LOS CAJONES DESORDENADOS | POR LIZ LÓPEZ TORRES

Intento organizar los cajones que hay en mi habitación. Llevan varios meses, tal vez años, en diferentes esquinas del cuarto. Algunos parecen decoraciones de “Halloween”, llenos de telarañas y polvo. Otros están sellados con cinta varias veces, y ni hablemos de los que se encuentran escondidos bajo la madera del suelo. No debería quejarme, pues soy responsable de esta acumulación, pero también muchos de ellos fueron enviados por conocidos. Por alguna razón, no pude deshacerme de ellos. Sabía que no eran valiosos, pero venían de aquellas personas, así que por algo las enviaron, ¿cierto? 

Ahora, viendo la cantidad de cajones unos encima de otros, me arrepiento de no haber comenzado la limpieza antes. Y es que hay que admitir que esto hace único al ser humano. La colección de cajones llenos de secretos, los que poco a poco se convierten en una carga. Los que no te permiten salir de tu habitación, de tu zona segura, porque piensas que dentro de esas cajas se encuentra lo verdadero. Imagino que en una de ellas habitan las opiniones no deseadas, en la que ya pinta de amarillo; las vivencias que me marcaron, en la que ya está deforme; mi melancolía e ira apretadas. Entonces, aquí se encuentran todas mis memorias y emociones sin procesar. Y ¿por qué solo abrimos los cajones cuando vamos a tomar un paso distinto en la vida, cuando intentamos atrevernos a hacer algo nuevo? Ah, ahí si arrancamos la cinta que sellaba la caja y permitimos que la tinta negra salga y cubra toda nuestra habitación. Somos cómplices, al ver cómo el líquido llega a otros cajones haciendo que se desintegren y se comiencen a abrir poco a poco. 

Al final, tras terminar el episodio del desempaque mal hecho, llegan nuevos a la habitación. Escogemos en qué parte permanecerán y seguimos viviendo lo mismo cada día. Entonces, me viene a la mente el verso de Borges que leí hace unos días: “Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”. Reflexioné: ¿Por qué nos empeñamos en coleccionar esos pensamientos y momentos distorsionados, que cambian a lo largo del tiempo en nuestras mentes? Nuestra visión de nosotros mismos no es objetiva; pensémoslo, está influenciada por las alteraciones de nuestra memoria y Borges ya lo comprendía. Vivimos con un laberinto de cajas en nuestra mente, que nadie nos enseñó cómo desempacar de manera saludable. Por eso la mente se va convirtiendo en nuestra enemiga, en una maldición.

Mas, aquí parada contemplando el caos, no me queda de otra que ir abriéndolas. Comenzaré primero con las que se encuentran llenas de telarañas y dejaré las que están escondidas bajo la madera para cuando vea a mi doctora. Sacudiré el polvo con mi plumero, el cual se esparcirá en el aire con la intención de sofocarme. Sin embargo, hace un tiempo atrás construí una ventana. Así que me dirijo a ella, la abro y observo cómo las partículas salen. La brisa se lleva creencias que tenía sobre mí, pero que ya he dejado ir. El proceso es lento, muchas veces me cuestiono si sería mejor dejar todo donde ya está, pero ¿me seguiré sometiendo al mismo tipo de vida? Merecemos poder tirar los cajones por la ventana, no aceptar más envíos no deseados, habitar en nuestra mente sin miedo a lo que encontremos en algún rincón.

Así que, con todavía una débil valentía, me enfrento cada día al laberinto de cajones. La metáfora de Borges resuena con fuerza, pues, con cada objeto que encuentro, veo el reflejo de lo que he sido, pero también la esperanza de lo que puedo llegar a ser. Debemos recordar que nuestra desorganización no es solo un símbolo de confusión y de caos, sino también un testimonio de nuestra humanidad. De todo momento y experiencia que nos marcó, desde la niñez hasta la adultez. Nuestros cajones desordenados no tienen que ser solo un peso, pueden ser la materia prima de nuestra transformación.

Liz Lopez Torres (San Sebastián, 2004). Lectora y escritora. Estudiante de Escritura Creativa y Literatura en Sagrado Corazón. Ha publicado textos en los blogs universitarios La Corcheta y [Meta] lenguaje.