Juan Gelman Burichson, poeta, traductor y periodista, nació en Buenos Aires el 3 de mayo de 1930 y murió en Ciudad de México el 14 de enero de 2014. Es considerado el poeta más importante de su generación. En 1955 fundó el grupo literario “El pan duro” junto a sus compañeros comunistas, jóvenes que se definían como “un grupo militante de poesía, con coincidencias éticas y estéticas” (Fontanet, 2016, p. 52). Sus creaciones parten de la premisa de ser una “poesía eminentemente popular, donde el tema como objetivo debe estar enraizado en la pasión, el dolor, las alegrías y las luchas del hombre común, es decir, la realidad histórica que las condiciona y que conforma, también, por supuesto, la sensibilidad del poeta” (p. 54). En los primeros tres poemarios de Juan Gelman se aprecian algunas de estas ideas; sin embargo, el argentino se separó del grupo con la publicación de Gotán (1962).
En 1959 apareció su segundo libro, El juego en el que andamos, el cual reúne una parte de la producción poética del autor de 1956 a 1958. En él se encuentra el poema que es objeto de este análisis: “Pregunta qué es el agua”. Los versos que lo componen buscan dar respuesta a la pregunta del título, la cual es enunciada por un alguien, que en los últimos versos se convierte en un tú, como se ve en el penúltimo verso: “Hasta que la djiste” (Gelman, 2011, p. 46, v. 7), y en el pronombre posesivo que aparece al final: “Que podrá ser que ahora tu temblor es dentro de ella” (v. 8).
El poema se encuentra en la tercera sección del libro, la cual lleva por título “Poemas con el hijo”, por lo que se intuye que quien pregunta es el hijo y quien intenta responder es el padre. En Poesía reunida: Tomo I. Violín y otras cuestiones, publicado por el Fondo de Cultura Económica, el título de “Pregunta qué es el agua” aparece en cursivas junto con el de “Dice la palabra poesía por primera vez”, “Sonríe” y “Digo cómo lo quiero”; en todos está presente un sujeto que realiza la acción enunciada, lo que da pie a considerar que en los primeros tres ese sujeto es el hijo, mientras que en el cuarto quien dice es el padre y a quien se quiere es al hijo. Al respecto, Hernán Fontanet señala:
[esta sección del libro] se compone de ocho poemas especulares: reflejan la infancia y el crecimiento [del hijo de Gelman,] Marcelo Ariel. La paradoja lúdica aparecerá con fuerza en esta sección, vinculada principalmente con el uso de la antítesis (antagonismo y contraposición) y el oxímoron (expresiones de significado opuesto, que combinadas originan un nuevo sentido). En un contrapunto con los interrogantes del niño […] mediatizados por el relato del sujeto de la enunciación, Gelman responde paradójicamente con preguntas, cuestiones que también se plantea la poesía. (2016, p. 70)
Esta cita apoya la idea de que quienes interactúan en esos ocho poemas son el padre y el hijo. En las siguientes páginas se parte de algunos significados del símbolo del agua para después ofrecer una posibilidad de lectura en la que el poema busca, por un lado, dilucidar la incógnita expresada por el hijo y, por el otro, proyectar el sonido del agua a través del lenguaje y el silencio, entendido éste como la imposibilidad de la memoria para recordar.
El agua, según Chevalier, “representa la infinidad de lo posible, contiene todo lo virtual, el germen de los gérmenes” (1986, p. 54), es origen y vehículo de vida, retorno a lo primordial, fuente de vida y fuente de muerte, creadora y destructora. El agua purifica, rejuvenece y, por ende, introduce a lo eterno; es el símbolo de la regeneración, la criatura primera, el origen de las cosas. Es semilla divina, pero también es luz y verbo generador, palabra (pp. 55-60). Con respecto a esta última acepción, Gaston Bachelard señala que “El agua es la señora del lenguaje fluido, del lenguaje sin choques, del lenguaje continuo, continuado” (2003, p. 278).
Esta relación agua-lenguaje adquiere una mayor importancia en “Pregunta qué es el agua”, pues el acto locutivo hace que el sujeto del poema reflexione entorno a eso que es el agua. El poema ofrece cinco atributos de ella: “Olvido, olvido. / Un largo camino puro hacia el olvido. / Una joven memoria del olvido. / Una lágrima sola / mirando y olvidando lo que somos” (vv. 1-6). Se habla del agua sin volver a mencionar la palabra, ésta sólo aparece explicitada en el título; sin embargo, está presente a lo largo y ancho de las estrofas que lo componen.
