LAS PROFESORAS | POR HANNAH SMITH

La profesora Lucía es rara. No se parece en nada a la profe anterior, la profe Silvi. No quiero decir que no sea buena la profesora Lucía, porque todos sacamos excelentes notas y aprendemos muchas cosas. Ella sabe la respuesta de todas nuestras preguntas. Uno puede levantar la mano y preguntarle cuántas estrellas hay en la vía láctea y ella contestará sin siquiera pensarlo. Cuando hacíamos esas preguntas con la profe Silvi ella siempre decía algo como «ay, ¿pero de dónde sacó una pregunta de ese tamaño, si usted es tan chiquito? Qué cerebro el de usted, para pensar en una pregunta así de enorme.» Y luego buscaba la respuesta en internet, o veíamos un video sobre el tema, o ella nos leía un cuento sobre el espacio exterior, o hacíamos todas esas cosas y pasábamos toda la tarde en eso. Así que sí, seguro que la profesora Lucía sabe mucho más que la profe Silvi. Nunca logramos impresionarla con el tamaño de nuestras preguntas, ni con nuestros cerebros. Sola una vez ha pasado que la profesora Lucía no sabía qué contestar. Fue cuando a Beto le mataron al hermano mayor y él le preguntó a la profesora dónde estaba su hermano ahora. La profesora se quedó en silencio por unos instantes, lo suficiente para llamarnos la atención, pero entonces solo dijo que contestar preguntas de ese estilo no formaba parte de sus capacidades educativas. 

La profe Silvi sí hubiera podido contestar. Lo sé porque a mí me pasó que mi gatito, al que quería mucho, se fue de la casa y nunca volvió, y mis papás me dijeron que lo habían regalado a mi abuela para que le hiciera compañía, pero mi primo Danilo me dijo que lo atropellaron en la calle y mis papás me hicieron ese cuento porque yo soy como un sauce llorón, o sea que lloro por todo. No le dije nada a la profe Silvi, pero en eso también le ganaba a la profesora Lucía, porque ella sabía que yo andaba muy mal sin que yo tuviera que decírselo. Dijo que necesitaba la ayuda de un muchacho fuerte para llevar algunos libros a la profe de matemáticas y, aunque todos nos ofrecimos para hacerlo, me eligió a mí. Los demás salieron al recreo y yo me quedé con ella y no sé por qué, será porque mi primo Danilo tiene razón y soy un debilucho, pero me puse a llorar y le conté lo de mi gatito y le pregunté si los gatos iban al cielo o qué. Y la profe Silvi me abrazó, cosa que jamás haría la profesora Lucía, eso tampoco está dentro de sus capacidades educativas, y me dijo que el cielo está lleno de gatos, que de hecho hay más gatos que personas, por eso es un paraíso, porque los gatos, en su mayoría, son buenos, pero las personas no tanto. Me preguntó si alguna vez había escuchado el sonido de una lluvia suave sobre un techo de zinc, que era como las patitas de un gato que iba caminando, y yo le dije que sí, en la casa de mis tíos en el campo, y ella me preguntó si me había fijado en el sonido de los truenos en la distancia, que si no era como el ronroneo de un gato y tuve que darle la razón. Entonces la profe Silvi me dijo que cada vez que escuchaba los truenos y la lluvia en el techo era mi gatito que me saludaba desde su nueva casa en el cielo. Me acarició el pelo y me dijo que me quedara en el salón, aunque le tocaba su hora de descanso, y nunca le llevamos los libros a la profe de matemáticas. 

Sé que es malo, pero a nosotros nos gusta hacer cosas para molestar a la profesora Lucía. Poner un gusano en su silla, por ejemplo, o esconder el control remoto de la pantalla inteligente donde nos muestra los ejercicios. Ella nunca se enoja. Ni siquiera se dio cuenta del gusano, así que intentamos con una rana y hasta con una serpiente muerta que Nino encontró y guardó en su lonchera. De la profesora Lucía no sacamos ni un pío, parece que es imposible asustarla. Tampoco podemos hacerla reír, hemos intentado con todo. Será que es muy profesional, la profesora Lucía, que tiene vocación. No sé realmente qué significa eso, es una palabra que antes se decía mucho en las noticias cuando hablaban del gran problema educativo y luego los adultos se pusieron a repetirla en la casa. Decían que nosotros, o sea todos los niños del país, éramos brutos y eso era porque los profesores no tenían vocación. Cuando reprobé el examen de matemáticas por segunda vez, tenía mucho miedo porque mi papá me había prometido una buena paliza si eso volvía a pasar, pero cuando vio la nota solo dijo que iba a hablar con la profesora para ver por qué no quería hacer su trabajo y enseñar a su hijo a sumar. Luego despidieron a la profe de matemáticas y mi papá se puso feliz, pero yo me sentía muy mal. Es cierto que no soy muy bueno para los números, pero también es cierto que a la hora de la clase me ponía a mirar por la ventana para ver en qué andaban los gorriones, que siempre pasaban por el patio por la tarde a buscar nuestras migajas. Ese problema de distraerme con pajaritos ya se me quitó porque la profesora Lucía no abre las ventanas, ni coloca carteles ni otras decoraciones en las paredes. Para distraerme solo tengo la propia cabeza y resulta que no es tan agradable pasar mucho tiempo allí. 

