POR FRANCO GARCÍA
Siempre están ahí: silenciosos, dormidos, indiferentes. Atentos a lo que les rodea, precavidos por instinto. Los gatos nunca dejan de sorprendernos con sus fechorías tiernas. Seres vivos con más de mil años de existencia, cautivando a los egipcios, griegos, romanos, turcos, rusos, japoneses, chinos, mexicanos. Uno los encuentra en juguetes, libros, ropa, tatuajes, tazas, paraguas, discos, calles y en casas de adopción. Mucho se ha escrito sobre ellos y en cada texto un pelo en ellos encuentras. Escritores, cantantes, pintores, músicos, científicos, presumiendo orgullosamente a sus peludos en fotografías. Michos, michis, mininos, blancos, negros, pintos, persas, siameses, himalayos, siberianos. Si son machos: Pánfilo, Pancho, Milan, Lukas, Garfield, Félix, Tom, Silvestre, etc. Si son hembras: Luciana, Saga, Guajira, Estrella, Blue, Zoe, etc. A ellas y ellos les da igual el nombre. No se preocupan demasiado por la vida y sus amos. Obedecen cuando les conviene. Su pereza es enorme y de vez en cuando juegan con cartones o pelotas. Eso sí, llegan a destruir sofás enteros con sus filosas y pequeñas garras. También suben a la azotea para molestar a los perros de los vecinos. Sus ronroneos son señales de advertencia y mirarlos con ternura puede ser aventurado: los amarás toda la vida. Nunca crecí con gatos, es cierto, sólo con perros y cuando viví en la Vacacional, Acapulco, me daba por rescatar mininos de la calle. Había niños que los torturaban y me llenaba de rabia verlos en esa difícil situación. Pero entrometerme significaba una paliza doble. Así que después de su cruel faena, me daba por acudir a su auxilio. Excepto que en casa de mi abuela no eran bien recibidos, principalmente debido a su pelaje por doquier. Tenía que esconderlos y tratar de buscarles un mejor hogar. Algunos sobrevivían, otros no. Por tanto, mi cercanía con ellos fue de manera nostálgica, trágica. Aun siendo adulto no dejan de sacudir mi corazón. ¿Qué nos ocultan sus ojos de colores? ¿Mirarán al fondo de nuestras almas? ¿Nacimos para ser sus esclavos? De niño mi madre solía decirme que, si tenía hambre en las noches y no cenaba, un gato aparecería en mi recámara y se comería mi alma. El temor era tan grande que para evitar semejante tragedia, cenaba sin apetito para dormir en paz. En realidad ella se preocupaba de alimentarme, más que de asustarme. Su historia siempre me pareció oscura, hermosa e interesante. Jamás debemos ser crueles con estos felinos domésticos, sino vulnerables ante sus encantos. Ellos sabrán elegir a su dueña o dueño en el momento adecuado, porque vaya que son orgullosos para establecer un vínculo. Porque un gato en un hogar significa silencio y felicidad eterna.
Franco García (Guerrero, 1987). Economista por la UNAM. Ha publicado en Punto de partida, Punto en línea, Ágora, Opción, Mono, La otra voz, Trinchera, Acapulco cultura, Minificción, Monolito, Rankia, Palabrerías, Zompantle, Capote, Enpoli, Sputnik, Periódico Poético, Revista Noche Laberinto, entre otras. Parte de su obra ha aparecido en antologías de minificciones y cuentos.