POR FRANCISCO JOSÉ CASADO PÉREZ
Todo cambio es violento, sin tregua ni preámbulo de por medio. Cuando mi papá recibió su primer celular de pantalla táctil, no cabía en sí. Estaba enojado al ver que paulatinamente todo lo que conocía estaba (o ya había) cambiado, pero, al mismo tiempo, estaba nostálgico por los viejos tiempos, los gustos de antes y sus lugares: cines, sastres, papelerías, máquinas de escribir. Llegaba un momento cuando se calmaba, al amalgamar ambas sensaciones y negociar su duelo, viendo que no todo era tan malo; incluso se maravilló al punto de que (me lo imagino así) una lágrima se dibujó en el vértice del ojo, sin derramarla, claro, por saber que esto o aquello terminaría con la tortura correspondiente, especialmente la espera. Desafortunadamente, no duraba mucho el gozo de tener una foto al instante, su correo, y las respuestas sobre quién hizo tal película o el significado de ciertas palabras, porque volvía de pronto a decir que eso no le importaba, al contrario, era un mero estorbo ya; que la función de su celular sólo era para llamadas y mensajes. Días después se acercaba a pedirme que le enseñara a buscar videos en YouTube.
Si le hubiera insistido en que también podría leer las noticias, al menos ver las transmisiones en vivo, que también podría conocer la twitteratura y las voces revelación más activas en Wattpad, seguramente me habría enviado directo y sin escalas a freír espárragos. Habría dicho que eso no existe, que la única literatura está en los libros que dejan sentir su peso en la mano y la retina. Habría ocurrido algo similar si me hubiera visto con la novela Lxs niñxs de oro de la alquimia sexual (2021) de Tilsa Otta (Lima, Perú, 1982), publicado por Penguin Random House.
En gustos, se rompen géneros, claro; no obstante, hoy los propios géneros se rompen y el gusto revuelve la sal con la pimienta, mientras el pimentón suena a rasgo distintivo como la barba partida. En una reciente charla, junto a María José Martínez, Verónica Cortés y Armando Gutiérrez, en los controles, salió a colación la pregunta siempre incómoda: canon o no canon, ¿a quién leer? No fue sorpresivo coincidir en que la respuesta siempre será dividida, más no rígida. Claro, algún momento habrá para caer en los clásicos, pero no hay que dejar de ver qué ocurre hoy y, para el caso, Lxs niñxs… abona la discusión al plantear la duda de qué bien la literatura se parece a la vida, por inspirarse en ella, ¿qué ocurre cuando nos sobrepasa?, ¿qué ocurre si la frontera entre la ficción y el ver-imaginar se disipan?
Tilsa articula la historia de Cristy, una chica (casi treintañera o un poco más) independiente que ha descubierto tener un poder místico-orgásmico que habrá de llevarla a través de sus círculos sociales, la identidad de género, preceptos morales de la(s) sociedad(es) latinoamericana(s), dinámicas hipercotidianas (como el PDF, googlear, whatsapp), las relaciones monógamas, entre otras tantas cosas para redescubrirse en su ahora y porvenir. Composición que parece guardar más cercanía con una miniserie de Netflix, ¿podría serlo algún día? Sería interesante.
Es claro que el desarrollo y búsqueda de sí es una noción argumentativa persistente en la literatura durante siglos; sin embargo, la manera en que Tilsa pone dicho punto sobre la mesa, desde el desarrollo en primera persona, deja entrever algo más. En parte, se lo debe al lenguaje: un tono peruano ya más entrecruzado con algunas otras expresiones más variadas, desde la chela (cerveza) hasta los anglicismos de Google y Whatsapp, lo que deja una dimensión que puede alcanzar el núcleo anímico del lector del siglo XXI latinoamericano, hasta el punto de conmoverle, diciéndose hacia sus adentros: “Diablos, se parece tanto a mí”.
Ciertamente, hay muchísimo qué decir sobre el libro, desde las referencias y reflexiones que entreteje Tilsa sobre la glándula pineal, Hildegarda de Bingen, el tantra, nociones sobre mística y teofanía, pero en este momento sólo quisiera enfocarme en un tema a través de la siguiente frase: “Y cuando alguien dice «Te amo» todo parece perfecto, no humano” (Otta, 2021, p. 90). Tilsa nos presenta una noción del cuidado, especialmente del cuidado de sí, que Cristy desarrolla a medida de su viaje hacia dentro de ella misma y sus entornos, el apartamento con Leo (el novio) y Pansi (el gato), entre sus compañeros de Cosmos (el centro artístico donde se desenvuelve como gestora), así como en el Alquimista de luz bajo la guía de Samadhi, antes y después del acoso físico y espiritual de Daemon y, por supuesto, las relaciones con familiares.
