GEORGINA

POR PAULA ALDANA VITE

Doña Georgina había sido siempre la mejor artesana de su pueblo, era imposible siquiera intentar copiar alguno de los diseños de sus calaveras y, por lo mismo y entre otras cosas, era una mujer muy respetada y querida en la comunidad.

Un día el pueblo amaneció lleno de turistas, nadie sabía de dónde habían salido y, mucho menos cómo habían llegado hasta ese lugar perdido de Dios. Llegaron ruidosamente, con cámaras y tecnología que en el pueblo no conocían. Así, en un abrir y cerrar de ojos, las maravillas de Doña Georgina habían dado la vuelta al mundo.

Era como cosa de magia, como alguna entidad espiritual que se conectaba con el resto del cosmos o, al menos, así lo entendieron algunos de los pobladores.

Tan bueno era, tan extraordinario su trabajo, tan exquisito, que no pasó mucho tiempo antes de que un tal Mr. George llegara hasta el pueblo, ahora muy reconocido, en medio de una nube de polvo que iba dejando a su paso la extensa caravana que lo acompañaba, para conocer personalmente a Doña Georgina y maravillarse de su trabajo.

Se presentó ante ella con un español ininteligible y la firme intención de convencerla, para llevarla de gira por el mundo entero. Mr. George sabía que hay cosas que el mundo debe conocer y, una de esas, sin duda, era la impecable, grandiosa, extraordinaria, artesanía de Doña Georgina, especialmente esas calaveras que a todos llenaban de asombro: la perfección, los colores, las formas, los dibujos y diseños, las delicadas líneas, no había comparación y ninguna se repetía.

Mr. George le había prometido una abundante ganancia y una vuelta al mundo, un mundo que Doña Georgina no imaginaba tan grande ni extravagante como decía Mr. George.

Aunque Doña Georgina en un principio no quería, porque, según sus palabras, que siempre eran pocas, aquí están mis raíces o ya he visto todo lo que había que ver. Terminó aceptando, más que por ella, por el pueblo, que entero le suplicaba que fuera, para así llevar al mundo el nombre de su querido “Ixtlahuayatl”.

Todo esto es por ustedes, y por ustedes me voy”, les diría emocionada, con su rostro sabio, surcado por arrugas cinceladas bajo el sol y los ojos henchidos de lágrimas.

Le hicieron entonces una gran fiesta de despedida, tres días con sus noches duró. Cohetes, día y noche, banda día y noche, baile día y noche, tamales, borregos y cochinos llenaron las barrigas, el aguardiente no dejó de correr y el papel picado llenó de color el pueblo de color arena.

La gente de Mr. George, mientras tanto, fotografiaba, documentaba, clasificaba por formas, colores, tamaños y guardaba cuidadosamente, las finísimas artesanías de calavera, como si fueran las piezas de un museo.

El pueblo la vio marcharse al amanecer del cuarto día, la resaca aún seguía de fiesta. Con una mirada indescifrable y con nada más que un atado entre las manos y, una fila interminable de enormes camionetas repletas de calaveras y diversas artesanías, Doña Georgina se despidió: Los llevo conmigo a todos”, dijo antes de cerrar la portezuela.

Nadie los había dejado antes, no de esa forma. Tras la corta y abrupta despedida, las camionetas enfilaron su camino hacia “el mundo”, mientras dejaban tras de sí una nube de tierra que parecía estirarse hasta donde la vista alcanzaba. Doña Georgina se alejaba a un mundo que no sabían que existía, y en el pueblo, extrañamente la gente, por primera vez, se sintió triste, abandonada y desconsolada, tanto que Don Augusto no pudo resistirlo y de un infarto fulminante abandonó el lugar. Algunos dijeron que su alma atribulada se había ido tras Doña Georgina.

Todos sabían que ella había sido el gran amor no correspondido de Don Augusto, así que no fue una sorpresa, lo velaron un par días con sus noches entre rezos e interminables rosarios. Al tercer día la procesión salió al panteón en medio de cantos y nubes de incienso y moscas.

El entierro no duró más allá de un par de pasos.

Azorados, los pobladores descubrieron que todas las tumbas habían sido profanadas, saqueadas, y a todos los cuerpos y esqueletos les faltaba el cráneo.

Paula Aldana Vite (Ciudad de México, 1974). La inspiración de mis cuentos proviene de los miedos del ser humano, de los que no hablamos pero que de un modo u otro no nos dejan vivir con normalidad. Fui primer lugar del segundo concurso literario de cuento CCEG.