marica/ cuánto he llorado desde entonces”, y son ambas cuestiones las que producen dicha muerte literaria, que además ha sido falsamente atribuida a la influencia de las figuras líricas empleadas por su padre (en Leopoldo Panero, padre de Leopoldo María, abundan las ideas poéticas relacionadas con la muerte: “mis padres, mis hermanos, todos muertos”, “y es verde el encinar y estamos muertos”, “el hombre que ya ha muerto, y sin embargo avanza”). La locura y la muerte son el tónico de la escritura de Panero en cualquiera de sus aspectos: “mi nombre es sólo muerte/ mi nombre es locura/ locura peor que la muerte” (Teoría del Miedo, 2000), pero también se complementan con el concepto de la rosa y la homosexualidad del autor (casi nunca confesada): “oh rosa homosexual nacida de la nada/ que escupe contra el hombre” (Los señores del alma). Así como la voz poética paneresca es la de un sujeto muerto, su escritura también lo es: Panero es un hombre que escribe como escupe desde que nació, a la sombra de una familia beatificada por el franquismo, hasta que murió, por efecto de tantos camel y coca-colas, exiliado de sí mismo en el psiquiátrico de Las Palmas, aquel 5 de marzo de 2014.

En materia de poesía, la principal contribución de Leopoldo María Panero es la apoteosis de la locura, la esquizofrenia canonizada llevada al verso y la demostración de que un poema no es tan sólo un sitio para sentimientos sublimes y expresión estética, pues también hay lugar dentro de él para los locos, para los no-hombres (como los llamaba Torcuato Luca de Tena). Panero es la significación de que incluso la poesía enloquece. Los angloparlantes tienen a Ezra Pound mientras las letras españolas a Leopoldo María Panero.  

Me he vuelto loco

pero ahí afuera sigue

el rumor sórdido de la vida.

(“Metamorfosis o la substancia del poema”)

Edición consultada: Panero, L. M. (2014). Poesía completa (2000-2010). [Ed. de Túa Blesa]. Visor Libros.

José Santiago Macías Cabrera (Puebla, 2006). Estudiante de bachillerato desde 2021. Certificado en Antropología y Sociología por la STPS del Gobierno de México y en Historia de México por la Academia Mexicana de Ciencias. Fue ganador del concurso cultural de declamación organizado por la Secretaría de Educación Pública para el Estado de Puebla durante dos años consecutivos (2022, 2023). Ha publicado poesía, cuento y ensayo en revistas literarias nacionales e internacionales como Enpoli, Hipérbole Frontera, Periódico Poético, Mimeógrafo, Pirocromo, Literatura 451, Awita de Chale, Irradiación, Alcantarilla, Trinando y Librópolis.