TABLAS QUE DELATAN LOS DESMANES DEL MUNDO

POR ANGELO LAFUENTE

El pintor flamenco Pieter Bruegel el Viejo, hacia 1565, recibió un encargo: realizar una serie de pinturas dedicada a describir la serena cotidianidad de los campesinos. Desde recoger la maleza, el trabajo de recolección de las jornaleras, el segado de la mies, el arreo de las vacas, hasta el regreso de los cazadores a la aldea en invierno, llevando poca caza. No obstante, si fijamos la mirada, el sosiego cotidiano es aparente en las obras del pintor flamenco. Hay un trasfondo que desvela el desmantelamiento del mundo. En esta serie de pinturas, la amenaza se percibe en la pronta tormenta y en las posibles inundaciones; la fragilidad de lo humano se evidencia en lo que crece en el campo, la llegada del otoño alude al declive, a la poca firmeza. Todo transcurre y comienza de nuevo.

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Las revueltas de los campesinos a comienzos del siglo XVI fueron constantes en Flandes, Inglaterra, y, sobre todo, en Alemania, que sufrió violentas confrontaciones. Martin Lutero simplificó la insurrección a cuestiones temporales de riquezas, poder, entre los señores y los campesinos, y aconsejó evitar el derramamiento de sangre. Contrario a Lutero, el reformador Thomas Müntzer participó en los enfrentamientos durante tres semanas, hasta que lo capturaron y lo torturaron. Fue violentamente azotado y decapitado ante la puerta de la ciudad de Mühlhausen el 27 de mayo de 1525. Se estima que a lo largo de las revueltas de los campesinos murieron unos cien mil.

Pese a que se considere que las razones de los campesinos estaban inclinadas a reconocer sus derechos políticos y civiles por parte de los señores y las autoridades eclesiásticas, y que las condiciones de vida de los campesinos no eran peores en épocas anteriores, es necesario remarcar que estaban sometidos a la precariedad, a la miseria. El campesinado aumentaba al igual que su difícil situación. Las condiciones de trabajo en el campo y en las embarcaciones fueron agotadoras, mantener con vida al ganado, recolectar suficiente grano para evitar sufrir malnutrición, dan cuenta de una brumosa cotidianidad.

Alrededor de 1568, sobre tabla de roble al óleo, Bruegel pintó La boda campesina, la escena acontece en un granero, las balas de paja se muestran en la pared, al fondo. Varias personas disfrutan de lo que se está sirviendo; dos individuos, en primer plano, llevan la comida sobre una puerta desgoznada. Unos gaiteros amenizan el evento, uno de ellos se distrae, mira a los que sirven los alimentos, tragará saliva, continuará tocando. Pareciera que abunda la bebida y la comida, pero es un trampantojo. Los campesinos flamencos, que sabían poco del descanso, comen sopa, gachas, trozos de pan y toman cerveza.

Es conocida las anécdotas que Karel van Mander cuenta sobre Bruegel. Decía que el pintor, junto al comerciante Hans Franckert, asistían disfrazados de campesinos a las bodas rurales, y que incluso se hacían pasar por parientes de los protagonistas de esas fiestas y llevaban regalos para asegurarse ser bien recibidos. Probablemente, Bruegel lo hacía con la intención de estudiar y realizar algunos bocetos de los campesinos. En La boda quedó retratado Franckert, en el borde extremo derecho del cuadro.

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En un grabado de Pieter van der Heyden, según la obra de Bruegel, conocido como La cocina grasa, un gaitero en harapos intenta ingresar a una cocina bien surtida, pero es echado a golpes y empujones por un sujeto obeso.

Detenerse, una vez saciados. 

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Un anciano, con una cogulla negra, de barba blanca, nariz aguileña, camina por un sendero empinado. Detrás de él, un hombrecillo de aspecto pérfido, mueca maliciosa, sale de una esfera de cristal y roba la faltriquera roja en forma de corazón de la túnica del anciano. En otro plano, un pastor, apoyado en su cayado, aguarda a que sus ovejas se alimenten en un campo poco fértil, un árbol seco lo advierte. Al fondo, aparecen un molino de viento, árboles frondosos, y, en el horizonte, una casa en llamas, la humareda se alza. Bajo los pies del anciano se lee una inscripción en letras góticas: «Porque el mundo es tan pérfido guardo yo luto». Ni sus manos entrelazadas ni el ligero encorvamiento de su espalda son muestras de resignación. Pese al hurto, el anciano no muestra desesperación, tal vez sienta desesperanza.

