POR MINA ALVAREZ
Juegos y pueriles travesuras, siempre buscando qué hacer, dónde ir, imaginando o creando el mundo desde los ojos de la infanta que, como hija única buscaba entretenerse al paso del día en la casa de los abuelos, quienes hacían de padres sustitutos cuando la madre se ausentaba por trabajo. Aquel lugar se había convertido en el refugio cálido, donde la seguridad permeaba y donde cada objeto era un nuevo instrumento de diversión, aventuras donde las cosas de los mayores hacían de compañeros en un mundo inocente, amigos imaginarios jugando escondidillas, expediciones misteriosas por las habitaciones tratando de hallar tesoros, búsquedas intermitentes entre los muebles a la caza de algún premio; solitud que explora cada resquicio, que entre curiosidad y expectativa abre puertas hacia el resplandor de un despertar de sueños.
La tarde llevó a Pilar al encuentro de un nuevo juguete, su abuelo guardaba en sus cajones un pequeño masajeador eléctrico que le servía para el descanso de su espalda. Al momento de encenderlo sintió las vibraciones entre sus manos y comenzó a experimentar la sensación en sus hombros y éstos comenzaban a relajarse, poco a poco fue bajando por los brazos mientras buscaba un lugar donde acomodarse para su nueva experiencia; llevó el aparato a sus pantorrillas, luego fue subiendo por los muslos, casi sin querer subió de a poco, llegó al pubis y allí esa primigenia dulzura, calor, trémula piel que se excitaba, puerta que se abría al universo de su sexualidad a un tema que no conocía. Pilar, a sus cortos años se abría paso al orgasmo, mientras vibraba el masajeador, su cuerpo cambiaba la temperatura anunciando el placer del éxtasis entre sus muslos.
Natural despojo del mundo, génesis de sonrisas y gemidos que la niña abrazaba con tremenda inocencia, temblor en el cuerpecito de Pilar que, conjugando con contracciones extasiadas por el juguete descubierto, por esas sensaciones hilvanadas en el meridiano de su cuerpo, sus ojos titilantes e inocentes hacían las veces de asombro como de felicidad. Quizá habrían pasado cinco o diez minutos, quizá sería una eternidad, pero Pilar sentía todo el universo en ese instante, ese llegar al cielo y bajar con la respiración agitada, en la casa silencio abrumador, luego, un grito lleno de terror, sin embargo, no era suyo. Su madre la había descubierto en la habitación del abuelo con “el tesoro”, mientras la niña se sorprendía por el grito de furia o angustia de la madre, el desconocido nombre a esas descargas eléctricas en su piel, envuelta en placer y al mismo tiempo en miedo por el alarido y los regaños de la madre; la confusión, todo el mundo se había puesto de cabeza en un instante.
–¡Pilar, qué demonios haces! Escuincla cochina!
La mirada de Pilar quedó atónita en medio de la agitación.
–¡Niña, sucia, deja de tocarte ahí, no ves que nadie te va a querer! Las niñas buenas no se tocan.
¿Qué era aquello que a su madre perturbaba? ¿Qué pasaba por la mente de la “adulta” que contrariaba a Pilar dejándola absorta por tal reacción? La madre asustada por la experiencia de la pequeña buscó ayuda, como si se tratase de algún acto enfermo o impuro, buscó entre aquellos especialistas, concluyendo que lo mejor sería llevarla con terapeutas pues no se explicaba el motivo del despertar a la sexualidad, como tampoco sabía cuál era la mejor manera para manejar la situación, mucho menos explicar aquello que la niña había descubierto bajo su falda. Los terapeutas hicieron la labor, diagnosticando a Pilar con un trastorno de ansiedad, para luego determinar que lo mejor para la chiquilla era la medicación, ello no eliminaba su deseo por seguir con el tesoro, como tampoco borraba de su piel el placer experimentado, pero aletargaba su andar y dispersaba sus pensamientos. La madre se sentía mejor al saber que su pequeña se hallaba bajo el cuidado médico, como si el placer pudiera medicarse y sanar cual enfermedad en vilo, más aún como si Pilar fuese a olvidar aquella gustosa, pero prohibida experiencia; entonces la madre casi al borde de la convulsión por ver a su pequeña experimentar el deseo y la seducción de aquellos juegos pueriles, la llevó a esconder “el objeto de perdición”, mas olvidaba que los niños son curiosos por naturaleza, pues no descansan hasta lograr sus objetivos, Pilar en la clandestinidad se escabullía a la habitación del abuelo para extraer el juguete mientras nadie la miraba, buscaba entre los postigos hasta hallarlo, se sentaba en un rincón del closet y aventurándose al placentero momento se disponía en tanto entre sus muslos un simple masajeador de espalda le proveía del mayor placer corpóreo.
Al pasar de los años Pilar, convertida en mujer comprendió que aquellos juegos no solo significaban el regaño y escrutinio de la madre, sino que era el tema tabú, ese que en ningún ambiente se tocaba, porque las señoritas educadas y de buenas costumbres no hablan de ello, ese que solo es superficial en las escuelas, que en el camino se aprende en la sombras porque la sexualidad no es tema en mitad de la comida o el desayuno o porque si se toca el tema entre mujeres, las pares etiquetan a quien habla como puta o zorra. Creció Pilar con la idea del tema prohibido, como si éste fuera malo, el regaño de la madre resonaba en las avenidas de su subconsciente.
Creció Pilar creyendo que el placer era símbolo de enojo, de prohibición, que el sexo y el disfrute no le eran permitidos y entre su inconsciente se fue anidando de tal forma que, para cuando estuvo con un hombre no sentía nada, pues en su mente solo aparecía la voz de la madre gritándole, aun cuando las palabras se difuminaban en la memoria, haciendo que su cuerpo evitara aquella sensación de lo que ahora sabía era un orgasmo, ese mágico destello de 30 segundos que la llevaba hasta el cielo, pero que en el baúl de su pasado había quedado olvidado por la represión entre medicamentos, terapeutas, los gritos de su madre y las conversaciones en que se le explicaba cuán importante era darse su lugar como mujer.
Dos hijos después de casarse y una vida sexual nula en donde su sentir era borrado por el inconsciente, en donde el placer no existía y solo podía conocer del tema a través de páginas de revistas, blogs en la red o pláticas de profesionales o amigas, se convirtió desde niñas. Dos hijos y ella era incapaz de sentir más que el deseo de sentir. Dos hijos, los años pasaron y Pilar no sentía más allá del deseo por sentir, no porque no sintiera, no porque no quisiera, no porque no se excitara, simplemente el erotismo se escapaba por la puerta del sinsentido y quizá en un acto de rebeldía debía experimentar aquello como cuando niña, cuando en un escondrijo de algún closet, en algún lugar donde los gritos de su madre no pudieran alcanzarla donde su subconsciente la dejara libre de sentir, de gozar ese momento entre su piel y su tacto, entre las piernas que se petrifican en los segundos del orgasmo.
Mina Alvarez (Toluca, estado de México, 1980). Egresada de la licenciatura de Letras Latinoamericanas por la UAEMex, es la primera vez que envío algo para publicación, más bien soy escritora de closet y comparto mis escritos entre amigos y tertulias literarias.