En líneas generales, Tilsa, a través de Cristy, representa un estado personal (fuera un poco de los valores socioeconómicos, aunque, en líneas generales, se trata de una persona de clase media) de quien ha corrido, en su mayor parte, con el riesgo de hacer caso a su intuición. Acto al que la mayoría no se atreve, especialmente por el qué dirán, el cómo le haré(mos); inseguridades supurantes de las que uno se contagia, más aún por tanta sobreexposición en y a las redes sociales bajo el aplomo de los posteos de un deber ser irreal e inalcanzable.
No obstante, a pesar de lo cool que podría parecernos, Tilsa también se las arregla para mostrarnos que Cristy se equivoca, se frustra e irrita por lo que ocurre a su alrededor a raíz de sus decisiones, haciéndola un tanto más tangible, al punto de propiciar en el lector momentos a favor y en contra de ella. Honestamente, provoca querer agarrarla de los hombros y sacudirla, diciéndole: “Amiga, date cuenta”. Al menos en el sueño:
Me voy sin desayunar, me siento muy triste. Odio que nos mintamos, sobre todo cuando no ocultamos lo que estamos haciendo y nuestra relación parece una gran farsa. Tal vez debí contarle, pero no quería crear un problema de algo que ya estaba resuelto. Y él debió insistir si quería saber qué pasó en lugar de violar mi privacidad. Camino por las calles conteniendo el llanto. (Otta, 2021, p. 100)
Lxs niñxs de oro de la alquimia sexual se desenvuelve con el dinamismo de una brisa, pero requiere de un repaso, como toda serie de hace unas décadas para acá, donde guionistas y directores se dispusieron astutamente a ocultar (discretamente), a plena vista, algunos guiños sobre lo que vendrá en el siguiente episodio, así como algunas referencias a otras historias (Pixar ha sido y será el gran maestro de ello), haciendo un reflejo hipertextual donde se necesita ir y venir a y desde el celular para entender gran parte de lo que ocurre, incluso hoy en día; esto revela que, así como Cristy, cualquiera de nosotros puede también llegar a encontrarse justo en el callejón frente a una rocola mística dispuesta a darnos, más que suerte, un indicio.
Ciertamente el tiempo para leer cada vez se va haciendo más escaso y valioso, proporcionalmente al miedo de una decepción literaria por confiar en las ofertas de los escritores actuales, a diferencia de los titanes que han probado su valía durante décadas e incluso siglos; no obstante, ello tampoco quiere decir que necesariamente se leerán, de principio, los clásicos. Debe haber un concilio de probar lo pasado y lo reciente, por ello me atrevo a decir que Tilsa siembra una gran oportunidad para lo reciente al germinar que uno se pregunte qué tan dispuestos estamos a caer en la curiosidad, a escucharnos; desde leer algo distinto hasta repensar cómo tratamos a los otros, a las comunidades de distintos géneros; qué posición tomamos con respecto a la violencia, pero, ojo, sin compromiso de responder de inmediato, sólo a masticar lo necesario la respuesta que uno quiera dar, especialmente en un momento histórico en el que hay que tener una posición clara y fundamentada para no caer en la desaprobación general.
Puede que a mi papá no le hubiera cruzado leer siquiera la contraportada de la novela de Tilsa, pero si lo hubiera visto hacerlo o siquiera preguntarme por qué lo leía, me habría bastado para sonreír. La onda de onda cambia, ese es un hecho inevitable al que también estamos condenados a verlo pasarnos factura; sin embargo, no tiene que ver con uno. No se cierra a que lo pueda disfrutar cualquiera, porque al final toda obra, como extensión reflectante de la condición y esencia humana, tiene momentos donde no todo parece perdido, o que nunca lo estuvo, que sigue la brisa. Puede que en este punto de nuestra hipervelocidad se necesite sólo dar la vuelta y perdernos entre planos de calles y edificios sin necesariamente mirar cómo la luna ilumina el camino; el final, ni bueno ni malo, sólo un final y basta. Igual que el sabor de un beso.
Francisco José Casado Pérez (Ciudad de México, 1990). Ha publicado poesía, cuento, crónica, ensayo y reseñas en fanzines y revistas digitales latinoamericanos. Premio “Don’t read” 2021 gracias a Para mirar los pasos, su poemario editado en Escrúpulos Ediciones.