Los versos cuentan con cinco, doce, once, siete, diez, once, siete y dieciséis sílabas, en ese orden, lo que en la página pareciera reflejar el movimiento de las olas en la orilla de la playa. Este poema, además, busca proyectar el sonido del agua, lo que se vuelve posible gracias a la onomatopeya: “Se pretende que [ésta] sea un eco, se pretende que esté enteramente guiada por la audición”, dice Bachelard (2003, pp. 282), pero tratar de convertirla en un eco nada más es restringir su función, porque no se trata de imitar el sonido, sino de proyectarlo a través del lenguaje (pp. 282-283).
La actividad poética de la proyección de onomatopeyas está dada por la voz del poema, pues es ésta la que “proyecta visiones”. Recuerda Bachelard que “la vocal a es la vocal del agua […] La a indica una materia prima. Es la letra inicial del poema universal” (2003, p. 281), esta vocal es la de la tormenta; la otra vocal del agua sería la o, la de “los torbellinos y la hermosa rotundidad de los sonidos” (p. 285). El poema de Gelman está lleno de oes y de aes, así como de consonantes líquidas, la l y la r:1 “olvido”, “lágrima”, “sola”, “somos”, “olvidando”, “podrá”, “temblor”, éstas son algunas de las palabras en las que pareciera que el lenguaje se vuelve líquido porque los sonidos fluyen al combinarse estas consonantes y vocales con el resto. La presencia del agua, entonces, ya no sólo estaría en cómo se ve el poema en la página, sino también en cómo suena.
Para proyectar el sonido del agua no es suficiente el splash de un cuerpo golpeándola o el ploc de una gota que cae, por ello se recurre al uso de esas vocales y consonantes. Así, la imaginación verbal (la proyectada por las palabras) se sobrepondría a la imaginación visual, porque ahora “La vista ya no gobierna, la etimología ya no piensa. También el oído quiere nombrar” (Bachelard, 2003, p. 284), y el oído nombra, en este caso, gracias a la aliteración. Olvidar aparece siete veces en el poema, cuatro en forma de sustantivo y tres en forma de verbo; es quizá la palabra con mayor presencia, por ende su sonido también es el más presente. Entonces, ¿el agua suena como olvido? La respuesta a esta pregunta sería que sí porque el agua es olvido, según dice el poema.
El hecho de que se presente esta relación entre ambas palabras permitiría considerar que algunos de los atributos del agua pueden adjudicársele al olvido. “El agua es también un modelo de calma y de silencio. [El agua] vive como un gran silencio” (Bachelard, 2003, p. 287); sin embargo, no se trata aquí de una calma y un silencio que reconfortan. En el poema, el agua además de ser olvido es “Un largo camino puro hacia el olvido / Una joven memoria del olvido. / Una lágrima sola / mirando y olvidando lo que somos” (vv. 2-5), es decir, un silencio que asusta, porque como esa lágrima que al tiempo que mira olvida, es principio y fin, pero uno del que no se sabe dónde empieza, porque esa joven memoria sólo se acuerda de olvidar.
Ese largo camino daría cuenta del lenguaje continuado y sin choques del que es dueña el agua; uno libre de cualquier otra cosa por su pureza y que no puede detenerse hasta llegar a su fin, pero que en este caso no es la muerte, porque hasta la muerte olvida; el fin aquí es el olvido mismo, la única certeza es la llegada del silencio. “Pareciera que para comprender bien el silencio, nuestra alma necesita ver algo que se calle”, añade Bachelard (2003, p. 287); ese algo que se calla es la memoria, porque se queda sin la posibilidad de recordar.
Sin embargo, los últimos versos del poema, “Hasta que la dijiste. / Que podrá ser ahora que tu temblor es dentro de ella” (vv. 7-8), le dan un nuevo sentido. Hasta este momento el verbo ser había sido elidido; cuando se dan los cinco atributos del agua en ningún momento aparece, sólo hasta que la palabra es pronunciada por el hijo ya se explicita. Este verbo primero aparece en la perífrasis verbal del octavo verso, “Que podrá ser”, subordinada a la oración en la que se menciona el acto locutivo, lo que da cuenta de un tiempo futuro que denotaría sólo una posibilidad. El agua, entonces, ya no sería olvido, podría ser otra cosa. Al mismo tiempo, su sonido ya no sería el del olvido ni viceversa, sino que ahora es el de la voz del hijo pronunciando la palabra.
Pero se sigue tratando de una palabra, que no se olvide, y debido a que ésta “no puede ser dominada ni aprehendida; [sino que] sigue siendo lo inasible, lo indispensable, el momento indeciso de la fascinación” (Blanchot, 1992, p. 19), en “Pregunta qué es el agua” no se puede hablar de nuevas certezas, sólo de posibilidades. Para Juan Gelman “la palabra tiene un silencio anterior y un silencio posterior” (2008); aquí se instaura una vez más el silencio, pero que ahora aparece como la imposibilidad de ofrecer una respuesta, porque al padre le resulta desconocido lo que el agua podría ser una vez que ha sido pronunciada por el hijo.