El misántropo fue el nombre que los estudios sobre Bruegel dieron a esta obra, firmado y fechado en 1568, también se conoce al cuadro como La perfidia del mundo, pintado sobre lienzo, no sobre tabla, algo poco usual en el pintor flamenco.

El anciano que pintó Bruegel, parecido a un monje, se aleja del mundo, lo considera incorregible. Pero, no es del todo cierto, algo lo delata, ese hombrecillo, la representación del mundo (Mundus), desenmascara al anciano sustrayéndole la bolsa roja, que evidencia cierta codicia, y si esto es así, el anciano no se aleja por aflicción, sino huye por haber colaborado en la degeneración, en el engaño del mundo, y por eso, como recompensa, ha recibido la bolsa roja.

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Mundo, del latín mundus, significa lo ordenado, lo armonioso, lo limpio, lo cuidado; se usaba también como adjetivo.

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La pintura sobre tabla fue el soporte más frecuente de la época. Los pintores preferían el roble por su dureza. La tabla se recubría con una capa de yeso, para lograr una superficie pulida. El tiempo en terminar de pintar una obra, dependía de las capas de óleo que se aplicaban a la tabla; con menos capas la obra quedaba lista en varios meses. Los agentes secantes, los barnices en la textura final de la tabla se custodiaban en cada taller. Muchas veces, los pintores recurrían a obras existentes para comenzar a preparar los bocetos preliminares, para luego trasladarlos a la tabla. Un grabado en cobre de Pieter Baltens sirvió de modelo a Bruegel para pensar la composición de El país de Jauja, pintado en 1567, al óleo sobre tabla de roble. La obra muestra una especie de paraíso, donde se acentúa lo sobrante, el exceso. En la parte izquierda, un campesino con un trillo yace junto con un soldado con cota de malla, a sus pies descansa su lanza y su guante de hierro, y, en primer plano, un hombre con un libro y algunos otros materiales para escribir, está en la misma posición que los otros. Las tres figuras masculinas bajo un árbol, de cuerpos perezosos e hinchados, quedaron saciados, pero, no se observa restos de alimentos, la comida está intacta, como si rápidamente hubiesen llenado los platos, las bandejas. De los árboles cuelgan tartas, la valla está hecha de embutidos, un cerdo asado pasea con un cuchillo pegado a su cuerpo, los huevos se encaminan hacia los platos, los pollos asados ponen sus cabezas sobre las bandejas, el cactus lo forman hogazas de pan. Al fondo, un gran lago de leche, y, en la derecha, un hombre ha atravesado una montaña de gachas. Crecen tartas en los tejados; debajo, un soldado con la boca abierta espera que las tartas le caigan directamente en la boca.

No es que sea un paraíso imposible de concebirlo. Nos retrata. Acaparadores y prestos a la comodidad, sobornables por la fingida seguridad de tener lo resuelto, lo decidido. Hartados, y aun así, dispuestos a abrir la boca para engullir lo sobrante. Perezosos yacemos al lado del plato grasiento, y nos sentimos propietarios. 

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Fue la última obra de Pieter Bruegel el Viejo y un regalo a su mujer. La única obra que quedó de un conjunto de cuadros que el pintor mandó a destruir antes de morir. En un paisaje montañoso, con fortificaciones, atravesado por un ancho río, cercano a una aldea, unos campesinos, ataviados con prendas coloridas, bailan al ritmo de la música de un gaitero. Ninguno de los danzantes se percata que el sitio es un lugar de ejecución. En el travesaño de la horca se ha posado una urraca, escena que da el título a la obra: La urraca sobre el cadalso. Cerca de la estructura, en el suelo, hay un cráneo de caballo y, un poco más al fondo, una cruz y un molino de agua.

Karel van Mander anotó que esta obra sugiere el riesgo de ser denunciado, y la urraca se muestra como un símbolo del rumor. No sabemos qué celebran los campesinos, sólo decidieron bailar en un sitio donde se sacrifican reses. La obra señala la burla del mando, de lo que quiere imponerse.

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Las tablas de Bruegel muestran las fisuras cuando aparentemente todo encaja. Son rupturas que dan cuenta del amaño de los asertos, de concebir el mundo dado.

Angelo Lafuente (Bolivia, 1991). Estudió música y filosofía. Asistió a diferentes cursos de historia del arte. Colabora con revistas de México y España. Ha publicado Pensar con el oído (E1 Ediciones, México, 2020).