La vocación será algo que no te deja reír, entonces. Tampoco llorar, porque esa es otra cosa que no hace la profesora Lucía. Una vez pensé que sí lloraba, pero solo eran esas gotitas que se pone en los ojos a cada rato y que los hace brillar de esa forma tan parecida a las lágrimas. Una vez Lalo encontró una cucaracha en el comedor y queríamos hacerle una broma a la profesora. Abrimos el cajón de su escritorio para dejarla adentro y descubrimos un montón de esos frasquitos de gotas. No había nada aparte de eso, ni un lapicero. Todos los frascos llevaban una etiqueta que decía aceite lubricante. Me gustaría preguntarle para qué tiene que usar esas gotas todo el tiempo, y de paso preguntar también por mi amigo Beto, porque es por mi culpa que se lo llevaron, pero con la profesora Lucía es difícil preguntar lo que uno realmente quiere saber. No sé por qué, aunque pienso que quizás Beto tuviera razón. No es que ella se enoje, nunca nos habla duro, ni siquiera cuando Beto le gritó aquel día y le dijo que era una vieja fea y entonces dijo algo extraño que no entendí, dijo que no era real. La profesora Lucía no pausó ni por un segundo su lección de gramática, algo sobre palabras esdrújulas que me dolía la cabeza, y llegaron los guardias para llevarse a Beto. No ha vuelto a aparecer y es por mi culpa porque Beto era el único que sabía lo que me dijo la profe Silvi ese día cuando me quedé con ella, eso de la lluvia y los truenos y los gatitos en el cielo. Se lo dije a él porque pensé que quizás tuviera algo que ver con su hermano, que aunque los gatos son buenos y las personas son malas, quizás una persona buena como el hermano de Beto podría estar allí en el cielo, tal vez los cuida y les echa agua y les da mimos para sacarles esos ronroneos que escuchamos como truenos. Creo que Beto estuvo contento con eso porque sonrió, y él casi no sonreía, será porque estaba retriste por lo de su hermano y también porque a su papá lo echaron del trabajo y a Beto le gustaba mucho que su papá fuera profesor en la universidad y ya ni eso tenía. 

Era martes, lo recuerdo porque nos tocaba la clase de educación física y todos esperábamos ansiosos a que terminara la lección de gramática para salir a la cancha y correr hasta el cansancio. Después de la profe Silvi el profe de gimnasia era nuestro favorito, porque nos ponía a brincar y a correr, a veces hasta ponía una música y nos decía que bailáramos. «Ustedes son niños, no robots», nos decía. «Un niño no puede pasar todo el día sentado, se parecen a ellos.» Creo que ellos son los adultos, aunque a mi mamá también le gusta bailar. De todos modos, la profesora Lucía se ponía las gotas, como siempre, en los ojos, cuando de la nada empezó a llover y escuchamos la lluvia caer sobre el techo. Era curioso, porque no suele llover hasta al final del ciclo escolar, pero en estos días el clima está de locos. Pensé en mi gatito, y cuando miré a Beto supe que estaba pensando en su hermano muerto y nos sonreímos, pero entonces pasó que el tonto de Lalo le preguntó a la profesora Lucía por qué caía lluvia fuera de la temporada, para distraerla de las esdrújulas, supongo. La profesora Lucía contestó sin dejar de verter las gotas en los ojos, algo sobre el ciclo del agua y eso fue cuando Beto se puso de pie. Temblaba de la rabia y le dijo que no era cierto, que no hacía más que mentirnos y que su padre le había dicho la verdad, y de allí pasó a los gritos y se lo llevaron, quizás para siempre. No me atrevo a preguntarle a la profesora Lucía si algún día podrá regresar.

Parece que todos se van. La profe de matemáticas, la profe Silvi, Beto. La profe Silvi no nos había dicho que se iba. Un día de repente se echó a llorar y no la dejamos en paz hasta que nos dijo qué le pasaba y entonces nos abrazó a todos y nos dijo que lloraba porque nos quería tanto. Al día siguiente ya no estaba y en su lugar estaba la profesora Lucía y todos estábamos tristes porque la extrañábamos y nos preguntábamos si habíamos hecho algo mal para que la profe quisiera irse. Cuando le preguntamos a la profesora Lucía donde estaba la profe Silvi, nos dijo que la profe Silvi había violado el código de la docencia y que no era apta para enseñarnos. No sabíamos qué quería decir eso, aunque sonaba a algo serio. ¿En qué momento habría hecho la profe Silvi algo así? Pasaba todo el día con nosotros y nadie recordó haberla visto haciendo algo fuera de lo normal. Ahora pasa que el profesor de gimnasia también se va, y parece que no se va por las buenas. Todos podemos escuchar cómo grita y también hay otro sonido, un chillido como el que hace los tenis en un piso encerado. Lo vemos pasar a través de la ventanilla en la puerta del aula, arrastrado por unos hombres vestidos de blanco. Sus trajes parecen los de un astronauta, o los que se usan para cuidar a las abejas. Como si el profe de gimnasia fuera capaz de hacerles daño. Escuchamos lo que dice a gritos:

—¡Criminales! ¡Putos políticos de mierda, no saben lo que hacen! ¡Estos autómatas no nos pueden reemplazar! Son palabras que mi papá suele emplear para gritar a las personas en la tele, aunque autómata no me suena. Sé que es una palabra esdrújula, gracias a las lecciones de gramática, pero no sé qué significa. Habrá que preguntarle a la profesora Lucía.

Hannah Smith (Rome, NY, 1989). Hannah Smith vive Nueva York. Es maestra y procura inculcar la pasión por la literatura en sus estudiantes a través de la lectura y la escritura.