Esta posibilidad está señalada por el temblor. Este sustantivo se utiliza en el poema para señalar que la voz del hijo, que primero se impuso al silencio del olvido, ahora también perturba la calma. Sin embargo, el miedo, se piensa, no ha desaparecido del todo porque la posibilidad de que el agua vuelva a ser olvido aún se encuentra latente, por eso el padre sólo atina a decir: “Que podrá ser que ahora” sea otra cosa.
La poesía de Juan Gelman trata “de encontrar la posibilidad de expresión en la que deben confluir la interrogación de la vivencia y la imaginación” (Tamargo, 2000, p. 127); la imaginación poética de Gelman se desprende de lo vivido, pero pretende ir más allá, combinar la experiencia exterior con la interior. Para Elena Tamargo “es la búsqueda de un milagro lo que empuja [al poeta a] escribir, [por ello] el lenguaje es siempre insuficiente para la poesía” (2000, p. 97). “Pregunta qué es el agua” parte ya no sólo de una pregunta expresada por alguien, sino también del hecho irremediable de que las palabras se convierten en olvido.
El paso de la interrogación de la vivencia a la imaginación, a la interioridad del padre, se da porque en realidad no busca darle una respuesta a quien hizo la pregunta, sino que se trata más bien del ejercicio de reflexión en torno a lo que hasta ese momento el agua había significado para quien intenta responder. Es decir, el padre trata de escucharse a sí mismo, de “ser escrito por el poema” (Tamargo, 2000, p. 105), la respuesta, entonces, no es para el hijo, sino para él mismo. Ante el escenario de que el olvido sea el fin se presenta la revelación de que hay cosas que no se quieren olvidar.
Al hablar de la búsqueda de un milagro se tendría que hablar entonces de la esperanza, porque es con este tono con el que se busca que eso extraordinario suceda. El tono, además, estaría dado por la voz del padre que espera que el temblor del hijo ya no sólo sea en el agua, sino que permanezca. Ese ahora propiciado por el acto locutivo ha hecho que el sonido del agua ya no sea el silencio del olvido, sino que sea el de la voz del hijo pronunciando la palabra y ése es precisamente el que no se quiere olvidar. Si el padre se calla y no atina más que a hablar de una posibilidad es porque el agua, en efecto, podría ser otra cosa, pero no hay certeza de que no vuelva a convertirse en olvido. Esta misma falta de certeza es lo inefable, es por ello que sólo queda esperar a que no suceda, a que el recuerdo de la voz del hijo pronunciando la palabra agua se mantenga.
NOTAS
- En fonética, se conoce como consonantes líquidas a una clase de consonantes laterales sonoras, como /l/, y las róticas, como /r/. Deben su nombre al gramático Dionysius Thrax, quien se refería a las consonantes sonoras (/l, r, m, n/) del griego clásico como húmedas. Actualmente, se piensa que el nombre atiende al efecto “resbaladizo” que tenían estas consonantes en la métrica del verso griego clásico cuando aparecen como el segundo miembro de un grupo de consonantes. El calificativo de líquidas fue calcado al latín del griego original. Esta clase de consonantes a menudo tienen la mayor libertad para ocurrir en grupos consonantes. Además, es la clase más parecida a las vocales, pues se articulan con el tracto abierto y, aunque existe algún obstáculo para pronunciarlas, éste no impide la salida del aire (Academia Lab, 2024). ↩︎
FUENTES
Academia Lab. (2024). Consonante líquida. Consultado el 23 de abril de 2024, en https://academia-lab.com/enciclopedia/consonante-liquida/
Bachelard, G. (2003). El agua y los sueños: ensayo sobre la imaginación de la materia (Edición digital). Fondo de Cultura Económica.
Blanchot, M. (1992). El espacio literario. Paidós.
Chevalier, J. (1986). Diccionario de los símbolos. Herder.
Fontanet, H. (2016). Juan Gelman y su tiempo: historia, poemas y reflexiones. Barcelona. Alrevés. Recuperado el 23 de abril de 2024, de: https://es.scribd.com/read/349303250/Juan-Gelman-y-su-tiempo-historias-poemas-y-reflexiones.
Gelman, J. (2011). Poesía reunida. Tomo I: Violín y otras cuestiones. Fondo de Cultura Económica.
Gelman, J. (2008). Las heridas son nidos de flores. Encuentro con Juan Gelman. Minerva. Revista del Círculo de Bellas Artes, 4(9). https://cbamadrid.es/revistaminerva/articulo.php?id=266.
Tamargo, E. (2000). Juan Gelman: poesía de la sombra de la memoria. Universidad Iberoamericana.
Adolfo Quintanar (Zacatecas, 1995). Es Licenciado en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Actualmente cursa la Maestría en Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Guanajuato (UG), en la que desarrolla una investigación sobre los vínculos entre Josefina Vicens y Virginia Woolf.