Guerra-Artola, A. (2023). Carne cruda entre mis huesos. Periódico Poético.
No se necesita de ciencia ficción para recordar. En el discurso ficcional de la memoria, es posible encontrar elementos que nos permitan reconstruirnos desde los lugares que quisiéramos olvidar, aunque hacerlo signifique borrarnos el camino. Esta dicotomía es la base del poemario Carne cruda entre mis huesos (2023) de la poeta nicaragüense Aura Guerra-Artola, publicado por la revista independiente Periódico Poético. En él, la autora se enfoca en sí misma en un intento por conocerse desde la violencia ejercida por los otros, con el fin de mapear el cómo, cuándo y porqué se construyó gracias a una mirada sesgada y cruel, tan lejana a sí misma y tan expuesta a los otros.
Lo primero que destaca del poemario es una de las dedicatorias que la autora adjunta al inicio del mismo:
Esto es una ofrenda para las mujeres que no lograron regresar a casa;
ellas ahora son las ascuas en la hoguera de nuestra lucha por la libertad
de estereotipos, desigualdad y miedo.
Toda la construcción coherente y letal del poemario es una ofrenda. Llama mi atención esa renuncia de Aura al entregar una parte de sí misma, parte construida desde el sacrificio y la resistencia; entregarla como una ofrenda a las otras, las mujeres que no volvieron, que como Aura sufrieron el cuerpo, como Aura sintieron la violencia del corte, la necesidad de ser más / menos / algo / un poco más como / un poco menos de. Llama la atención porque si este poemario es una ofrenda y es concebido como tal, ya no es para sí misma, aunque haya surgido de ella y de su sacrificio al escribir y vulnerarse de la manera en que lo hace en Carne cruda entre mis huesos. Este poemario, entonces, deja de ser sólo una forma de desahogo para convertirse en refugio, en compañía, en solidaridad y en un ejemplo claro de la forma en la que las mujeres vivimos, sufrimos y soportamos la violencia, y cómo debemos hacernos cargo de ella para desaparecerla. Somos víctimas y salvadoras.
Es una ofrenda para las que no lograron volver, comenta Aura, pero en la lectura se revela que es una ofrenda para todas nosotras las mujeres, las violadas, las gordas, las hijas, las madres, las hermanas, las amigas, las golpeadas, las desaparecidas, las mutiladas, y un largo etcétera. Y esta ofrenda, hecha con una Aura que vivió en carne propia lo que denuncia, es también un testimonio de supervivencia, de aquello que las mujeres vivimos para no ceder ante los arreglos que mutilan y lograr llevar nuestros años a casa, intactos con nosotras, en donde no hay ojo crítico más allá del espejo de la habitación con el piso por el que nos arrastramos para meternos en un pantalón que hace mucho dejó de ser hogar para nuestras piernas, las mismas piernas que aguantaron zapatos ortopédicos en la infancia y el jugar a los sopapos aunque fuera en nuestra imaginación, porque vivíamos en el rechazo y decidíamos usar un camuflaje cósmico que nos llevaría quién sabe a dónde. En ese entonces no sabíamos que lo último que querríamos sería llegar a esta edad adulta.
Aquí es el lugar en donde se inventó la señofobia para alejarnos de toda la historia que usamos para hacernos más fuertes, lugar de desencuentros de una para sí misma, en el ir y volver de la memoria hasta la muerte que no comprendemos, pero sabemos que es mejor que este lugar en donde los labios rojos son una herencia que nos conjura y nos hace renacer cada mañana siendo carne y huesos tibios. La evocación que presenta Guerra-Artola hacia las mujeres de su pasado es también una forma de resistencia y de colectividad. Se unifica desde la despertenencia a este sistema controlado por voces graves, bajo el mutuo acuerdo entre mujeres de, al menos, voltearnos a ver una vez al día. Somos quienes sufren, mutilan, esfuerzan, sobreviven, colaboran, suturan.
El cuerpo de mujer en Carne cruda entre mis huesos es una propuesta de recreación, de representación de la mujer latinoamericana en medio de su realidad contaminada por él, el otro, el que nunca ha sentido culpa por existir. Es entonces que en esta ofrenda, en este poemario, en este sacrificio, Aura y la lectora conforman dos heridas que sanan lentamente en la enunciación escuchada por la otra, en el eco que regresa. La ofrenda se compone de las múltiples experiencias de Aura, sí, pero también de su atención, de su forma empática y amorosa de tomarnos el corazón, de su apasionada forma de ver la poesía y de la consciencia con que vive a diario para ella y, egoístamente me alegro, también para nosotras. Escribí al inicio que las mujeres vivimos y nos responsabilizamos del daño; sin lugar a dudas este poemario es bandera de ese pacto de sangre no dicho, pero evidente, en el que vivimos las mujeres. Imagino a Aura escribiendo “Perdoná, madre, perdoná, amiga, perdoná, niña”, en un intento por abarcarnos a todas y hacernos saber que no fue nuestra culpa, que no fuimos nosotras quienes decidieron verse al espejo y sentir asco, que nosotras no sabíamos que no seríamos suficientes, que era imposible anticipar la repulsión al sentir esta carne abarcadora, enferma. En este punto, sólo puedo agradecer a Aura Guerra-Artola por hacer que en este poemario nosotras seamos el foco de atención de un lector que ha decidido mirar hacia sí mismo tantos años e ignorar estos huesos pulverizados, por hacer evidente que esta carne nuestra, esta carne de mujer, en el dolor y en la agonía, también puede ser ofrenda.
Lorena Aviña (Guadalajara, 1996). Estudió la licenciatura en Letras Hispánicas de la Universidad de Guadalajara y se ha desempeñado como editora, correctora y docente durante los últimos cinco años. Ganadora de la Mención Honorífica del Primer Premio Nacional de Poesía Periódico Poético (2023) y del Concurso “Cuatro Conjuros” (2022), orquestado por Librélula editores.