POR JOSÉ SANTIAGO MACÍAS CABRERA
En la vida, como en el arte, uno quiere desempeñar
con gran estilo incluso las tareas menores
Erasmo de Rotterdam, Elogio de la locura
Es preciso comenzar interrogando a la historia: ¿por qué se ha dejado de leer a Erasmo?, ¿es acaso un humanista olvidado? La escasa literatura que existe sobre él y su pensamiento sin duda puede responder ambas preguntas, aunque en el mundo de hoy es necesario desempolvarlo y leer más de una vez su brillante Elogio de la locura.
El caso de Erasmo no es particular ni aislado, pues son muchos los articuladores de ideas que han quedado en el olvido (parcial o total) así como él. Sin embargo, caminar por su filosofía es encontrar en ella importantes influencias, que van desde el Doctor Angélico, pasando por el Maestro Eckhart y sin dejar de lado a los clásicos, sobre todo griegos, entre ellos el papel de Epicuro merece especial atención. La obra escrita de Erasmo es relativamente breve y se puede leer de manera sencilla, aunque no por ello poco profunda en lo que a contenido reflexivo se refiere. Elogio de la locura destaca de entre toda esta producción por su forma y características. En este texto, el autor no es ajeno al estilo seguido por los humanistas y eruditos del Renacimiento para componer tratados de esta índole, pues a lo largo de éste se hallan numerosas referencias a la mitología grecorromana; la más cautivadora de ellas, ante los ojos de un lector sensato, es el personaje principal: la Locura o Estulticia. La personificación de la Locura es quien habla a lo largo de la obra, y aunque se hace acompañar por otros personajes tales como Philautia (Narcisismo), Kolakia (Adulación), Misoponia (Acidia o Pereza) o Hedoné (Placer), resulta claro que es la interlocutora de todos ellos y el centro de atención. El Elogio sigue una estructura textual similar a las sátiras de Luciano de Samósata, reconocido como un lúcido autor de diálogos de corte esencialmente satíricos y cínicos durante la antigüedad clásica, cuyo estilo se ha denominado filológicamente como declamatio y del que Erasmo echó mano para desarrollar el diálogo donde la Locura presenta en público sus delirios, mientras se jacta de ellos ante un auditorio que parece comprenderla. Pero, ¿qué es lo que el humanista entiende por locura o estulticia? Pues bien, según el texto, la Locura misma se presenta como “la única que tiene el poder de brindar alegría tanto a los dioses como a los hombres” y aquella que hace “derrochar tantas sonrisas, carcajadas y aplausos ebrios de néctar y de nepente”. De este modo, la Locura es personificada por Erasmo a la manera de un sofista: se le debe ver como a los sabios, porque la estupidez es sabia, pero prestarle atención y oídos como a los juglares, no es la contraparte vergonzosa de las virtudes, es más bien su complemento; la Estulticia es otra virtud que se vanagloria de sí misma tal como hacen las demás. Con el desarrollo de la perorata de esta singular figura, se hace visible la aceptación total y el deleite del público que la escucha: llegado cierto momento, dice la Locura, todos los hombres sin distinción alguna se identifican con ella y comienzan a vivir de acuerdo con su prédica. Locura es esencialmente individualista, egoísta y desmedidamente narcisista: “Escucharán, por lo tanto, queridos mortales, elogios, pero no de Hércules o de Solón, sino el propio elogio de mí misma; es decir, de la Locura. Y poco me importan esos sabios que dicen que es el colmo de la estupidez y de la insolencia que alguien se elogie a sí mismo”. Está claro que el autor pretendía hacer una crítica mordaz y ácida contra la sociedad de su tiempo, principalmente contra el clero y el poder político; sin embargo, ¿no es posible aplicar también los dichos tan ingeniosos de la Locura a los hombres de hoy y al mundo que han edificado? Sin duda alguna, la Estulticia es atemporal.
Si algo ha permanecido contrario al río de Heráclito, es la Estupidez. A diferencia de la humanidad, la Locura dice de sí que es auténtica: “No tengo maquillaje, no tengo una expresión en mi rostro y escondo otra en mi corazón. Soy siempre igual a mí misma”. Mientras los hombres se preocupan por aparentar sabiduría, Locura es original y no se metamorfosea, mejor dicho, alcanza su apoteosis, y como está al nivel de los dioses también se le concede “mantener el dominio de todas las cosas y gobernar incluso a emperadores”. Si la Locura domina todo cuanto existe, por consiguiente es dueña de la vida misma: vivir se hace entonces un acto de profunda necedad y estupidez. Es aquí cuando se contrastan dos perspectivas: la sabiduría por un lado y la necedad o ignorancia por el otro. “La vida más feliz es no saber absolutamente nada”, afirma la Locura citando un pasaje del Áyax de Sófocles. Sólo existe un enemigo natural de la necedad, es decir, la sabiduría.
El hombre contemporáneo parece huir de la sabiduría y refugiarse en lo extemporáneo: la estupidez. Pensar se convierte en una carga, saber se hace un acto tortuoso, pues lo único que se obtiene de la sabiduría, como refiere la Locura, es una espalda encorvada; esto resulta similar a lo que dice Salomón en el Eclesiastés (I: XVIII): “Cuanta más sabiduría tengo, mayor es mi desconsuelo; aumentar el conocimiento sólo trae más dolor”. De esta manera, el hombre de hoy arrastra el tedio por saber, sigue en línea recta el fragmento anterior y se inserta paulatinamente en la sociedad del espectáculo, donde cada cual no se contenta con su propio aplauso, sino que busca vorazmente el de todos los demás. La sociedad es feliz porque vive en su propia estupidez. A su vez, el individuo que germina en ella teme dejar de serlo y evita abandonar su comodidad particular, alejándose de cualquier cosa que pueda traerle angustia y molestia; incluido el conocimiento. El encomio que hace la Locura hacia su persona es válido para descifrar lo que piensa el sujeto inmerso en la sociedad del espectáculo: yo soy todo, soy el centro de atención, no hay nada ni nadie que sea capaz de superarme. El aprecio propio comienza a deformarse en egoísmo y engreimiento, y, como el reflejo de Narciso en el estanque, lleva al individuo a su propia perdición. “Nada es más necio que admirarse o satisfacerse a sí mismo”, afirma la Estulticia en una sección de su elogio.
Hoy, que se vive el apogeo de la sociedad del espectáculo, la sátira de Erasmo va cobrando vida y haciéndose realidad inmediata poco a poco. El mundo está colmado de personas frívolas, de personajes mediáticos dignos de una comedia y de espíritus carentes de profundidad, que a su vez controlan todo cuanto existe, llámese política, cultura, entretenimiento o sociedad, y son seguidos por legiones de sujetos con características idénticas. Más allá de una obra humanística con tintes cínicos escrita en tiempos renacentistas, el Elogio de la Locura sale de sus páginas para tomar parte en el plano de lo real: la sordidez y el ejercicio de los valores envilecidos terminan convirtiendo este mundo y esta sociedad en el estrado en que la Locura, ideada por Erasmo como un personaje, sabio pero comediante, se alaba a sí misma.
José Santiago Macías Cabrera (Puebla, 2006). Estudiante de bachillerato desde 2021. Cercano a las ciencias sociales y humanidades, sus líneas de investigación giran en torno a la filosofía, política, historia y literatura. Certificado en antropología y sociología por la STPS del Gobierno de México y en Historia de México por la Academia Mexicana de Ciencias. Ha publicado poesía y ensayo en revistas literarias como Enpoli, Hipérbole Frontera, Periódico Poético y Alcantarilla.